martes, 7 de febrero de 2012

Un camino conocido. Por Gonzalo Neidal

El gobierno ha comunicado su resolución de proteger la industria nacional.
Tal el enunciado con el que respalda la reciente decisión de entorpecer las importaciones, analizarlas una por una, pedirle a los importadores que anticipen sus pedidos y dilatar de cualquier forma la entrada de productos extranjeros.

¿Por qué el gobierno recién ahora se ha decidido por esta política de restricción de las importaciones? Porque teme quedarse sin divisas, sin dólares. Pero esto no puede decirse de ninguna manera. Entonces conviene envolver estas medidas rudimentarias, picapedreras, con el papel dorado que las muestre como una gran estrategia de desarrollo económico nacional, recién descubierta y prolijamente ignorada durante los ocho años anteriores.
Todo necesita una justificación épica. Todo debe ser explicado en razón de elevados objetivos nacionales y populares. Es verdad que la primera reacción de todos los países ante una crisis de divisas consiste en restringir las importaciones a fines de evitar padecimientos en su balanza comercial. Así lo hicieron incluso los liberales cuando gobernaron el país después del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. No es una estrategia de industrialización: es un rústico proteccionismo dictado por la escasez de divisas.
Un par de veces la presidenta ha dicho que ahora se reemplazará el “pet” (envase plástico de las bebidas) por vidrio. Alegó dos motivos: razones de orden ecológico y la confirmación, por parte de su hijo Máximo, de que la Coca Cola en envase de vidrio tiene un gusto incomparable. Claro que esa decisión no entraña demasiados problemas. Distinto es el caso de nuestra relación con Brasil y los socios del MERCOSUR. Brasil, podría optar por una política similar a la nuestra y continuar restringiendo nuestras exportaciones, en un juego de presiones que nos llevará a todos a mayores complicaciones.
Algunos cálculos recientes informan que el nivel de integración nacional de la industria automotriz alcanza sólo el 30% cuando en tiempos de Frondizi llegaba al 90%. Lo cierto es que en el mundo global, el entrecruzamiento de insumos no puede ser medido de ese modo. Seguramente argentina compensa sus importaciones de algunas piezas con exportaciones de otras. La restricción en la importación de unas puede derivar en impedimentos para la exportación de otras. La eficiencia, la incorporación de tecnología a la producción, la innovación no son ajenas a los flujos de intercambio en estos tiempos globales.
Poner el sello de “Hecho en la Argentina”, muchas veces resulta una ficción, como ocurre en Tierra del Fuego con la producción (en realidad, mero armado) de productos de alta tecnología a los que se les añade ínfimo trabajo nacional, todo ello envuelto con mucho discurso nacionalista.
Como ya dijimos, no estamos en presencia de una meditada estrategia de industrialización por sustitución de importaciones. No: son los humores de Guillermo Moreno y la escasez de dólares lo que signa esta chapucería comercial.
De todos modos, si concediéramos que existe tal estrategia, cabría señalar que se trata de algo que el tiempo, la historia y los cambios ya la recluyeron al desván de la historia. La protección ilimitada del mercado local para reservarlo como coto de caza a los industriales nacionales, pasado el tiempo deviene en un “achanchamiento” de los beneficiarios de la protección. Se vuelven renuentes a la innovación, reticentes a la inversión y se alejan cada vez más del modelo “schumpeteriano” del industrial emprendedor, creativo, incluso arriesgado.
A la vuelta de estas políticas, se sabe, más que un empresario romántico y amante de la producción innovadora, nos encontramos con un burócrata de escritorio, preocupado por conservar el privilegio de un arancel elevado y ávido de una ganancia abultada, que paga el resto del país, y que él embolsará para enviar al exterior o invertir en tierras, porque no necesita invertir: ya está protegido por un burócrata gris que se cree Gardel.





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