jueves, 20 de enero de 2011

Cuba rectifica en privado. Por Mauricio Vicent

(Publicado en el diario El País de Madrid)
Sí, hay motivos para el optimismo: esta vez parece que no hay marcha atrás", dice con cierta seguridad Enrique Núñez, dueño de La Guarida, uno de los paladares más conocidos de La Habana y de toda Cuba. Por este restaurante privado, que sirvió de escenario en 1993 a la famosa película Fresa y chocolate, han pasado personalidades como Jack Nicholson, la reina Sofía de España, Sting, el escritor Arthur Miller y una larga lista de artistas y empresarios, además de decenas de congresistas y políticos norteamericanos en discretas misiones diplomáticas. Fueron catorce años de manjares y éxitos, hasta que hace aproximadamente año y medio su dueño decidió cerrar el negocio por diversas razones, entre ellas "el estrecho marco legal para operar" y, sobre todo, porque no veía "claras las cosas ni el futuro".
Sin embargo, las cosas en Cuba empiezan a moverse. En lo que se refiere a la iniciativa privada y el autoempleo, al menos, el panorama y las circunstancias han variado de forma sensible y ahora, al calor de las últimas medidas del Gobierno de Raúl Castro,Nuñez acaba de reabrir su restaurante.
Esta misma semana estuvo cenando en una de sus mesas el influyente senador demócrata Carl Levin, en un viaje para evaluar los recientes acontecimientos y tomar el pulso a los posibles cambios en Cuba. "Sin duda es un momento muy interesante, la gente intuye que en Cuba está todo por hacer", afirma Núñez. Por un lado reconoce que muchas personas siguen siendo "muy escépticas" ante los cambios después de tantas expectativas frustradas. Por otro observa que "cada vez habrá más oportunidades para el que las sepa ver".
Ciertamente, La Guarida siempre fue un adelantado a su tiempo. Cuando a mediados de los años noventa Fidel Castro ensayó el experimento de las reformas obligado por el colapso del campo socialista, este paladar enclavado en el cogollo de Centro Habana no solo fue un negocio pionero, sino que se convirtió en símbolo de la nueva Cuba que pudo ser y no fue. "En aquel tiempo, nadie sabía qué iba a pasar", dice Enrique Nuñez, ingeniero de formación, al recordar las duras circunstancias del Periodo Especial, cuando decidió embarcarse en la aventura de montar un negocio privado en la costura de un sistema socialista a la vieja usanza, donde el Estado controlaba el 90% de la economía y despreciaba todo lo que oliera a particular.
"La realidad es que el cuentapropismo siempre fue visto con desconfianza. Se consideraba que era un mal necesario y una fuente de contaminación", recuerda Jesús, otro cubano con negocio particular. En el caso de los restaurantes privados, las restricciones "eran draconianas", afirma: solo podían tener 12 sillas, les estaba prohibido vender carne de res y mariscos, no podían contratar empleados -lo único permitido era la "ayuda familiar"- y además los dueños debían pagar 800 dólares de impuestos mensuales solo por abrir la puerta.
Por supuesto, todo el mundo violaba el sinfín de prohibiciones, pero muchos no supieron ni pudieron sacar a flote sus negocios privados y otros sucumbieron asfixiados por la presión. En el momento de mayor auge llegó a haber unos 600 paladares; de ellos, solo resistieron unas decenas. De igual modo, si a mediados de los noventa 200.000 cubanos tenían licencia legal para ejercer el trabajo por cuenta propia, en octubre de 2010 quedaban apenas 148.000.
Un economista cubano opina que lo que sucede hoy en su país "se parece a la reforma de los años noventa, pero tiene poco que ver con ella". En aquel momento se trataba de una situación de emergencia, la cuestión era tapar huecos para evitar despeñarse tras haber perdido el 35% del PIB en tan solo tres años. Pero "para Cuba no se trata ahora de maniobrar para sobrevivir", advierte Jorge Gómez Barata, ex dirigente del Comité Central del Partido Comunista y colaborador del diario Granma.
Esta vez, el Gobierno de Raúl Castro pretende sentar las bases de un nuevo modelo de economía mixta, en el que el Estado reducirá considerablemente su papel y se transformará en regulador, aunque mantendrá intacto el control político. El presidente cubano lo ha repetido por activa y por pasiva: el paternalismo oficial y las políticas igualitaristas se acabaron, es imposible sostener una plantilla estatal de 4.200.000 funcionarios y empleados, equivalentes al 80% de la población activa.
