domingo, 30 de mayo de 2010

Kirchnerismo bolivariano del Siglo XXI. Por Jorge Fernández Díaz


(Publicado en La Nación - Sábado 29/05/2010)

Néstor Kirchner fue originalmente un joven e intrascendente militante estudiantil. Después pasó por la derecha peronista y desembocó en el peronismo renovador. Fue en algunos tiempos menemista y en otros un cavallista cabal: con el verdadero padre de la criatura hizo una alianza política importante. Su relación con Domingo Cavallo siempre fue buena, pública y estrecha. Ya en la Casa Rosada, se decía desarrollista, al igual que Mauricio Macri y Elisa Carrió.
¿Se le puede adjudicar, por lo tanto, una ideología a Néstor Kirchner? Hasta ahora yo creía que no, que su ideología era el poder. Sin embargo, últimamente algunas evidencias van demostrando que el desarrollo de la acción política con sus triunfos y derrotas, con la generación de aliados y enemigos, va llenando de contenido cualquier frasco vacío.


Por necesidad o coartada, Kirchner fue arropando sus actos de gobierno con una determinada ideología, y aunque al principio fue más oportunismo que convicción, con el correr del tiempo el contagio se hizo inevitable. Un simulador al final se convierte en lo que simula. Uno no sólo es lo que es sino muy principalmente lo que hace, y también con quién recorre ese camino. Así como antes no le habían interesado lo más mínimo las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o los intelectuales progresistas, a quienes luego utilizó como escudos humanos, con el paso de los años se fue impregnando de sus argumentos y simpatizando con esas ideas primigenias que había sabido olvidar para ser simplemente peronista.
La primera vez que tomé un café con un ministro de la mesa chica de los Kirchner, ese funcionario que había estado toda la vida junto al entonces presidente de la Nación y que hoy sigue junto a él con tanta fe como el primer día hizo una caracterización muy precisa de sí mismo. El era lo que siempre fue: un peronista clásico. "Pero Néstor nunca fue monto ni filomonto, ni muy amante del peronismo -me dijo, buscando desesperadamente una definición ideológica del jefe, la idea original que había formateado su disco rígido-. Néstor era, era, a ver..." Yo tuve un relámpago de clarividencia, entre tanto balbuceo, y lo ayudé: "La izquierda nacional -dije-. El querido y brillante Jorge Abelardo Ramos". El ministro chasqueó los dedos como si yo hubiera encontrado una perla. "¡Exactamente eso! -me confirmó-. La izquierda nacional."
Esta corriente política proviene del trotskismo, pero se reconvirtió completamente en lo que después se denominó "socialismo criollo". Una corriente que acompañó al peronismo, como una lancha sigue de cerca un portaaviones, en un apoyo crítico, pero convencida de que el movimiento de Juan Perón tenía el proletariado y que junto con él había que formar un frente nacional antiimperialista, propender a la unión latinoamericana y enfrentar a los cómplices locales (cipayos) de la dependencia: éstos podían ser los conservadores, los radicales, los comunistas e incluso otros socialistas que no acordaran con la visión "nacional" de esa izquierda. El partido era pequeño, pero su argumentación se volvió transversal en los 70 y sobrevivió a través de las décadas como una cultura vasta y firme.
Antes de la irrupción de Ernesto Laclau, que legalizó la palabra "populista", los nacionalistas de izquierda rechazaban ese término. Ahora aceptan que el populismo es una praxis política que no respeta ideologías: Bush, para el caso, era tan populista como Perón. Pero por encima de toda esta disquisición lingüística y operativa lo cierto es que los nacionalistas siguen defendiendo su particular identidad. La cuestión central no es, entonces, disfrazar con más palabras lo que en realidad se puede llamar por su nombre: Néstor Kirchner practica una suerte de nacionalismo de izquierda, que Hugo Chávez denomina el "socialismo del siglo XXI". Chávez es un nacionalista nato, y los pequeños partidos de la izquierda nacional de la Argentina lo reconocieron antes que nadie. O al menos en forma simultánea con las fuerzas carapintadas, que también tenían ese halo de nacionalismo militar, reivindicatorio de la Guerra de Malvinas y heredero de una tradición que entronizó en el poder a los generales y coroneles de 1943.
El nacionalismo de izquierda, que excede, obviamente, a Ramos y que se asoció al revisionismo histórico y a figuras como Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, se interna en una amplia tradición argentina arraigada dentro de distintas fuerzas y concibe su empresa como una lucha permanente entre un campo popular y la partidocracia. De hecho, divide toda la historia en dos: desde 1810 hasta la fecha la gran puja argentina ha sido entre nacionalistas y liberales. Así piensa, concretamente, el ministro de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, que fue un fervoroso acólito de Ramos y que hoy explica bien lo que Carta Abierta explica mal. También Laclau, que antes de ser el pensador de cabecera de los Kirchner fue un entusiasta militante de Abelardo Ramos.
Esa división entre nacionalistas y liberales nada tiene que ver con otras divisiones perimidas, como peronistas y radicales o izquierdas y derechas. De hecho, en el nacionalismo hay peronistas, radicales, izquierdistas y derechistas. También los hay en el campo antagónico. La izquierda, sin ir más lejos, se divide muy claramente en tres segmentos: la propiamente dicha hasta el Partido Obrero, la kirchnerista en sus múltiples expresiones y esa fuerza fantasmal e inarticulada que forman socialistas santafecinos, alfonsinistas, peronistas de los años 80 e intelectuales inorgánicos: socialdemócratas. Entre estas dos últimas tendencias hay franjas de indefinición, como las hay en aquellas millas náuticas donde se mezclan el Río de la Plata y el océano Atlántico. Más adelante, sin embargo, es muy claro que uno es marrón intenso y el otro es azul.
Ultimamente he escuchado de varios militantes kirchneristas este concepto: "Néstor Kirchner es sólo el instrumento del campo popular. Está lleno de defectos, pero eso no viene al caso. Es la gran ola de la historia la que pasa y no se detiene en los detalles. Néstor viene a dar esta lucha de siempre por la liberación y contra la dependencia".
Esa divisoria de aguas termina con amistades y buenas vecindades del pasado, y esta concepción movimientística e histórica hace pensar en una idea vieja y contradictoria: la revolución en democracia. Entiéndase por democracia, en esta visión nacionalista, sólo el derecho a votar y el mantenimiento a regañadientes de ciertas instituciones. Una "revolución nacional" no se detiene en cuestión de formas republicanas, ni en formalidades judiciales o de libertad de expresión. Es por eso que el kirchnerismo se permite a sí mismo violar muchas normas democráticas que considera frenos para una causa mayor. Y es también por todo eso que el problema de la corrupción se hace menor frente a lo que hay en juego: la construcción de "un verdadero país independiente".
Estamos hablando, como se verá, de un sistema de pensamiento revolucionario, que lleva el traje democrático con incomodidad. Al fin y al cabo, la democracia es un sistema opuesto, producto de las grandes corrientes liberales. Ese último término (liberal), que ha sido desprestigiado hasta el cansancio por políticas ineficaces y corruptas, complicidad con dictaduras y finalmente con el fracaso del Consenso de Washington, poco tiene que ver con el liberalismo como filosofía política surgido de la Revolución Francesa y de las luces. España, después de nacionalismos de derecha y de republicanos en guerra y de miles de muertos, logró construir un sistema liberal donde la izquierda (el PSOE) y la derecha (el PP) son capaces de gobernar alternativamente sin destruir la democracia.
La socialdemocracia europea y también mucha de la latinoamericana (Chile, Uruguay, Brasil) ha logrado desde esa posición el progreso y la libertad. El chavismo las ve como expresiones de la derecha (serían, a lo sumo, la izquierda liberal y reformista) frente al gran movimiento bolivariano, en el que incluye a Evo Morales, Rafael Correa y el matrimonio Kirchner. Unos son socialdemócratas y otros son nacionalistas. Los dos expresan la oposición al Consenso de Washington, pero con estilos diferentes. Unos profundizan la democracia, otros viven en estado de revolución.
No estamos hablando, claro está, de una verdadera revolución en los términos absolutos y clásicos, sino de un proceso político que se autopercibe como revolucionario y que ha logrado instalar esa idea en el imaginario de crecientes segmentos de la grey universitaria.
Revolución y democracia son dos palabras que en nuestro país tienen buena prensa. Pero me temo que no se puede servir a dos banderas a la vez y que al final siempre se vuelven incompatibles. Los argentinos tarde o temprano van a tener que elegir entre una y otra palabra. Porque la crisis de 2001 era más profunda de lo que creíamos. Ya no existen peronistas y antiperonistas, ni peronistas versus radicales, ni izquierdas contra derechas. Hoy está instalada en nuestro país una discusión simbólica y asordinada entre revolución y democracia. Así de simple, y así de complejo.
Es notorio cómo el proyecto kirchnerista fue variando. En un comienzo, se veía a sí mismo como un partido reformista de centroizquierda que soportaba la hipotética alternancia de uno de centroderecha. Pero con los años y las batallas, y la desesperación por no perder el poder, los kirchneristas comenzaron a hablar del peligro de una "restauración conservadora". Ese término implica de por sí la imposibilidad de una alternancia pacífica, puesto que si la gran amenaza es una "restauración" lo que se impone es una "resistencia patriótica contra el entreguismo" a todo o nada. Se trata de un dramatismo revolucionario alejado de cualquier atisbo de consenso, y que como toda epopeya prendió rápidamente en nuevas generaciones politizadas de la pequeña burguesía. Esos jóvenes son más kirchneristas que Kirchner, a quien consideran un simple piloto del gran buque nacional. Y están seguros de que esta "revolución" necesita profundizarse día a día y sostenerse en el tiempo. Un tercer, cuarto y hasta quinto mandato de los Kirchner les suena, obviamente, no sólo lógico y aceptable, sino imprescindible para garantizar esta "revolución inconclusa". "No hay vuelta atrás", dictaminaron hace unos días los intelectuales kirchneristas, quemando las naves.
La situación se vuelve inquietante si se piensa que a una "revolución" no la puede seguir un partido, sino la refundación épica del mismísimo sistema democrático, hundido hace nueve años por una implosión de la economía. Un verdadero líder de la oposición que quisiera tener alguna chance frente a semejante mística debería quizá pensar menos en cuestiones programáticas coyunturales y en divergencias ideológicas dentro del espectro político (cualquier partido tiene ala derecha e izquierda) y pensar más en propalar el regreso de los argentinos a una democracia plena después de años de democracia manca y condicionada vivida bajo emoción violenta. Y garantizarle, de paso, a la sociedad electoral que no echará abajo, una vez más, a pico y pala los logros de la actual administración, que los tiene y son muchos.
Ese gesto democrático, si fuera exitoso en las urnas, reencauzaría al mismísimo nacionalismo, que tal vez sería obligado así a jugar de nuevo el juego bipartidista, los acuerdos de políticas de Estado y una vida cívica con menos divisiones, ataques, represalias económicas, golpes de mano, violaciones institucionales y lenguaje bélico. © LA NACION
Leer más...

