martes, 14 de febrero de 2012

Un presente griego. Por Gonzalo Neidal


La crisis griega hace temblar a Europa. Decimos que el problema está en Grecia conscientes de que se trata de una simplificación, porque la mancha ya se ha extendido a toda Europa, y puede afectar incluso a los países más fuertes y prósperos.

Durante años y años, los griegos han consumido por encima de sus posibilidades. El estado, la nación y también las familias, los griegos de carne y hueso. El estado gastó por encima de sus ingresos y luego comenzó a endeudarse con la banca europea. Un estado que gasta mucho, aunque gaste mal, siempre resulta beneficioso, en lo inmediato y de un modo fugaz, para los ciudadanos que de un modo u otro reciben algún coletazo de una situación tan pródiga.
Tras varios años de esta práctica hedonista, siempre llega el momento del ajuste, que es siempre doloroso. Significa menores salarios, menor empleo, menor consumo, menos ventas, tasas de interés más altas, menores posibilidades de crédito fácil, etcétera.
Esto es casi una ley física. No hay modo de evitarlo. Pero los que deben hacer el ajuste siempre se resisten pues ello afecta en forma directa e inmediata su nivel de vida, que hasta ese momento se había sostenido sobre la base de un gasto excesivo y de endeudamiento, del gobierno y de los particulares.
¿De dónde nace el interés de Alemania y Francia de ayudar a Grecia en la solución de sus problemas? ¿Filantropía centroeuropea? No: los bancos alemanes y de otros países de Europa han estado del otro lado del mostrador. Ellos prestaron de un modo poco cuidadoso y alimentaron el comportamiento dispendioso de varios países europeos, entre ellos Grecia. Una caída de Grecia supondría un grave impacto para los bancos alemanes y, a partir de ahí, un efecto propagador por la economía alemana y el resto de Europa. El interés del gobierno alemán se vincula estrictamente a sus intereses concretos, lo cual no es para nada objetable: así funcionan las cosas en la economía bajo éste u otro sistema.
Pero aunque el ajuste sea inevitable en Grecia (y otros países), todavía aparecen economistas que, en nombre de Keynes y sus teorías de la década del treinta del siglo pasado, proponen que Europa siga poniendo dinero. Dicen que si hay ajuste, bajará el nivel de vida del pueblo heleno, lo cual es exacto. Dicen también que, conforme a las enseñanzas de JMK, en tiempos de crisis hay que inyectar circulante, bajar tasas, subir salarios, etcétera. Aunque se les explique que Grecia ya viene de esa zona, ellos insisten y advierten sobre la crisis que vendrá.
Lo que sí queda claro es quién pondrá la plata que los keynesianos proponen: los países que hacen bien los deberes, que son prolijos en la administración de sus recursos y que no gastan más de lo que tienen para gastar. En ese caso, razonablemente, se resisten a continuar asistiendo a los que no supieron administrar y vivieron durante años por encima de sus reales ingresos.
Además, está claro que, quienes presten ahora a un país en la situación en que se encuentra Grecia, en breve será acusado de colocar en forma irresponsable su dinero, sin tener en cuenta la solidez del deudor y su capacidad de repago. Y, si no prestan, será señalados como egoístas que no comparten su prosperidad con los pueblos que atraviesan por dificultades.
Razonablemente un ciudadano alemán ha de preguntarse por qué él tiene que financiar los dispendios de los griegos y, llegado el caso, hasta cuándo debe hacerlo.
La política económica que hoy obliga a ajustar no es distinta sino que es la misma que en años anteriores expandía y gastaba por encima de los ingresos.
En la fase expansiva, nadie se queja, nadie criticaba al gobierno, nadie le advertía sobre lo que sobrevendría.
Pero cuando hay que ajustar, aparecen los indignados.
Nosotros sabemos de qué se trata eso, Grecia.

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