miércoles, 22 de febrero de 2012

Una tragedia programada. Por Gonzalo Neidal

Nuevamente el horror.
Esta vez, 49 muertos (que pueden aumentar) y 600 heridos.
¿Qué de nuevo puede decirse que no se haya dicho ya en las reiteradas tragedias que involucran a los trenes? Muy poco.

El rasgo más curioso quizá sea que este siniestro se da bajo la gestión de un gobierno partidario de un estado con fuerte presencia en la economía, inclinado a multiplicar las regulaciones y controles en cada rincón del país. Y que, además, ocurre en un área donde la presencia y el control del estado resulta ineludible, imperiosa e indelegable: los servicios públicos de transporte masivo de pasajeros.
En este tema no hay discusión sobre cuál debe ser el rol del estado. Los servicios concesionados a particulares deben ser estrictamente controlados, no sólo en las tarifas, donde el gobierno hace especial hincapié porque cree que su función primordial es cuidarle el bolsillo a los pasajeros que utilizan este servicio y que pertenecen a los estratos de menores ingresos. No: primero hay que cuidarles la vida.
Las fallas en los trenes están largamente anunciadas. Convoyes que tardan días en cubrir sus trayectos, material rodante viejo y en deplorables condiciones de mantenimiento, ausencia de inversiones.
Se trata de un sector en el que, además, hay ex funcionarios procesados por corrupción. El dueño de la empresa cuyo tren chocó ayer, se encuentra procesado, acusado de abonar taxis aéreos al anterior responsable del área, también bajo proceso judicial. Cabe preguntarse si estas sospechas de corrupción, que la justicia argentina se demora en investigar, son ajenas o si están desvinculadas de los siniestros que se van reiterando y que parecen no tener fin.
El responsable del área, Juan Pablo Schiavi, enfrentó las cámaras y los micrófonos con explicaciones increíbles. Dijo, por ejemplo, que “si el accidente hubiera sido ayer (martes, feriado), el daño hubiera sido menor”. Ya por esta sola declaración el secretario de transporte debería ser echado de su cargo en forma destemplada. Pero agregó más frases insólitas: “no se sabe qué le pasó al tren en los últimos cuarenta metros”. Podríamos responderle que es muy sencillo: el tren chocó. No frenó y chocó. También dijo que existe una “cultura argentina” de ubicarse en los primeros vagones para descender antes y que eso aumentó el número de víctimas. Un serio estudio sociológico… ¡verdaderamente increíble!
Este gobierno, tan ideologizado, concede mucha importancia, por ejemplo, a su alineamiento internacional en una supuesta lucha contra los grandes imperios del mundo. Está bien. Pero sería razonable que antes, como una prioridad estimable e ineludible, podamos lograr que los argentinos no mueran de un modo tan vinculado a nuestra incapacidad para administrar los bienes públicos concesionados.
Un gobierno como éste, que le ha tocado administrar el país en el tiempo de mayores recursos de toda su historia, con recursos públicos inigualables, que ha preferido gastar fondos en programas tales como Fútbol para Todos y que ha despilfarrado recursos, por ejemplo, en la construcción de viviendas a través de empresas vinculadas a Hebe de Bonafini y Sergio Schoklender, cuyos desfalcos han sido profusamente informados, ha mezquinado esos recursos a un servicio público tan esencial como el que mueve, cada día, millones de personas entre el conurbano bonaerense y la Capital Federal. Un gobierno que, próximo a las elecciones promete el tren bala y paga costosos honorarios a consultoras para que elaboren el proyecto pero que no es capaz de conservar en buen estado los trenes, para lo cual hay que invertir.
En las redes sociales y en TV se pudo ver a funcionarios, dirigentes gremiales oficialistas y simples militantes kirchneristas que remontan las culpas a los años noventa y a las privatizaciones. Han pasado casi 20 años desde esos hechos. Ya nadie puede remitirse a ellos sin caer en el ridículo. Además, la historia de los ferrocarriles no empieza en los noventa sino que es entonces cuando hace eclosión por años y años de desinversión estatal y corrupción sin límites. Por ese motivo se concesionaron. En los últimos 8 años, el gobierno debió controlar la gestión privada. Pero no lo hizo adecuadamente. Y estos son los resultados.
Finalmente, nos preguntamos algo: si este hecho tan tremendo hubiera ocurrido en los subterráneos de Buenos Aires… ¿alguien puede imaginar cuál hubiera sido el destino de Mauricio Macri?


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