martes, 25 de mayo de 2010

Reportaje a Eric Hobsbawm (segunda parte)


A sus 93 años, Eric Hobsbawm es considerado el mayor historiador vivo y su obra -en especial sus estudios generales como La era del capital y La era de la revolución- son clásicos de la historiografía. Nacido en Egipto pero inglés por adopción, en los años '30 perteneció a un influyente grupo de jóvenes intelectuales marxistas no estalinistas y en su carrera nunca dejó de observar con especial atención la evolución de los movimientos obreros. El siguiente es su último ejercicio de análisis del estado actual de la política global.
El nacionalismo fue una fuerza motriz de los siglos XIX y XX. ¿Cuál es su lectura de la situación actual?
No hay duda de que, históricamente, el nacionalismo fue, en gran medida, parte del proceso de formación de los Estados modernos, que requerían una forma de legitimación diferente del tradicional Estado teocrático o dinástico. La idea original del nacionalismo fue la creación de Estados grandes y me parece que esta función unificadora y ampliadora fue muy importante. Un caso típico fue la Revolución francesa, donde en 1790 apareció la gente diciendo "ya no somos del delfinado o del sur, todos nosotros somos franceses". En una etapa posterior, a partir de la década de 1870, encuentras movimientos de grupos dentro del Estado a la búsqueda de sus propios Estados independientes. Esto, desde luego, produjo el wilsoniano momento de la autodeterminación, aunque por fortuna en 1918-1919 se corrigió hasta cierto punto por algo que desde entonces ha desaparecido por completo, es decir, por la protección de las minorías. Se reconoció que ninguno de estos nuevos Estados-nación era, de hecho, étnica o lingüísticamente homogéneo. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, la debilidad de los acuerdos existentes fue abordada no sólo por los rojos, sino por todo el mundo, con la deliberada y forzosa creación de la hegemonía étnica. Esto trajo una enorme cantidad de sufrimiento y crueldad y, a largo plazo, tampoco funcionó. Sin embargo, hasta ese período, ese nacionalismo de tipo separatista operaba razonablemente bien. Se vio reforzado después de la Segunda Guerra Mundial por la descolonización, que por su naturaleza creó más Estados; y fue reafirmado aún más a finales del siglo por el colapso del imperio soviético, que también creó nuevos mini-Estados separados, incluidos muchos que, como en las colonias, realmente no habían querido separarse y para los cuales la independencia vino impuesta por la fuerza de la historia. Creo, por otro lado, que la función de los Estados pequeños, separatistas, que se han multiplicado tremendamente desde 1945, ha cambiado. Una razón de ello es que ahora se los reconoce como existentes. Antes de la Segunda Guerra Mundial, mini-Estados como Andorra, Luxemburgo y todos los demás no estaban reconocidos como parte del sistema internacional, excepto por los coleccionistas de sellos. La idea de que todas las unidades políticas existentes, hasta llegar a la Ciudad del Vaticano, son ahora un Estado y potencialmente un miembro de Naciones Unidas es nueva. También está bastante claro que, en términos de poder, estos Estados no son capaces de desempeñar el papel de los Estados tradicionales, no poseen capacidad para hacer la guerra a otros Estados. Se han convertido, como mucho, en paraísos fiscales o bases secundarias para decisores transnacionales. Islandia es un buen ejemplo; Escocia no está muy lejos. La base del nacionalismo ya no es la función histórica de crear una nación como un Estado-nación. Ya no es, por así decir, un eslogan demasiado convincente. En otro momento pudo ser eficaz como medio para crear comunidades y organizarlas contra otras unidades políticas o económicas, pero hoy el elemento xenófobo en el nacionalismo es cada vez más importante. Las causas de la xenofobia son ahora mucho mayores de lo que lo eran antes. Es cultural más que política -ahí está el auge del nacionalismo inglés o escocés de los últimos años-, pero no por eso menos peligrosa.
¿No incluía el fascismo esas formas de xenofobia?
En cierto sentido, el fascismo era todavía parte de una corriente para crear grandes naciones. No hay duda de que el fascismo italiano fue un gran salto adelante para convertir a los calabreses y umbrienses en italianos; e incluso en Alemania no lo fue hasta 1934 cuando los alemanes pudieron ser definidos como alemanes y no como germanos porque eran suevos, francos o sajones. Ciertamente, el fascismo alemán y el de Europa Central y del Este estaban apasionadamente en contra de los extranjeros -principalmente, pero no sólo-, contra los judíos. Y, por supuesto, el fascismo proporcionaba pocas garantías contra los instintos xenófobos. Una de las enormes ventajas de los viejos movimientos obreros era que ellos sí proporcionaban esa garantía. Esto quedó claro en Sudáfrica: si no llega a ser por el compromiso con la igualdad y la no discriminación de las organizaciones de la izquierda tradicional, la tentación de venganza sobre los afrikaners hubiera sido mucho más difícil de resistir.¿Las dinámicas separatistas y xenófobas del nacionalismo operan ahora en los márgenes de la política mundial más que en el centro?Sí, creo que es probable que eso sea cierto, aunque hay áreas como el sureste de Europa donde ha hecho una gran cantidad de daño. Desde luego, todavía el nacionalismo -o el patriotismo o la identificación con un pueblo específico, no necesariamente definido étnicamente- es un enorme activo para otorgar legitimidad a los gobiernos. Éste es el caso de China. Uno de los problemas de India es que ellos no tienen nada parecido a eso. Obviamente, Estados Unidos no puede basarse en la unidad étnica, pero sin duda tiene fuertes sentimientos nacionalistas. En muchos de los Estados que funcionan correctamente esos sentimientos permanecen. Ésta es la razón por la que la emigración masiva crea más problemas en la actualidad.
Ahora que llega tanta gente nueva a Europa y a Estados Unidos, ¿cómo prevé el funcionamiento de las dinámicas sociales de la inmigración contemporánea? ¿Habrá un crisol europeo similar al estadounidense?
Pero en Estados Unidos el crisol dejó de serlo ya en los años sesenta. Además, a finales del siglo XX, la migración es muy diferente de la de periodos anteriores, principalmente porque emigrando ya no se rompen los lazos con el pasado hasta el mismo punto que antes. Puedes seguir viviendo en dos, posiblemente incluso en tres mundos al mismo tiempo, e identificarte con dos o tres lugares diferentes. Puedes seguir siendo guatemalteco mientras estás en Estados Unidos. También hay situaciones, como en la UE, donde de facto la inmigración no crea la posibilidad de asimilación. Un polaco que llega al Reino Unidos no se supone que sea otra cosa que un polaco que viene a trabajar. Esto es, desde luego, nuevo y por completo diferente de la experiencia, por ejemplo, de la gente de mi generación -la de los emigrados políticos, aunque yo no fuera uno de ellos-, en la que tu familia era británica, pero culturalmente uno nunca dejaba de ser austríaco o alemán, y sin embargo, a pesar de todo, uno pensaba que debía ser inglés. Incluso cuando regresaban a sus países, no era lo mismo, el centro de gravedad había cambiado. Creo que es esencial mantener las reglas básicas de la asimilación; que los ciudadanos de un determinado país deberían comportarse de determinada manera y tener determinados derechos, que éstos deberían definirlos y que ello no debería quedar debilitado por argumentos multiculturales. Francia, a pesar de todo, había integrado a tantos de sus inmigrantes extranjeros como Estados Unidos, en términos relativos, y ciertamente la relación entre los locales y los antiguos inmigrantes es aún mejor ahí. Esto se debe a que los valores de la República francesa siguen siendo esencialmente igualitarios.
Hoy crece la opinión de que la religión ha regresado como una fuerza poderosa en un continente tras otro. ¿Cree que éste es un fenómeno de superficie más que de profundidad?