El plan oficial es eliminar 500.000 empleos estatales en 2011 y un total de 1,3 millones en el plazo de tres años, una cifra tremenda, que afecta a uno de cada cuatro cubanos que trabajan para el Estado.
Pero existe una generación, alerta el novelista Leonardo Padura -que está entre los 45 y los 55 años y que ha sido educada (o maleducada) en el socialismo- a la que "reciclarse" va a resultar tan difícil como salir adelante en una sociedad competitiva.
Para darse cuenta de la Cuba que viene basta darse un paseo por algunas zonas céntricas de La Habana o por pueblos cercanos como San José, capital de la provincia aledaña de Mayabeque -recién creada con el propósito de reducir la burocracia y sacar a miles de funcionarios de las plantillas infladas-. Por todos lados hay tarimas de venta de frutas y viandas, las pequeñas cafeterías florecen en cualquier soportal y también proliferan los vendedores de cazuelas, platos y otros accesorios del hogar. Hay manicuras, tatuadores, nuevas ofertas de taxis y casas de alquiler junto a chamarileo de desodorante, discos piratas o velas de fabricación criolla; en fin, un gigantesco mercadillo precario y bullanguero que apenas está despertando.
Las cifras hablan por sí mismas: entre octubre y diciembre se han concedido 75.000 licencias a cubanos que han pedido trabajar por cuenta propia en alguna de las 178 profesiones autorizadas, y eso que las hay tan increíbles como "forrador de botones", aguador, cartomántico o "desmochador de palmas". Según datos oficiales, la mayor demanda es para la actividad de "elaboración y venta de alimentos", con 22% de las licencias, mientras que la contratación de empleados, antes prohibida, se lleva el 16% de los permisos.
Un dato revelador es que si entre 1994 y 2010 se concedieron como promedio 25 licencias diarias, en los últimos tres meses son más de mil cada día. El propósito es incorporar al sector privado, de ahora al 2015, a 1,8 millones de personas. Si se tiene en cuenta que hoy, con una población activa de algo más de cinco millones de trabajadores, unas 820.000 personas son cooperativistas o trabajan por su cuenta, se entiende la magnitud del reto, que tiene descolocados a muchos dentro del propio sistema.
No son pocos los cubanos que dudan de la actual apertura a la iniciativa privada. Argumentan que, además de ser insuficiente, puede ser "reversible" y ponen como ejemplo lo que ocurrió a finales de los años noventa, cuando Fidel Castro plegó velas y cercenó la reforma flexibilizadora una vez que pasó el peor momento de la crisis.
Según Gómez Barata, "por razones diversas, las reformas iniciadas en los años noventa se detuvieron e incluso hubo retrocesos". "El nuevo siglo estrenó un clima de indiferencia e incluso de resistencia a la rectificación y las reformas, que hizo a algunos pensar en la posibilidad de que la revolución cubana fuera afectada por el inmovilismo característico de la Unión Soviética", pero "aquel momento está superado".
Raúl Castro lo dijo con todas las letras en su último discurso ante el Parlamento, el pasado mes de diciembre: "O rectificamos o nos hundimos y hundimos el esfuerzo de generaciones enteras". No hay marcha atrás esta vez.
Las nuevas normativas hoy permiten a Enrique Nuñez tener contratadas legalmente a 10 personas -por supuesto, pagando impuestos y su seguridad social- y no tener que andar por el filo de la navaja. "Eso es una buena noticia", dice. No es tan buena noticia el límite de capacidad impuesto, que antes era de 12 sillas y ahora se amplía a 20. Quizá se trate de un símbolo de otros temores y lentitudes que son también el hueso de la reforma.
En un momento de su intervención ante el Parlamento, Castro contó una anécdota nada gratuita para poner de manifiesto la ineficiencia del modelo cubano, en contraposición con la efectividad del socialismo vietnamita. "Después de la guerra de agresión norteamericana contra Vietnam, el heroico e invicto pueblo vietnamita nos solicitó que le enseñáramos a sembrar café, y allá fuimos; se le enseñó, se le trasladó nuestra experiencia", relató. Su coletilla fue: "Hoy Vietnam es el segundo exportador de café del mundo. Y un funcionario vietnamita le dijo a a su colega cubano: '¿Cómo es posible que ustedes, que nos enseñaron a sembrar café, ahora nos estén comprando café?'. No sé qué le contestó el cubano. Seguro que le dijo: 'El bloqueo".
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martes, 18 de enero de 2011

