viernes, 3 de febrero de 2012

Entre la rebeldía y la sumisión. Por Gonzalo Neidal

Las relaciones de Córdoba con el poder central siempre han sido conflictivas. Nuestra provincia ha cultivado largamente su perfil de rebeldía y desafío hacia Buenos Aires. Es una actitud de provincia grande, que se siente autosuficiente y que siempre está haciendo notar su fuerza y la posibilidad de establecer criterios propios para lo que fuere.

Hace un par de décadas, Córdoba tuvo un peso importante en la política nacional a través de la Fundación Mediterránea, instrumento creado por un puñado de industriales del interior para que sus ideas fueran escuchadas en la Capital Federal y que transformó la política económica del país durante el gobierno de Carlos Menem.
Luego, el acuerdo de Menem con De la Sota le permitió a éste finalmente acceder a la gobernación tras varios intentos fallidos. Durante los años de De la Rúa fue cuando la provincia consiguió que se la compensara en razón de no haber accedido, en su momento, a ceder la Caja de Jubilaciones a la Nación.
Después de la crisis, la relación con Eduardo Duhalde fue óptima: el apoyo de Córdoba le valió poder aportar un miembro a la Corte Suprema de Justicia y luego, ocupar el primer lugar en la grilla de candidatos a presidente que impulsara Duhalde, proyecto que no prosperó porque las encuestas se resistieron a mostrar un De la Sota triunfador. Ahí apareció la idea de Néstor Kirchner y todo lo demás es historia muy reciente.
Con este gobierno, con los Kirchner, la relación nunca fue buena. Pero empeoró considerablemente a partir del conflicto con el campo, hace cuatro años. En ese momento, Juan Schiaretti se alineó, decididamente, con el sector rural. Era comprensible: de ahí provienen los votos decisivos para el peronismo en la provincia. El apoyo dado al campo fue firme y decidido. Incluso el actual gobernador, que aparecía poco, en esos días sumó un par de declaraciones ásperas contra el gobierno nacional y el estilo K de conducción. Córdoba sumó sus diputados y senadores al rechazo de la Resolución 125. Fue como declarar la guerra.
Es que en ese tiempo, todo parecía indicar que el gobierno de Cristina no tendría la posibilidad de una reelección. Pero todos sabemos lo que ocurrió. La fractura sufrida en ese momento no logró ser reparada hasta hoy. El triunfo de De la Sota abría una nueva esperanza para el peronismo de Córdoba. Sobre todo si, pocos días después, Cristina obtenía votos que implicaban una segunda vuelta. El abrumador triunfo oficialista significó un debilitamiento ostensible de Córdoba y el peronismo local. El kirchnerismo se quedó con la lista de diputados nacionales y por primera vez desde que existe, el peronismo no tiene senadores que representen a la provincia en el Congreso.
En definitiva: la situación no es buena sino más bien vulnerable. Córdoba carga sobre sus espaldas la pesada hipoteca del déficit de la Caja de Jubilaciones que la Nación se comprometió a compensar pero olvidó hacerlo durante todo el año pasado, mostrando una actitud y una voluntad de no colaboración.
Podrá decirse que la vulnerabilidad actual de la provincia es producto de las decisiones tomadas por sus gobernadores. Y es, efectivamente, así. Primero fue Ramón Mestre que se negó a aceptar el traslado de la Caja de Jubilaciones. Luego, fue De la Sota el que aumentó el déficit de la Caja hasta niveles que afectan las finanzas provinciales. Más tarde, Juan Schiaretti hizo su aporte al alinearse con el campo. Los Kirchner, se sabe, no aceptan diferencias ni desafíos y hacen pagar a quienes osan discutirle lo que fuere.
En medio de tanta tensión y tanta tormenta política y meteorológica llegó una buena noticia para el gobernador: Cristina lo habló interesada en la situación de la provincia tras el meteoro y es una buena razón para ilusionarse con que esa llamada signifique un cambio de trato por parte de la Nación. Claro que llega en un momento en que los fondos escasean y si hay algo de lo que el gobierno nacional no quiere ni hablar es de pagar deudas y poner plata.



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