Es claro que la religión -como la ritualización de la vida, la creencia en la influencia de espíritus o entidades no materiales y, sobre todo, como un vínculo de unión de las comunidades- está tan extendida a lo largo de la historia que sería un error considerarla un fenómeno superficial o destinado a desaparecer; al menos entre los pobres y los débiles, que probablemente necesiten más sus consuelos y sus potenciales explicaciones de por qué las cosas son como son. Hay sistemas de gobierno, como el chino, que, a efectos prácticos, carecen de cualquier cosa que equivalga a lo que nosotros consideraríamos como religión. Ellos demuestran que eso es posible, pero creo que uno de los errores de los movimientos socialistas y comunistas tradicionales fue intentar extirpar violentamente la religión en tiempos donde podría haber sido mejor no hacerlo. Después de la caída de Mussolini en Italia, uno de los cambios más interesantes llegó cuando Togliatti dejó de discriminar a los católicos practicantes: hizo bien en hacerlo. De otra manera no hubiera logrado que el 14 por ciento de las amas de casa votasen a los comunistas en los años cuarenta. Esto cambió el carácter del Partido Comunista Italiano, que pasó de ser un partido leninista de vanguardia a un partido de clases de masas o un partido popular. Por otra parte, es cierto que la religión ha dejado de ser el lenguaje universal del discurso público y, en esa medida, la secularización ha sido un fenómeno global, aun cuando sólo haya debilitado a la religión organizada en algunas partes del mundo. En Europa todavía sigue haciéndolo; por qué no ha ocurrido esto en Estados Unidos no está tan claro, pero no hay duda de que la secularización se ha impuesto en gran medida entre los intelectuales y otros que no la necesitan. Para la gente que continúa siendo religiosa, el hecho de que ahora haya dos lenguajes para el discurso produce una cierta clase de esquizofrenia que se puede ver bastante a menudo, por ejemplo, en los judíos fundamentalistas de Cisjordania: creen en lo que son tonterías patentes, pero trabajan como expertos en tecnologías de la información. El actual movimiento islámico está compuesto en gran parte por jóvenes tecnólogos y técnicos de esta clase. Las prácticas religiosas, sin duda, cambiarán sustancialmente. El que ello vaya a producir una mayor secularización no está claro. Desde luego, el declive de las ideologías de la Ilustración ha dejado mucho más espacio para las políticas religiosas y para versiones religiosas del nacionalismo, pero no creo que haya habido un gran avance de todas las religiones. Muchas van cuesta abajo. El catolicismo romano está luchando con mucha energía, incluso en América Latina, contra el auge de las sectas protestantes evangélicas, y estoy seguro de que se mantiene en Africa sólo por las concesiones a las costumbres y hábitos locales. Las sectas protestantes evangélicas están creciendo, pero no está claro hasta qué punto son algo más que una pequeña minoría de los sectores socialmente en ascenso, como fueron los inconformistas en Inglaterra. Tampoco está claro que el fundamentalismo judío, que hace tanto daño en Israel, sea un fenómeno de masas. La única excepción a esta tendencia es el Islam, que ha continuado expandiéndose sin que haya habido ninguna actividad misionera efectiva durante los siglos pasados. Dentro del Islam no está claro si tendencias como el actual movimiento para restaurar el califato representan algo más que a una minoría militante. De cualquier forma, me parece que el Islam tiene grandes activos que le permitirán continuar creciendo, principalmente porque da a la gente pobre la sensación de que son tan buenos como cualquiera y de que todos los musulmanes son iguales.
¿No se podría decir lo mismo del Cristianismo?
Pero un cristiano no cree que él sea tan bueno como cualquier otro cristiano. Dudo que los cristianos negros crean que ellos son tan buenos como los colonizadores cristianos, mientras que los musulmanes negros sí lo creen. La estructura del Islam es más igualitaria y el elemento militante es más fuerte. Recuerdo haber leído que los comerciantes de esclavos en Brasil dejaron de importar esclavos musulmanes porque se rebelaban continuamente. Desde nuestra posición, este atractivo tiene considerables peligros: en alguna medida, el Islam hace a los pobres menos receptivos a otros llamamientos a favor de la igualdad. En el mundo musulmán, los progresistas sabían desde el principio que no había manera de alejar a las masas del Islam; incluso en Turquía tuvieron que llegar a alguna clase de modus vivendi, probablemente el único lugar donde esto se produjo de manera satisfactoria. En otros sitios, el auge de la religión como un elemento de la política, de la política nacionalista, ha sido en extremo peligroso.
La ciencia era parte central de la cultura de la izquierda antes de la Segunda Guerra Mundial, pero luego desapareció como elemento dirigente del pensamiento marxista o socialista. ¿Cree que los temas ambientales pueden provocar la reincorporación de la ciencia a la política radical?
Estoy seguro de que los movimientos radicales estarán interesados por la ciencia. Las preocupaciones ambientales y de otro tipo producen sólidas razones para contrarrestar la huida de la ciencia y de la aproximación racional a los problemas que se generalizó bastante durante los años setenta y ochenta. Pero, con respecto a los propios científicos, no creo que suceda. A diferencia de los científicos sociales, no hay nada que una a los científicos naturales con la política. Históricamente hablando, en la mayoría de los casos han permanecido apolíticos o tenían los estándares políticos de su respectiva clase. Hay excepciones, por ejemplo, entre la juventud a principios del siglo XIX en Francia y muy notablemente en las décadas de los años treinta y cuarenta. Pero éstos son casos especiales debidos al reconocimiento de los propios científicos de que su trabajo estaba siendo cada vez más esencial para la sociedad, pero que la sociedad no se daba cuenta. En el siglo XX la física fue el centro del desarrollo, mientras que en el siglo XXI lo es la biología. Al estar más cerca de la vida humana puede haber un elemento de politización mayor, pero ciertamente hay un factor que lo contrarresta: cada vez más los científicos han sido integrados en el sistema capitalista, tanto los individuos como las organizaciones. Hace cuarenta años hubiera resultado impensable hablar de patentar un gen. Hoy uno patenta un gen con la esperanza de hacerse millonario, y eso ha alejado a un nutrido grupo de científicos de la política de izquierda. Lo único que todavía puede politizarlos es la lucha contra gobiernos dictatoriales o autoritarios que interfieran en su trabajo. Desde luego, el medio ambiente es un tema que puede mantener movilizado a un cierto número de científicos. Si hay un desarrollo masivo de campañas alrededor del cambio climático, entonces los expertos se encontrarán comprometidos, principalmente contra ignorantes y reaccionarios. Por eso no está todo perdido.
Si debiera escoger temas o campos aún sin explorar que presenten desafíos para futuros historiadores, ¿cuáles elegiría?
El gran problema es uno muy general. En virtud de los estándares paleontológicos, la especie humana ha transformado su existencia a una velocidad asombrosa, pero el grado de cambio ha variado enormemente. Algunas veces se ha movido muy despacio, algunas veces muy deprisa, algunas de manera controlada, otras no. Claramente, esto implica un creciente control sobre la naturaleza, pero no deberíamos afirmar que sabemos adónde nos conduce. Los marxistas se han centrado correctamente sobre los cambios en el modo de producción y sus relaciones sociales como los generadores del cambio histórico. Sin embargo, si pensamos en términos de cómo "los hombres hacen su propia historia", la gran pregunta es ésta: históricamente, las comunidades y los sistemas sociales han apuntado hacia la estabilización y la reproducción, creando mecanismos capaces de mantener a raya saltos perturbadores hacia lo desconocido. La resistencia contra la imposición del cambio desde afuera es todavía un factor importante de la política mundial actual. ¿Cómo, entonces, unos seres humanos y unas sociedades estructuradas para resistir el desarrollo dinámico aceptan un modo de producción cuya esencia es su interminable e impredecible desarrollo dinámico? Los historiadores marxistas podrían investigar con provecho el funcionamiento de esta contradicción básica entre los mecanismos que traen el cambio y los preparados para resistirlo.