Cómo administrar la abundacia. Por Juan Alemann

En los últimos veinte años, la economía argentina experimentó una profunda transformación. En el Gobierno siempre se habla del crecimiento y de los cambios operados durante el período kirchnerista, pero esto induce a error, ya que el cambio se inició en 1989 y el alto crecimiento sólo se explica a partir de las reformas estructurales de la década del 90 y de la revolución tecnológica.
Entre 1990 y 1998, el producto bruto interno creció un 60%. Luego bajó un 20% hasta 2002, y a partir de allí aumentó un 70%. La cuenta total arroja un plus del 126%, y por habitante, algo más del 100%. Aun ajustando algunas cifras del PBI (cuyo cálculo nunca es exacto), el crecimiento ha sido fenomenal, muy superior al histórico (que en el siglo pasado fue, en promedio, del orden del 3,5% anual, con un mucho mayor crecimiento poblacional que en las últimas dos décadas). Pero, además, el crecimiento de 1990 a 2010 estuvo acompañado de transformaciones cualitativas profundas, entre las que se destaca la telefonía móvil y la computadora personal con Internet.

Las causas básicas de este alto crecimiento son tres:
1. Las privatizaciones de la década del 90, mediante las cuales se logró una sensible mejora en los servicios públicos, se dio un fuerte impulso al crecimiento económico, se eliminó una carga insoportable para las finanzas públicas y se obtuvieron importantes ingresos fiscales adicionales. YPF pasó a ser el mayor contribuyente, tanto globalmente como en relación con el impuesto a las ganancias, que antes no pagaba. En materia de telefonía, pasamos de 2,7 millones de líneas en 1990 -que funcionaban defectuosamente- a 8 millones de conexiones fijas y más de 50 millones inalámbricas, por celular. En materia de electricidad, las usinas privatizadas que antes constituían la estatal Segba operan a plena capacidad (que ha sido fuertemente aumentada, sobre todo por introducción del ciclo combinado), con mínimos inconvenientes -a pesar de los palos en la rueda que pone el Gobierno-, cuando en la crisis de enero de 1989 Segba trabajaba a un tercio de su capacidad. En materia portuaria, la mejora es sideral; aquí se suma a la privatización la desregulación. La siderúrgica Somisa sólo podía operar con alta protección y precios elevados, mientras que su sucesora Siderar opera con alta eficiencia, exportando acero, y obtiene ganancias y paga altos importes por el correspondiente impuesto. Y suma y sigue. Sin las privatizaciones, el crecimiento de la primera década del nuevo siglo simplemente no hubiera sido posible. A pesar de que el Gobierno se ocupó, a partir de 2002, de poner trabas a las empresas privatizadas, éstas siguieron operando en forma eficiente. Este es el meollo de la cuestión: el Estado es intrínsecamente ineficiente, en especial cuando maneja empresas.
2. La revolución tecnológica, que tuvo su pico en la década del 90 y que fue la mayor de toda la historia de la humanidad, tuvo un formidable efecto sobre el crecimiento económico. Se concentró en tres aspectos: telefonía (en especial teléfonos móviles); computación y sistemas informáticos (en especial, Internet), y biotecnología (en especial, la elaboración de semillas genéticamente modificadas). Aparte de esto, hubo muchos otros avances; por ejemplo, la introducción generalizada de la siembra directa en nuestra agricultura y la fenomenal expansión de feedlots . Además, la computación también transformó las máquinas, con mayor automaticidad y mucha más productividad por operario. Hubo una verdadera explosión tecnológica.
3. La aparición de China y luego de India y otros países, como grandes compradores de commodities que la Argentina exporta. Gracias a ello, el precio internacional de la soja aumentó a más del doble. Pero el fenómeno no sólo afectó a cereales y oleaginosas, sino a toda suerte de metales y minerales que la Argentina produce y exporta en creciente cantidad, e incentivó inversiones en minería. Esto permitió también que la recesión mundial de 2009 tuviera poco impacto en la Argentina, ya que, a diferencia de la crisis del 30, cuando los precios de nuestras commodities se derrumbaron, esta vez se mantuvieron relativamente altos. Los términos de intercambio se modificaron dramáticamente a favor de nuestro país por la suba del precio de las commodities que exportamos y por la baja en el precio de computadoras y productos conexos, que importamos. Si medimos el precio de las maquinarias importadas, no por su peso, sino por su productividad, también hay bajas.
En este contexto, y conforme al "modelo" de los Kirchner, el Estado creció mucho. En sus tres niveles (nacional, provincial y municipal) requería menos del 30% del producto bruto interno en 1990, mientras que ahora está cerca del 40%. Teniendo en cuenta el crecimiento del período, esto significa que en términos absolutos y reales (sin tener en cuenta la inflación), el sector público gasta el triple que hace 20 años, cubriendo la casi totalidad con ingresos genuinos. Además, por el drástico corte de la deuda pública y la reducción compulsiva de intereses, se redujo la carga de los mismos a una fracción de lo que era antes.
Esto permitió implementar políticas sociales que en otras épocas hubieran sido financieramente imposibles: el otorgamiento masivo de subsidios a familias muy pobres; el aumento de las jubilaciones mínimas (muy por encima de la inflación); la incorporación al régimen jubilatorio de unos 2,3 millones de personas que habían cumplido con la edad requerida, pero no con los aportes; el subsidio a 3,5 millones de menores; el regalo de 500 pesos a los que perciben la jubilación mínima y el creciente subsidio a las tarifas de servicios públicos esenciales (electricidad, gas, agua, transporte público), que beneficia fundamentalmente a personas de menores ingresos.
Frente a la abundancia de recursos del Estado, se plantea inevitablemente el interrogante de si en materia social no se podría haber hecho más o haber hecho las cosas mejor. Sin duda, si el Estado no hubiera dilapidado tantos recursos en los últimos años se podrían haber destinado más recursos a programas sociales, especialmente a la vivienda, un problema crítico. El aumento del número de empleados públicos en cerca de un millón en la última década era innecesario. Además, la reestatización de empresas privatizadas y la creación de nuevas empresas estatales tuvo un alto e innecesario costo para el Estado. También hubo dilapidación en la ejecución de inversiones públicas, por proyectos deficientes y mala ejecución, y por haber asumido inversiones que podrían haber hecho (mejor y más barato) empresas privadas. Además, hubo importaciones caras e innecesarias de gasoil, mientras se exportaba el mismo combustible a menor precio. Finalmente, hubo mucho subsidio injustificado, directo e indirecto, a personas pudientes.
Pero, aparte de esto, en materia de vivienda se podría haber hecho más, con métodos constructivos más racionales, con traslado de tareas de terminación a los propios beneficiarios y con apoyo a programas de autoconstrucción y de cofinanciación. Pero, además, el problema no tiene solución si mantenemos una alta inmigración de personas paupérrimas, que pasan a constituir la mayor parte de los pobladores de las villas de emergencia. Nuestro fuerte crecimiento crea un mayor desnivel con países pobres del subcontinente y atrae más inmigrantes.
Un último punto: la ocupación ha crecido mucho menos que el PBI, con una elasticidad-empleo cada vez más baja, de que modo que la desocupación y la subocupación se mantienen más altas de lo que debería ser, con la agravante de una altísima proporción de trabajadores en negro. Los coeficientes serían muy superiores aún si el Estado no hubiera empleado tanta gente que no necesitaba. Este tema requiere ser pensado en profundidad: en especial, es imprescindible repensar la política laboral dando prioridad a los incentivos para emplear más personal por sobre las mejoras a los privilegiados que ya trabajan en blanco.
© La Nacion
El autor, economista, fue ?secretario de Hacienda de la Nación
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domingo, 16 de enero de 2011

