martes, 14 de febrero de 2012

La venda de la Justicia. Por Gonzalo Neidal

Hay un conocido chiste que alude a cierto criterio de razonamiento: van dos personas caminando por la vereda y en el piso, tirado delante de ellos, hay un billete de cien pesos. Uno de ellos se apresura a agacharse para levantarlo pero el otro lo frena: “No lo recojas, es un billete falso”. Y el otro le pregunta: “¿Y cómo sabes que es falso? Y el primero le responde: “Muy sencillo, si fuera verdadero ya alguien lo hubiera recogido”.
Este modo de razonar se nos viene a la cabeza, inevitablemente, por lo ocurrido en España con respecto a la condena del juez Baltasar Garzón y la reacción de algunos progresistas de allá y de acá.
En este caso el razonamiento es el siguiente: como el juez Garzón ha dado ya suficientes muestras se ser un hombre probo a lo largo de muchos años, si el tribunal máximo de España lo condena por voto unánime de sus miembros por considerar que ha cometido un delito, entonces el tribunal tiene mala intención y se trata de un fallo impregnado de intención política, que no tiene en cuenta las leyes de España.
Faltaría agregar esto: a los jueces progresistas no se los puede condenar de ninguna manera pues está claro, sin admitir prueba en contrario, que ellos no cometen delitos. Y que, si los cometen, ha sido para defender fines superiores a las leyes mismas, mera circunstancia para disciplinar a los hombres del montón. Y, en consecuencia, no deben ser condenados.
No pretendemos, claro, dar una clase de derecho. Ignoramos completamente las leyes de España y, además, carecemos de formación profesional para semejante tarea, impropia, además, para esta columna. Pero la información dice que el Juez Garzón estaba siendo investigado en tres causas. Una, en la que ha sido condenado a 11 años de inhabilitación y que se refería a escuchas ilegales realizadas a gente del Partido Popular. En otra de las causas se lo acusa de intentar investigar los crímenes cometidos por el franquismo violando una ley española que se encuentra vigente y que prohíbe expresamente esa posibilidad. La tercera causa se refiere a un presunto cobro indebido de cursos dictados por él en los Estados Unidos.
No somos ingenuos: la justicia española, y como ella la de todos los países del mundo, hace rato que ya perdió la venda que cubre sus ojos, si es que alguna vez, en algún lugar, esa venda ha existido. En cada país del mundo hay Oyarbides, dóciles al poder del color que fuera. Y en cada país del mundo hay jueces ávidos, que juegan al límite de la ley en búsqueda de prensa y fama.
La unanimidad de la Corte española hace pensar en pruebas sólidas, en quebrantamiento claro de la ley. Es probable que los miembros de la Corte de España no integren el club de fans de Juez Garzón y que hayan estado felices de encontrar un motivo para condenarlo. Pero ese hecho no excluye en modo alguno la posibilidad de que Garzón haya infraccionado la ley española y que, por ese motivo y como cualquier hijo de vecino, merezca la condena que se le ha propinado.
¿O ahora vamos a pretender que estos personajes que se creen adalides mundiales de la Justicia no pueden ser condenados en razón de sus antecedentes presuntamente intachables? En todo caso: ¿qué debe hacerse con un juez “progresista” que actúa mal y quebranta la ley? ¿No debe ser sancionado porque hace pensar que el sistema es parcial y vengativo?
Algo parecido sucedió en los Estados Unidos con el caso O. J. Simpson, estrella del fútbol americano, contra quien existían pruebas abrumadoras acerca de su participación en el asesinato de su ex mujer y el novio de ella. La presión pública hizo pensar al tribunal que un fallo condenatorio sería considerado discriminatorio (Simpson es negro) y sobrevino la absolución. Quien haya leído La hoguera de las vanidades sabe de qué hablamos.
Así, la justicia nunca dejará satisfecho a nadie. En la Argentina, los mismos que cuestionaban a Mauricio Macri por presuntas escuchas realizadas por sus funcionarios, ahora ponen el grito en el cielo por la condena a Garzón, originada en un hecho idéntico aunque con pruebas mucho más contundentes.
En otras palabras, los fallos de la justicia nos parecen formidables si coinciden con nuestro pensamiento y abominables si difieren de él.
Así, nunca habrá justicia que nos venga bien.


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