Leer más...

Reportaje a Eric Hobsbawm (primera parte)


Es probablemente el mayor historiador vivo. Su mirada es universal, como lo muestran sus libros La era de la revolución y La era del capitalismo. Esta entrevista constituye su más reciente ejercicio de una visión global sobre los problemas y las tendencias del mundo moderno.Su obra Historia del siglo XX concluye en 1991 con una visión sobre el colapso de la esperanza de una Edad de Oro para el mundo. ¿Cuáles son los principales cambios que registra desde entonces en la historia mundial?Veo cinco grandes cambios. Primero, el desplazamiento del centro económico del mundo del Atlántico norte al sur y al este de Asia. Este proceso comenzó en los años 70 y 80 en Japón, pero el auge de China desde los 90 ha marcado la diferencia. El segundo es, desde luego, la crisis mundial del capitalismo, que nosotros predijimos siempre pero que tardó mucho tiempo en llegar. Tercero, el clamoroso fracaso de la tentativa de Estados Unidos de mantener en solitario una hegemonía mundial después de 2001, un fracaso que se manifestó con mucha claridad. Cuarto, cuando escribí Historia del siglo XX no se había producido la aparición como entidad política de un nuevo bloque de países en desarrollo, los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Y quinto, la erosión y el debilitamiento sistemático de la autoridad de los Estados: de los Estados nacionales dentro de sus territorios y, en muchas partes del mundo, de cualquier clase de autoridad estatal efectiva. Acaso fuera previsible pero se aceleró hasta un punto inesperado.