Nuestro juego de tonta rebeldía. Por Abel Posse

(Nota publicada en Diario Perfil)
Somos un país que se quiso europeo y de cultura occidental, pero nos pasamos nuestros dos siglos tratando de refunfuñar contra Europa y el Imperio imaginando un “ser argentino” y siendo poco leales con los valores occidentales. Marcelo Gullo distingue entre insubordinaciones fundantes e insubordinaciones estériles. En estas últimas nos anotamos. Nos gusta la insubordinación lúdica, la rebeldía de gestos repetidos que se quedan a medio camino.

Argentina es un país atípico en el panorama internacional. Si se acepta con Jünger que la rebeldía es la premisa para ser, hay que reconocer que la Argentina en muchas ocasiones trató de afirmar su presencia con una rebeldía (más bien declarativa) frente al “discurso internacional dominante”.
Desde el arranque hemos sido un país indócil. La Corona y la Iglesia no se preocupaban mucho por estos poblados perdidos entre pampas y travesías. La civilización así se tornaba teoría. Los decretos y las bulas se esfumaban en un silencio de leguas de pajonales. El desierto, lo abierto, protegía a todos los que hacían y los que no hacían nada. Paradójicamente, el desamparo amparaba. No es extraño que estas tierras hayan producido al gaucho mestizo étnica y culturalmente, como puente ambulante entre el mundo de la civilización y la barbarie. Anarquista por antonomasia, anarquista existencial. Lo abierto liberó hasta a los españoles que en América se sintieron salvados de la metrópolis estamentaria y represiva de su tiempo. Comprobaron que los temibles espacios eran, sin embargo, también la libertad. En la plebe conquistadora se produjo lo que más tarde se reiteraría en las sucesivas etapas inmigratorias: en la Argentina, en América, sintieron que empezaron a ser aquello que no pudieron ser en el mundo civilizado del que llegaban. En la barbarie del desierto resurgían las cuerdas de una humanidad y una hombría sepultadas en los seres más postergados y humildes. Tal vez esto explica que hayamos empezado a perder el respeto por esas “potencias centrales” y esa civilización que se erigía como modelo del mundo. Creció en nosotros esa seducción de la barbarie, como la definió con originalidad Rodolfo Kusch y que tanto preocuparía a Sarmiento. Vivíamos en la tierra nueva todas las posibilidades abiertas, cierto “vértigo de la libertad”, como lo describía Kierkegaard.
Curiosamente, nuestros héroes históricos se dividirían entre próceres civilizadores “fundantes” como Sarmiento, Roca, Avellaneda, Yrigoyen y rebeldes como Rosas, Facundo, Peñalosa, Guevara o Evita. Es de observar que la Argentina no dio santos ni tampoco policías memorables como Marlowe, Wallander, Poirot o Holmes. Nuestra literatura es mayor, reconocida mundialmente, pero nunca plasmamos la figura humana de uno de estos detectives que desenmascaran el mal y el crimen como mandato moral ineludible. Nada expresa mejor nuestra repetida ambigüedad que José Hernández cuando el sargento Cruz, que tiene que detener a Martín Fierro por orden del juez, se une al criminal que resiste valientemente a la partida enviada. Cruz pelea con Fierro como movido por el valor del reconocimiento al coraje y con desprecio de la ley. Ni Fierro ni Cruz son indios. Detestan racialmente a los indios y sienten que pertenecen al “mundo civilizado”, pero se les cae un lagrimón, según el maravilloso texto, cuando dejan atrás los últimos caseríos y se adentran en el desierto. Van hacia esa barbarie que tampoco les interesa ni les cuadra y que despreciarán en los terribles hechos del relato. Cruz muere enfermo, miserablemente, y Fierro logra fugar hacia la civilización después de matar a un caciquejo sádico.
Ya pasaron muchas décadas en la joven vida argentina, pero no hemos logrado abandonar el tic de la insubordinación estéril, de cierta simpatía ante el delincuente sin causa fundante. Ahora vivimos una etapa política, en este fin de mandato, donde se evidencia una vez más esta extraña dialéctica argentina. Somos un país de éxito probado, con gusto por la riqueza y la modernidad y el hedonismo en sus ciudadanos y sobre todo en sus gobernantes y, sin embargo, aparecen gestos (como aquella famosa “contracumbre” de Mar del Plata de 2004) donde demostramos una agresividad digna de la “etapa infantil” del izquierdismo progre. Una ya intolerable oscilación entre ser y no querer ser y seguir siendo.
*Escritor y diplomático.
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miércoles, 12 de enero de 2011

