domingo, 19 de febrero de 2012

Riquelme y el ADN argentino. Por Gonzalo Neidal

El conflicto entre Román Riquelme y el técnico de Boca, Julio Falcioni, ha tenido una gran repercusión en las redes sociales y se han podido presenciar ahí y en otros lados, fuertes intercambios de ideas. Hemos podido anotar, también, una gran cantidad de hinchas de Boca a favor del jugador pues consideran que se trata de un símbolo de la institución y que el técnico, carente de una prolongada trayectoria xeneise, es en cierto modo ajeno al club y no acredita suficientes pergaminos como para lograr apoyo en un debate entablado con, ¡nada menos!, uno de los jugadores que más títulos obtuvo con la camiseta azul y oro.

Riquelme, se sabe, no es un muchacho fácil. Hace algunos años, tuvo problemas en el club español Villarreal, por un motivo similar: se mostraba díscolo respecto del DT de ese momento, el chileno Manuel Pellegrini a quien ignoraba en sus charlas técnicas al punto de adoptar la actitud desafiante de escuchar música con auriculares mientras él hablaba con los jugadores y les daba instrucciones. Luego tuvo un altercado con el DT de la selección nacional y también se apartó de ese equipo. También tuvo enfrentamientos personales con Martín Palermo, a punto tal que éste no lo invitó al partido de despedida del club, realizada hace pocos días. Las relaciones públicas no son el fuerte de Riquelme.
Al parecer, los clubes europeos tienen bastante claro quién es el que manda en un equipo de fútbol. Lo estamos viendo ahora con Carlos Tévez, jugador para quien la disciplina no constituye un valor importante (ni en lo táctico-futbolístico ni en lo institucional) y que ha sido separado del plantel y multado fuertemente por negarse a ingresar al campo de juego en un partido oficial, cuando el técnico se lo solicitaba. Algo similar le ocurrió a Tévez en su equipo anterior: Manchester United, cuando prescindieron de él, aunque esta vez por indisciplina táctica, es decir, por no jugar como el técnico se lo pide.
En ambos casos, los jugadores se han sentido apoyados por la tribuna, por los hinchas. Incluso en el caso de Tévez, en su paso por la selección, se lo mencionaba como el “jugador del pueblo”. En su juego podía verse un gran apego a lo individual, un gran desdén hacia el juego de equipo y una actitud de inconveniente vehemencia puesta en cada jugada, que le valieron la expulsión en algunos partidos, con el consiguiente perjuicio para el equipo. Tévez, jugaba “para la tribuna”, la tribuna lo festejaba y la relación se alimentaba recíprocamente hasta que estalló. La tribuna le pedía garra, fuerza, enjundia, meter pierna, luchar, transpirar la camiseta, correr mucho. Todo ello constituye una actitud “valiente”, muy valorada por los hinchas aunque no siempre sea lo conveniente para el equipo.
En el caso de Riquelme, no es esto lo que la tribuna le pide ni es esto lo que él ofrece. Más bien al revés. Impone un juego cansino, con pretensiones de inteligencia y sabiduría técnica, algo que nadie puede negarle como atributo personal. La tribuna no festeja, lo aplaude y entonces, con ese poder incontrastable, el jugador se siente con fuerza para enfrentar a quien fuere: al técnico o al presidente del club, como ocurrió una vez con el propio Macri.
En Europa no parecen tener muchas dudas acerca de qué debe hacerse en casos como éste. Allá privilegian la disciplina, pues entienden que sin ella, nada existe. Allá mandan los técnicos. Y la dirigencia de los clubes. Los jugadores díscolos, las figuras individuales incluso talentosas, no pueden hacer los que se les da la gana.
Riquelme es un gran jugador que ha participado en importantes logros deportivos del club más popular de Argentina. Pero, a medida que se acerca la inexorable fecha de su retiro, las mañas van avanzando sobre el talento de un modo avasallador. Falcioni no tiene historia en Boca; Riquelme sí. Pero esto no debe llevarnos a la confusión de roles: los jugadores están para jugar y los técnicos para dirigir. Si hay dudas sobre esto, entonces el plantel se transforma en un caos. Los jugadores comienzan a armar el equipo cada domingo, sabotean a aquél que el DT osa poner como titular, forman camarillas y a la larga eso deriva en fracaso deportivo.
En casos como éste, no debería haber dudas acerca de a quién debe respaldar la dirigencia del club. Ya al incorporar a Riquelme en esta última etapa de su carrera, los dirigentes del club tuvieron que realizar concesiones improcedentes. Macri, que en estos temas es una opinión a tener siempre en cuenta, desaconsejaba su incorporación. Además, Boca demostró que puede ganar campeonatos, incluso invicto, prescindiendo del aporte de Riquelme.
Pero esto es bien argentino, está en nuestro ADN: hacer caso a la tribuna aunque sepamos que las decisiones que hoy son simpáticas terminarán perjudicándonos dentro de algunos meses o años. Nadie quiere dar noticias que hoy pueden resultar desagradables aunque beneficiosas con vistas al futuro.
Si a Riquelme le gusta jugar en Boca, entonces debería respetar al club, a su técnico y a su dirigencia. Pues, en algunas semanas o meses, cuando él se retire de la actividad, el Club seguirá jugando cada domingo, con nuevos jugadores y nuevas esperanzas. Y seguro que podrá continuar haciéndolo aunque él lo mire por TV.


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