¿Qué más le ha sorprendido?Nunca dejo de sorprenderme ante la absoluta locura del proyecto neoconservador, que no sólo pretendía que el futuro era Estados Unidos, sino que incluso creyó haber formulado una estrategia y una táctica para alcanzar ese objetivo. Hasta donde alcanzo a ver, no tuvieron una estrategia coherente.¿Puede prever alguna recomposición política de lo que fue la clase obrera?No en la forma tradicional. Marx estaba sin duda en lo cierto al predecir la formación de grandes partidos de clase en una determinada etapa de la industrialización. Pero estos partidos, si tenían éxito, no funcionaban como partidos exclusivos de la clase obrera: si querían extenderse más allá de una clase reducida, lo hacían como partidos populares, estructurados alrededor de una organización inventada por y para los objetivos de la clase obrera. Incluso así, había límites para la conciencia de clase. En Gran Bretaña el Partido Laborista nunca obtuvo más del 50 por ciento de los votos. Lo mismo sucede en Italia, donde el PCI era todavía más un partido popular. En Francia, la izquierda se basaba en una clase obrera débil pero políticamente fortalecida por la gran tradición revolucionaria, de la que se las arregló para convertirse en imprescindible sucesora, lo cual les proporcionó a ella y a la izquierda mucha más influencia. El declive de la clase obrera manual parece algo definitivo. Hay o habrá mucha gente que quede realizando trabajo manual, pero no puede seguir siendo el principal fundamento de esperanza: carece del potencial organizativo de la vieja clase obrera y no tiene potencial político. Ha habido otros tres importantes desarrollos negativos. El primero es, desde luego, la xenofobia, que para la mayoría de la clase obrera es, como dijo el alemán August Bebel, el "socialismo de los tontos": salvaguardar mi trabajo contra gente que compite conmigo. Cuanto más débil es el movimiento obrero, más atractiva es la xenofobia. En segundo lugar, gran parte del trabajo y del trabajo manual que la administración pública británica solía llamar "categorías menores y de manipulación", no es permanente sino temporario; por ejemplo, estudiantes o emigrantes trabajando en catering. Eso hace que no sea fácil considerarlo como potencial organizable. La única forma fácilmente organizable de esa clase de trabajo es la que está empleada por autoridades públicas, razón por la cual estas autoridades son vulnerables. El tercero y el más importante de estos cambios es la creciente ruptura producida por un nuevo criterio de clase, en concreto, aprobar exámenes en colegios y universidades como un billete de acceso para el empleo. Esto puedes llamarlo meritocracia pero está institucionalizada y mediatizada por los sistemas educativos. Lo que ha hecho es desviar la conciencia de clase desde la oposición a los empleadores a la oposición a juniors de una u otra clase, intelectuales, élites liberales o aventureros. Estados Unidos es un típico ejemplo, pero, si miras a la prensa británica, verás que no está ausente en el Reino Unido. El hecho de que, cada vez más, obtener un doctorado o al menos ser un posgraduado también te da una oportunidad mejor para conseguir millones complica la situación.¿Puede haber nuevos agentes? Ya no en términos de una sola clase pero entonces, desde mi punto de vista, nunca lo pudo ser. Hay una política de coaliciones progresista, incluso de alianzas permanentes como las de, por ejemplo, la clase media que lee The Guardian y los intelectuales, la gente con niveles educativos altos, que en todo el mundo tiende a estar más a la izquierda que los otros, y la masa de pobres e ignorantes. Ambos grupos son esenciales pero quizá sean más difíciles de unificar que antes. Los pobres pueden identificarse con multimillonarios, como en Estados Unidos, diciendo "si tuviera suerte podría convertirme en una estrella pop". Pero no puede decir "si tuviera suerte ganaría el premio Nobel". Esto es un problema para coordinar las políticas de personas que objetivamente podrían estar en el mismo bando.¿En qué se diferencia la crisis actual de la de 1929?La Gran Depresión no empezó con los bancos; no colapsaron hasta dos años después. Por el contrario, el mercado de valores desencadenó una crisis de la producción con un desempleo mucho más elevado y un declive productivo mayor del que se había conocido nunca. La actual depresión tuvo una incubación mayor que la de 1929, que llegó casi de la nada. Desde muy temprano debía haber estado claro que el fundamentalismo neoliberal producía una enorme inestabilidad en el funcionamiento del capitalismo. Hasta 2008 parecía afectar sólo a áreas marginales: América Latina en los años 90 hasta la siguiente década, el sudeste asiático y Rusia. En los países más importantes, todo lo que significaba eran colapsos ocasionales del mercado de valores de los que se recuperaban con bastante rapidez. Me pareció que la verdadera señal de que algo malo estaba pasando debería haber sido el colapso de Long-Term Capital Management (LTCM) en 1998, que demostraba lo incorrecto que era todo el modelo de crecimiento, pero no se consideró así. Paradójicamente, llevó a un cierto número de hombres de negocios y de periodistas a redescubrir a Karl Marx, como alguien que había escrito algo de interés sobre una economía moderna y globalizada; no tenía nada que ver con la antigua izquierda: la economía mundial en 1929 no era tan global como la actual. Esto tuvo alguna consecuencia; por ejemplo, hubiera sido mucho más fácil para la gente que perdió su trabajo regresar a sus pueblos. En 1929, en gran parte del mundo fuera de Europa y América del Norte, los sectores globales de la economía eran áreas que en gran medida no afectaron a lo que las rodeaba. La existencia de la URSS no tuvo efectos prácticos sobre la Gran Depresión pero sí un enorme efecto ideológico: había una alternativa. Desde los 90 asistimos al auge de China y las economías emergentes, que realmente ha tenido un efecto práctico sobre la actual depresión pues ayudó a mantener una estabilidad mucho mayor de la economía mundial de la que hubiera alcanzado de otro modo. De hecho, incluso en los días en que el neoliberalismo afirmaba que la economía prosperaba de modo exuberante, el crecimiento real se estaba produciendo en su mayoría en estas economías recién desarrolladas, en especial China. Estoy seguro de que si China no hubiera estado ahí, la crisis de 2008 hubiera sido mucho más grave. Por esas razones, vamos a salir de ella con más rapidez, aunque algunos países seguirán en crisis durante bastante tiempo.