El error de la prensa militante. Por Silvio Waisbord

En un país políticamente dividido no sorprende que el periodismo esté dividido. Como en otras democracias polarizadas de América latina, las divisiones políticas atraviesan el periodismo argentino. Como nunca desde la restauración democrática, la profundización de diferencias, peleas públicas y acusaciones cruzadas entre periodistas y medios de prensa cobraron notoriedad.
Dentro de este debate, se ha reflotado la idea del "periodismo militante" como modelo deseable. A pesar de ser comúnmente utilizado en la política argentina, no es claro qué significa "militante" cuando se usa para adjetivar al periodismo. ¿Es aquel que defiende un gobierno o partido más allá de errores, secretos y contradicciones? ¿Es el que defiende sus convicciones sin importar cómo las demandas sociales se transforman en políticas públicas? ¿Es ideológicamente puro o es una criatura de la realpolitik dispuesta a tolerar cualquier negociación política? ¿Es el periodismo que informa sobre cuestiones que estrictamente calzan en la agenda política de un partido o gobierno? ¿Es el periodismo que, autonombrándose voz legítima de la voluntad popular, ignora que lo "popular" representa una sociedad civil con múltiples demandas, necesidades, conflictos e intereses?

La idea de "periodismo militante" como apéndice de un partido o gobierno es problemática para la democracia no necesita una prensa que sirva de portavoz de ningún oficialismo.
Idealmente, el periodismo debe ser escéptico frente al poder y no ser crítico según el color político o ideológico de quien detente el poder. Debe mostrar los datos de la realidad porque los gobiernos y partidos tienden a producir y creer en sus realidades. Debe investigar los pliegues del gobierno porque el poder inevitablemente mantiene lugares oscuros. Debe poner la lupa sobre problemas que necesitan atención pública y no justificar la noticia según la razón partidaria. Debe estimular a los ciudadanos a conocer lo que ignoran en vez de confirmar sus preconcepciones militantes. Debe incrementar oportunidades para la expresión de la ciudadanía y organizaciones civiles y no ser ventrílocuo de quienes están rodeados de micrófonos. Debe marcar los errores y olvidos a cualquier oficialismo y no ayudar a cubrirlos cualquiera sea la justificación. Como destacó Walter Lippmann, uno de los columnistas más influyentes en los Estados Unidos durante el siglo pasado: "Sin periodismo crítico, confiable e inteligente, el gobierno no puede gobernar".
El mejor periodismo no es aquel que marcha encolumnado detrás de un partido o gobierno. La última década de la prensa mundial confirma que el buen periodismo no tira rosas al paso de los funcionarios o barre la basura bajo la alfombra en nombre de la lealtad partidaria. El periodismo que denunció torturas en Abu Ghraib, mostró la desidia oficial durante la catástrofe disparada por el huracán Katrina, reveló recurrentes problemas de seguridad en la explotación minera global y analizó el casino del sistema financiero después de la crisis de 2008, se basó en principios similares: desconfiar de la palabra oficial, recoger información de forma independiente y mostrar una realidad desconocida por el gran público y ocultada por el poder.
En los Estados Unidos, el periodismo contemporáneo más interesante, como el que se practica en ProPublica, La Voz de San Diego, The Saint Petersburg Times o la Cadena Nacional de Radio Pública, cultiva las virtudes del periodismo como actor cívico más que como miembro orgánico de un partido. Ni The Independent o The Guardian, en Inglaterra, otros ejemplos del mejor periodismo actual, se ponen la camiseta de partidos o gobiernos, aunque frecuentemente toman posiciones claras (ubicadas a la izquierda del espectro político) sobre una amplia gama de temas.
Que el periodismo mantenga distancia del poder no implica que jamás indique aciertos oficiales o tenga convicciones y posiciones claras sobre determinados asuntos. La diferencia es informar sobre la base del compromiso con principios democráticos -igualdad de derechos, tolerancia a la diversidad, respeto a la diferencia de opiniones, acceso a oportunidades de expresión, rendición de cuentas, transparencia del uso de recursos públicos, participación amplia- o la adhesión a gobiernos de turno y plataformas partidarias.
Asimismo, las experiencias en otras democracias muestran que el "periodismo militante" privilegia la opinión frente a los datos. Si consideramos el caso de la cadena Fox en Estados Unidos o gran parte de la prensa española, vemos que la tendencia es ignorar datos que contradicen convicciones ideológicas. Se justifica presentar información sesgada para confirmar las certezas militantes y regocijar a los funcionarios aliados. El pensamiento crítico del periodismo es reemplazado por el acatamiento del militante. Cuando la opinión abunda, escasea el periodismo que recaba datos originales y verifica promesas y pronunciamientos políticos. Analizar información o hacer investigaciones propias es más costoso que aplaudir lo que dice el oficialismo o la oposición.
Contraponer el periodismo como guardián público frente al "periodismo militante" no implica asumir que la prensa sea efectivamente autónoma. En todo el mundo, el periodismo no es una isla, sino que es parte de redes complejas informativas, políticas, y económicas. La autonomía del periodismo, tan celebrada de izquierda a derecha, es difícil. Aún en los países donde la radiodifusión pública está sustentada en el principio de independencia del poder político (como la BBC o en los países escandinavos), el periodismo enfrenta dificultades constantes para mantener márgenes de independencia, especialmente cuando informa sobre temas que afectan a encumbrados intereses políticos y económicos. Esta realidad, sin embargo, no justifica abandonar la búsqueda de distancia frente a quienes toman decisiones que afectan a la ciudadanía. La credibilidad del periodismo radica en cultivar espacios de autonomía para informar algo que alguien con poder no quiere que se sepa.