¿Qué pasa con las consecuencias políticas?La depresión de 1929 condujo a un giro abrumador a la derecha, con la gran excepción de América del Norte, incluido México, y de los países escandinavos. En Francia, el Frente Popular de 1935 solo tuvo el 0,5 por ciento más de votos que en 1932, así que su victoria marcó un cambio en la composición de las alianzas políticas en vez de algo más profundo. En España, a pesar de la situación cuasirrevolucionaria o potencialmente revolucionaria, el efecto inmediato fue también un movimiento hacia la derecha, y desde luego ése fue el efecto a largo plazo. En la mayoría de los otros Estados, en especial en el centro y este de Europa, la política se movió claramente hacia la derecha. El efecto de la actual crisis no está tan definido. Uno puede imaginarse que los principales cambios o giros en la política no se producirán en Estados Unidos u occidente, sino casi seguro en China. ¿Cree que China continuará resistiendo la recesión?No hay ninguna razón especial para pensar que de repente dejará de crecer. El gobierno chino se ha llevado un buen susto con la depresión, porque ésta obligó a una enorme cantidad de empresas a detener temporalmente su actividad. Pero el país todavía está en las primeras etapas del desarrollo económico y hay muchísimo espacio para la expansión. No quiero especular sobre el futuro, pero podemos imaginarnos a China dentro de veinte o treinta años siendo a escala mundial mucho más importante que hoy, por lo menos económica y políticamente, no necesariamente en términos militares. Desde luego, tiene problemas enormes y siempre hay gente que se pregunta si el país puede mantenerse unido, pero yo creo que tanto la realidad del país como las razones ideológicas continúan militando poderosamente para que la gente desee que China permanezca unida.Pasado un año, ¿cómo valora la administración Obama?La gente estaba tan encantada de que hubiera ganado alguien con su perfil, y en medio de la crisis, que muchos pensaron que estaba destinado a ser un gran reformista, a la altura de que hizo el presidente Franklin Roosevelt. Pero no lo estaba. Empezó mal. Si comparamos los primeros cien días de Roosevelt con los de Obama, lo que destaca es la predisposición de Roosevelt a apoyarse en consejeros no oficiales para intentar algo nuevo, comparado con la insistencia de Obama en permanecer en el mismo centro. Desperdició la ocasión. Su verdadera oportunidad estuvo en los tres primeros meses, cuando el otro bando estaba desmoralizado y no podía reagruparse en el Congreso. No la aprovechó. Podemos desearle suerte pero las perspectivas no son alentadoras.Si observamos el escenario internacional más caliente, ¿cree que la solución de los dos Estados, como se imagina actualmente, es un proyecto creíble para Palestina?Personalmente, dudo de que lo sea por el momento. Cualquiera que sea la solución, no va a suceder nada hasta que Estados Unidos decida cambiar totalmente su manera de pensar y presione a los israelíes. Y no parece que eso vaya a suceder.¿Cree que hay alguna parte del mundo donde todavía sea posible recrear proyectos positivos, progresistas?En América Latina la política y el discurso público general todavía se desarrollan en los términos liberal-socialistas-comunistas de la vieja Ilustración. Esos son sitios donde encuentras militaristas que hablan como socialistas, o un fenómeno como Lula, basado en un movimiento obrero, o a Evo Morales. Adónde conduce eso es otra cuestión, pero todavía se puede hablar el viejo lenguaje y todavía están disponibles las viejas formas de la política. No estoy completamente seguro sobre América Central, aunque hay indicios de un pequeño resurgir en México de la tradición de la Revolución; tampoco estoy muy seguro de que vaya a llegar lejos, ya que México ha sido integrado a la economía de Estados Unidos. América Latina se benefició de la ausencia de nacionalismos etnolingüísticas y divisiones religiosas; eso hizo mucho más fácil mantener el viejo discurso. Siempre me sorprendió que, hasta hace bien poco, no hubiera signos de políticas étnicas. Han aparecido movimientos indígenas de México y Perú, pero no a una escala parecida a la que se produjo en Europa, Asia o Africa. Es posible que en India, gracias a la fuerza institucional de la tradición laica de Nehru, los proyectos progresistas puedan revivir. Pero no parecen calar entre las masas, excepto en algunas zonas donde los comunistas tienen o han tenido un apoyo masivo, como Bengala y Kerala, y acaso entre algunos grupos como los nasalitas o los maoístas en Nepal. Aparte de eso, la herencia del viejo movimiento obrero, de los movimientos socialistas y comunistas, sigue siendo muy fuerte en Europa. Los partidos fundados mientras Friedrich Engels vivía aún son, casi en toda Europa, potenciales partidos de gobierno o los principales partidos de la oposición. Imagino que en algún momento la herencia del comunismo puede surgir en formas que no podemos predecir, por ejemplo en los Balcanes e incluso en partes de Rusia. No sé lo que sucederá en China pero sin duda ellos están pensando en términos diferentes, no maoístas o marxistas modificados.Siempre ha sido crítico con el nacionalismo como fuerza política, advirtiendo a la izquierda que no lo pintara de rojo. Pero también ha reaccionado contra las violaciones de la soberanía nacional en nombre de las intervenciones humanitarias. ¿Qué tipos de internacionalismo son deseables y viables hoy día?En primer lugar, el humanitarismo, el imperialismo de los derechos humanos, no tiene nada que ver con el internacionalismo. O bien es una muestra de un imperialismo revivido que encuentra una adecuada excusa, sincera incluso, para la violación de la soberanía nacional, o bien, más peligrosamente, es una reafirmación de la creencia en la superioridad permanente del área que dominó el planeta desde el siglo XVI hasta el XX. Después de todo, los valores que occidente pretende imponer son específicamente regionales, no necesariamente universales. Si fueran universales tendrían que ser reformulados en términos diferentes. No estamos aquí ante algo que sea en sí mismo nacional o internacional. Sin embargo, el nacionalismo sí entra en él porque el orden internacional basado en Estados-nación ha sido en el pasado, para bien o para mal, una de las mejores salvaguardas contra la entrada de extranjeros en los países. Sin duda, una vez abolido, el camino