Otra cuestión sensible es el financiamiento del "periodismo militante". ¿Quién paga por la producción cotidiana de noticia, información y opinión? Veamos las opciones. La opción del viejo periodismo partidario, en vías de extinción en el mundo, fue ser financiado por las grandes maquinarias políticas y los afiliados a los partidos. En la Argentina, con partidos en crisis perpetua y con crónicas dificultades financieras, esa posibilidad no parece viable. ¿Dinero de los lectores? Difícilmente sea posible. La última década de acceso gratuito a sitios informativos en Internet confirma que el público lector rara vez está dispuesto a pagar, aun cuando lee religiosamente y depende de ciertos medios para su dieta cotidiana de noticias. Somos un gran universo ávido de noticias, pero sin interés de pagar por el costo de producción, ni siquiera una contribución monetaria mínima. Otra posibilidad, actualmente en discusión en los Estados Unidos y algunas democracias europeas, es la filantropía como sustento del periodismo. Por el momento, esto no parece factible en nuestro país.
Las posibilidades restantes son las clásicas que han sustentado económicamente a la prensa en América latina: publicidad, fortunas personales y dineros públicos manejados por el oficialismo. Si es la publicidad, ¿cómo se condicen los intereses mercantiles con la militancia política? ¿La publicidad militante? ¿El capitalismo partidario? Si son las fortunas personales, es factible imaginar que los intereses individuales de los magnates no siempre coincidan con la mística e ideología militante. Y las fortunas personales invertidas en la prensa son proclives a los vaivenes económicos y acuerdos políticos puntuales.
Si los fondos públicos son el sustento del periodismo militante, obviamente, esto continúa un problema medular y de larga data de la democracia argentina: el uso discrecional de dinero del Estado para sustentar el periodismo oficialista y no, precisamente, el periodismo que sirve al público. Salvo que se intente, al igual que se hizo con diversa suerte en las democracias europeas (como en los Países Bajos), asignar fondos públicos a las fuerzas partidarias representadas en el Parlamento para que tengan su propio periodismo. Tal tipo de política requiere un consenso amplio entre los principales partidos sumado a una radiodifusión realmente pública, inclusiva y transparente. En un país polarizado y fragmentado en partidos y coaliciones que duran una elección, ésta es una ilusión más que una realidad.
Frente a los problemas, la debilidad o la inviabilidad de estas alternativas de financiamiento, ¿cómo se sostiene económicamente el "periodismo militante"?
Hoy en día, no hay modelo ideal de periodismo. Los ideales de la objetividad, la neutralidad y el abstracto interés público no tienen el lustre del pasado. Pregonados por el periodismo norteamericano y la radiodifusión pública inglesa a principios del siglo pasado, estos ideales ya no dominan el imaginario periodístico. Actualmente, hay múltiples periodismos inspirados por diversos principios. La explosión informativa y las presiones comerciales sobre las grandes empresas de prensa trajeron cambios en la concepción del periodismo e impulsaron la búsqueda de nuevas fórmulas. En las democracias europeas, conviven rezagos de la tradición de prensa ideológica con periodismos interesados por tomar distancia de los partidos. En Estados Unidos, la mesura de los diarios tradicionales se contrapone a la opinión ensordecedora de la televisión de cable. Estas tendencias existen en mundos periodísticos orientados a producir información sensacionalista y liviana, noticias rápidas más que sólidas o relevantes para la democracia, y titulares gritones que capturen la atención de la audiencia.
Dentro de este panorama, ningún periodismo que genera respeto dentro y fuera de las redacciones está embanderado con la militancia a favor de un gobierno o un partido. Esto se debe a la persistente sospecha de que el periodismo militante de un gobierno o montado sobre una plataforma partidaria está dispuesto a tirar la información por la borda en nombre de la lealtad y a ofrecer una visión de cerradura más que una visión amplia de la compleja realidad contemporánea.
El periodismo siempre informa desde un lugar determinado, no desde un utópico Olimpo alejado de la vida política y moral de la ciudadanía. Reconocer esta situación no implica abandonar la idea de que el periodismo debe procurar mantener distancia frente a los gobiernos y ser crítico de los dogmas perpetuados por quienes recitan sus verdades.
Se sacrifican los datos cuando la opinión desinformada domina y se usan anteojeras ideológicas para dar información que confirma previas convicciones. Parafraseando a Hannah Arendt, la libertad de opinión se convierte en farsa cuando se ignoran los hechos en función de la ideología o el poder. Tal situación requiere que el periodismo pugne por tener autonomía, respete los datos, y confronte a los gobiernos y ciudadanos con la información que ocultan, desconocen, o rehúsan saber. Esta debe ser la real militancia del periodismo.
El autor es profesor de Periodismo y Comunicación Política en la George Washington University
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martes, 11 de enero de 2011

El país de las sombras largas. Por Yoani Sánchez


Hay dos hombres en la esquina. Uno lleva un audífono, mientras el otro mira hacia la puerta del edificio. Todos los vecinos saben muy bien por qué están allí. En uno de los pisos vive un disidente y los dos miembros de la policía política observan quién entra y sale del lugar; mantienen el auto cerca para seguirlo a dondequiera que vaya. No intentan esconderse, pues quieren hacer notar que ese sujeto de opiniones críticas está fichado, de manera que los amigos se alejen para no terminar cayendo ellos también en la redes del control, en la telaraña de la vigilancia.


No es un caso aislado. Aquí cada inconforme tiene su propia sombra o grupo de ellas que lo persigue. Los llamados “segurosos” usan, además, sofisticadas técnicas de supervisión que van desde intervenir la línea telefónica, colocar micrófonos en las viviendas o rastrear la ubicación del objetivo a través de la señal de su propio teléfono celular. Son tan devastadores los efectos en la vida personal y social de quienes sufren uno de esos operativos, que hemos dado en llamar a la Seguridad del Estado con nombres terribles como “el Aparato”, “el Armagedón” o “la Trituradora”.
Pero ni siquiera estos militares vestidos de civil pueden escapar del escarnio popular. Hay varias bromas acerca de la desmesurada proporción de segurosos que rondan alrededor de cada opositor. En un tono bajo y mirando por sobre el hombro, muchos apuntan con sorna: “Con tantos brazos que hacen falta en la agricultura y mira a estos aquí, vigilando todo el día al que piensa diferente”. Pues sí, qué contraste se notaría si, en lugar de penalizar la opinión, se dedicaran a labores productivas; si en vez de proyectar su larga sombra sobre los críticos del sistema la dejaran caer sobre una plantica de lechuga o de tomate, sobre ese surco –hoy vacío– que ellos podrían ayudar a sembrar.

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lunes, 3 de enero de 2011

Las fantasías de la izquierda K. Por Luis Gregorich


Aunque el último documento de Carta Abierta, el grupo de intelectuales que apoya al kirchnerismo, está atravesado por pulsiones contradictorias y adopta un discurso en buena parte voluntarista, resulta, por distintos motivos, digno de respeto y análisis. No estamos ante las groserías de Aníbal Fernández o Guillermo Moreno, ni ante el dudoso humor de Amado Boudou. Estamos ante un texto ideológico serio, del grupo que mejor representa el ala izquierda del oficialismo, y que expresa con más sustento sus ideas y principios.