está abierto para la guerra agresiva y expansionista. El internacionalismo, que es la alternativa al nacionalismo, es un asunto engañoso. Es tanto un eslogan político sin contenido, como sucedió a efectos prácticos en el movimiento obrero internacional, donde no significaba nada específico, como una manera de asegurar la uniformidad de organizaciones poderosas y centralizadas, fuera la iglesia católica romana o el Komintern. El internacionalismo significa que, como católico, creías en los mismos dogmas y tomabas parte en las mismas prácticas sin importar quién fueras o dónde estuvieras; lo mismo sucedía con los partidos comunistas. Esto no es realmente lo que nosotros entendíamos por "internacionalismo". El Estado-nación era y sigue siendo el marco de todas las decisiones políticas, interiores y exteriores. Hasta hace muy poco, las actividades de los movimientos obreros (de hecho, todas las actividades políticas) se llevaban a cabo dentro del marco de un Estado. Incluso en la UE, la política se enmarca en términos nacionales. Es decir, no hay un poder supranacional que actúe, sólo una coalición de Estados. Es posible que el fundamentalismo misionero islámico sea aquí una excepción, que se extiende por encima de los Estados, pero hasta ahora todavía no se ha demostrado. Los anteriores intentos de crear super-Estados panárabes, como entre Egipto y Siria, se derrumbaron por la persistencia de las fronteras de los Estados existentes.¿Cree entonces que hay obstáculos intrínsecos para cualquier intento de sobrepasar las fronteras del Estado-nación?Tanto económicamente como en la mayoría de los otros aspectos, incluso culturalmente, la revolución de las comunicaciones creó un mundo genuinamente internacional donde hay poderes de decisión que funcionan de manera transnacional, actividades que son transnacionales y, desde luego, movimientos de ideas, comunicaciones y gente que son transnacionales mucho más fácilmente que nunca. Incluso las culturas lingüísticas se complementan ahora con idiomas de comunicación internacional. Pero en la política no hay señales de esto y ésa es la contradicción básica de hoy. Una de las razones por las que no ha sucedido es que en el siglo XX la política fue democratizada hasta un punto muy elevado con la implicación de las masas. Para éstas, el Estado es esencial para las operaciones diarias. Los intentos de romper el Estado internamente mediante la descentralización existen desde hace treinta o cuarenta años, y algunos de ellos con éxito; en Alemania la descentralización ha sido un éxito en algunos aspectos y, en Italia, la regionalización ha sido muy beneficiosa. Pero el intento de establecer Estados supranacionales fracasa. La Unión Europea es el ejemplo más evidente. Hasta cierto punto estaba lastrada por la idea de sus fundadores, quienes apostaban a crear un super-Estado análogo a un Estado nacional, cuando yo creo que ésa no era una posibilidad y sigue sin serlo. La UE es una reacción específica dentro de Europa. Hubo señales de un Estado supranacional en Oriente Próximo pero la UE es el único que parece haber llegado a alguna parte. No creo que haya posibilidades para una gran federación en América del Sur. El problema sin resolver continúa siendo esta contradicción: por una parte, hay prácticas y entidades transnacionales que están en curso de vaciar el Estado quizá hasta el punto de que colapse. Pero si eso sucede -lo que no es una perspectiva inmediata, por lo menos en los Estados desarrollados- ¿Quién se hará cargo entonces de las funciones redistributivas y de otras análogas, de las que hasta ahora sólo se ha hecho cargo el Estado? Este es uno de los problemas básicos de cualquier clase de política popular hoy en día. namente internacional donde hay poderes de decisión que funcionan de manera transnacional, actividades que son transnacionales y, desde luego, movimientos de ideas, comunicaciones y gente que son transnacionales mucho más fácilmente que nunca. Incluso las culturas lingüísticas se complementan ahora con idiomas de comunicación internacional. Pero en la política no hay señales de esto y ésa es la contradicción básica de hoy. Una de las razones por las que no ha sucedido es que en el siglo XX la política fue democratizada hasta un punto muy elevado con la implicación de las masas. Para éstas, el Estado es esencial para las operaciones diarias. Los intentos de romper el Estado internamente mediante la descentralización existen desde hace treinta o cuarenta años, y algunos de ellos con éxito; en Alemania la descentralización ha sido un éxito en algunos aspectos y, en Italia, la regionalización ha sido muy beneficiosa. Pero el intento de establecer Estados supranacionales fracasa. La Unión Europea es el ejemplo más evidente. Hasta cierto punto estaba lastrada por la idea de sus fundadores, quienes apostaban a crear un super-Estado análogo a un Estado nacional, cuando yo creo que ésa no era una posibilidad y sigue sin serlo. La UE es una reacción específica dentro de Europa. Hubo señales de un Estado supranacional en Oriente Próximo pero la UE es el único que parece haber llegado a alguna parte. No creo que haya posibilidades para una gran federación en América del Sur. El problema sin resolver continúa siendo esta contradicción: por una parte, hay prácticas y entidades transnacionales que están en curso de vaciar el Estado quizá hasta el punto de que colapse. Pero si eso sucede -lo que no es una perspectiva inmediata, por lo menos en los Estados desarrollados- ¿Quién se hará cargo entonces de las funciones redistributivas y de otras análogas, de las que hasta ahora sólo se ha hecho cargo el Estado? Este es uno de los problemas básicos de cualquier clase de política popular hoy en día. PerfilEric HobsbawmNació en 1917 en Egipto y su primera educación transcurrió en Berlín. Su familia partió a Londres en 1933 y en el 36 él se afilió al Partido Comunista. Perteneció a un influyente grupo de intelectuales marxistas no ortodoxos, junto con las entonces jóvenes figuras Edward Said y la crítica Jean Franco. Además de sus mencionadas obras sobre el siglo XX, prestó especial atención a los fenómenos políticos populares, como en Rebeldes primitivos, su clásico estudio sobre el bandolerismo social, y a hechos como la briosa cultura juvenil y el estallido de la industria discográfica en su Historia del siglo XX. Es autor de un bello y conmovedor volumen de memorias, Tiempos interesantes. A sus años, sigue siendo un amante del jazz.
Leer más...