Reunir a un conjunto numeroso de intelectuales y hombres y mujeres de la cultura en torno de un proyecto político es, como se sabe, tarea difícil y poco frecuente. En la Argentina, la última vez que ocurrió algo parecido fue en 1983, alrededor de la candidatura presidencial de Raúl Alfonsín, si bien la tropa pensante se desbandó años más tarde. Lo que diferencia, entre otras cosas, a los intelectuales alfonsinistas de los de Carta Abierta es que éstos se organizaron desde el Gobierno, para defenderlo y prolongarlo, mientras que los de 1983 empezaron desde el llano, sin la seguridad de que irían a gobernar.
¿Es posible, ya que estamos en el tema, un encasillamiento de las principales corrientes político-intelectuales que hoy, por boca de sus simpatizantes, a través de los libros, los medios o la cátedra, tienen alguna influencia en la vida política y social del país?
Ya queda mencionada Carta Abierta, que siempre ha destacado el carácter colectivo de su funcionamiento, aunque sus voceros más asiduos hayan sido el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y el filósofo Ricardo Forster. Podría decirse, de modo un poco esquemático, que la filiación ideológica dominante dentro de este numeroso y variado grupo es la del populismo neomarxista, encarnado con sus matices, aunque se trate de un matrimonio, por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
Descartando las menos ejercidas opciones de extrema izquierda y extrema derecha, y poniendo entre paréntesis a los intelectuales que se proclaman rigurosamente independientes y ajenos a todo interés político (no son pocos), todavía nos quedan dos etiquetas razonablemente activas: los socialdemócratas (reformistas y defensores de las instituciones), entre los que se incluye el suscripto, sin dejar de reconocer que se trata de una categoría difusa que a menudo no excede lo políticamente correcto, y los liberales del progreso (bien alejados del neoliberalismo), tal como escuché autodefinirse, hace años, a un apreciado historiador y politólogo.
El nuevo documento de Carta Abierta, el octavo, recorre los temas políticos y sociales de actualidad, a partir de la muerte de Néstor Kirchner. Lo calificamos de voluntarista, sobre todo, por temas en que claramente confunde la realidad con sus deseos: la creación del mito popular del ex presidente como un mesías revolucionario; la adopción del indo- o latinoamericanismo como ubicación en el tablero mundial; la supuestamente actual y vigente movilización de las multitudes argentinas en busca de la transformación social ("Hay una singularidad propicia en la vida política argentina de estos días, que ha salido a la luz como una evidencia jubilosa?").
En primer lugar, desconcierta un poco la entusiasta aceptación del ex presidente desaparecido, por parte de estos universitarios de izquierda, que no vacilan en sentirse representados por él. Un millonario rentístico, un gran propietario inmobiliario y hotelero no tiene por qué arrepentirse de nada ni donar sus bienes, pero convengamos en que tampoco puede sentirse (no lo pretendió) émulo de Lenin, Rosa Luxemburgo o el Che Guevara. Se dirá que no era un líder revolucionario sino reformista, pero tampoco resiste la comparación con Michelle Bachelet o "Pepe" Mujica. Fue, antes que nada, un audaz y talentoso dirigente peronista, experto en cuestiones de poder, que creyó que "para hacer política se necesita plata", pero que, enriqueciéndose personalmente, entró en un terreno movedizo. ¿Quiénes eran, aun sin disponerlo él, sus representados, y quiénes podían serlo exclusivamente a través de una operación autoritaria?
Otra pasión de escasa credibilidad es la que escenifica a las multitudes, a la manera de Laclau, que además deberían estar dispuestas, a la luz de los acontecimientos de Villa Soldati y del supuesto brote racista y xenofóbico que sobrevino, a franquear la puerta iluminada del indoamericanismo, o, en todo caso, del latinoamericanismo. Es "la polifónica voz de las multitudes entrando a escena a anunciar su decisión de tomar en sus manos la vida política argentina".
Así como Carta Abierta plantea su cuadro épico y movilizador, en que uno ve a cientos de miles de personas, todas bajo una misma bandera, dispersas en decenas de actos en Buenos Aires y las provincias, y golpeando a las entradas de las respectivas casas de gobierno para producir cambios profundos y estructurales en el Estado, así yo tengo derecho a instalar mi propio escenario, bien diferente pero quizá tan fantasioso como el de ellos. No hay fundamento científico válido que respalde a ninguno de los dos.
En ese teatrito mágico que imagino, también se moverían multitudes, pero ahora silenciosas y formadas por individuos, mucha gente cansada de los piquetes sin sentido, de los cortes de calles, de las escuelas que se caen y los hospitales que apenas si funcionan gracias al sacrificio de sus médicos y enfermeras, por allí pasarían muchas personas que creen que la Argentina puede y merece estar en el mundo y no sólo en América latina, y que confían en las instituciones, aunque cada vez un poco menos, que, pese a todo, y sin golpearse el pecho, siguen y seguirán defendiendo la noble causa de los derechos humanos (de los que han sufrido ayer por causa de las dictaduras militares y de los que sufren hoy por la pobreza, que sigue irresuelta pese al crecimiento económico y los grandes discursos). Allí, en mi propio escenario, se pasearía la gente que quiere vivir, sencillamente, en un país normal, si es que tal cosa existe en alguna parte. Epica contra costumbrismo. Lucha heroica contra penas cotidianas.
Pero no hay nada que hacer: los kirchneristas de Carta Abierta no dan su brazo a torcer, sino que proclaman "la existencia rumorosa de vastos sectores que ya no sólo acompañan, sino que decidieron dar un paso adelante". No se explica con claridad cuáles son esos sectores ni cuál es el paso adelante en el caso de la toma de predios en el parque de Villa Soldati, donde el nivel de fundamentación no sobrepasa la propaganda oficial: se trata de dañar la figura del jefe de gobierno de la ciudad, más allá de los errores que cometió, con un diagnóstico poco menos que terminal (es evidente que el oficialismo prefiere a Macri como principal opositor en las presidenciales de 2011, y por eso polariza con él). Mientras tanto, los punteros kirchneristas que encabezaron las tomas desaparecen o son justificados a través de un confuso enfrentamiento de las jóvenes fuerzas "instituyentes" con las rémoras del detestado pasado neoliberal. Macri es el enemigo: padece de una "monolítica indiferencia ante el sufrimiento social que resulta de su ideología y de los intereses que defiende". Tampoco el documento aclara si los vastos sectores rumorosos pertenecen a alguno de los grupos enfrentados en Avellaneda, o a los rebeldes y vándalos de Constitución, o a los pueblos originarios duramente reprimidos en Formosa, gobernada por el kirchnerismo.
Con todo, la verdadera novedad del documento son los pasajes diseminados a lo largo de toda su extensión y que formulan una discreta crítica interna, que Carta Abierta sólo había insinuado en textos anteriores, y que ahora se hace más explícita. Rodeados por fragmentos laudatorios acerca de las políticas gubernativas, aparecen aquí y allá referencias a lo que no es perfecto, a "lo que falta", instancia que, a su vez, intenta ser ligada, con ardua retórica, al voluntarismo movilizador. Aunque se sigue hablando de conflictividad, ya no se utilizan tanto vocablos como "antagonismo" y "hegemonía", y han hecho su aparición destacada, con sentido negativo, expresiones como "burocracia sindical", y con sentido positivo, palabras como "coalición" y "frentismo". ¿Se propone el comienzo de una nueva transversalidad? ¿La izquierda kirchnerista postula un nuevo orden oficialista sin depender de las estructuras del justicialismo ni de los barones del conurbano? ¿Los intelectuales de Carta Abierta sienten ahora estar más cerca o más lejos de la Presidenta y de sus movidas estratégicas, o siguen aceptando, como el mal menor, sus propias fantasías y contradicciones?
Sólo el tiempo contestará estas preguntas. Mientras tanto, hay que saludar, aun en la discrepancia, a los que se reúnen para debatir nuestro arduo futuro. Y, desde otra vereda y como contrapropuesta, ir construyendo el proyecto democrático y normalizador que el país requiere.



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