domingo, 16 de mayo de 2010

Mensaje de José Mujica a los empleados públicos


"Todos ustedes son sustituibles", les dijo el presidente José Mujica a los funcionarios de Ancap presentes en la asunción de las nuevas autoridades del ente. Y reclamó el involucramiento de los funcionarios en la reforma del Estado.
El presidente retomó así en público su prédica sobre la necesidad de cambios en la estructura del Estado, que cuenta con 241.500 funcionarios más otros 14.490 empleados entre contratados, pasantes y becarios, según el informe de junio de 2009 de la Oficina Nacional de Servicio Civil (ONSC), últimos datos oficiales relevados.
Mujica no tenía previsto hablar en la ceremonia en Ancap ayer martes, pero el presidente del ente, Raúl Sendic, lo convenció de hacerlo. Entonces el presidente marcó su visión de los funcionarios del Estado y de lo que pretende de ellos.


Les dijo que "no son dueños de la empresa. Esta empresa no es propiedad de ustedes, esto es propiedad del pueblo uruguayo. Nunca pierdan de perspectiva el objetivo".
"Todos ustedes son suplantables, lo que no es suplantable es nuestro pueblo. Ustedes no están para servirse, ustedes están para servir. Y en ese servir realizarse, como hombres, co-mo mujeres", agregó.
Mujica resaltó que no se puede "seguir con un Estado paquidérmico, sin compromiso, inventando festividades pa-ra no laburar".
Añadió que no se puede "seguir con un país que no asume que el progreso es hijo del trabajo humano, y que gastar la vida significa comprometerse con el trabajo".
Luego volvió a dar un mensaje a los estatales: "Pasar seis, siete horas laburando, mirando el reloj", y como preguntándose "cuándo me voy".
Cambios. El discurso de ayer de Mujica fue en línea con aspectos de la reforma del Estado que ha manejado en diferentes ocasiones y a la decisión de que los aumentos de salarios en el sector público incorporen co-mo variables la productividad y la capacitación.
El gobierno trabaja en medidas referidas a esta reforma, muchas de las cuales prevé incluir en el proyecto de ley de presupuesto quinquenal.
Entre los cambios que el Poder Ejecutivo estima poner en funcionamiento en 2011, figura un sistema de concursos para el ingreso al Estado a través de lo que denominó "ventanilla única", equiparación salarial de los nuevos funcionarios que realicen la misma tarea en diferentes organismos y auditorías de gestión en las oficinas públicas.
En un decreto de abril, Mujica dispuso que las renovaciones y los nuevos contratos en el Estado a pasantes y becarios no pueden extenderse más allá del 31 de marzo de 2011, cuando comience a funcionar el nuevo sistema.
El Ministerio de Trabajo, la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) y la ONSC son los organismos que están elaborando la reforma del Estado, en permanente consulta con el presidente.
El propio Mujica ha dicho que esta reforma no prevé una reducción de la plantilla de estatales, pero sí manejó la idea de redistribuir funcionarios de oficinas superpobladas a reparticiones con menos personal.
Primer mundo. Ayer, Mujica sostuvo que se plantea "el desafío de ser o no ser. Estamos en la puerta, podemos acceder a ser un país del primer mundo", pero aclaró que "nadie nos va a regalar nada", por lo que se necesita "unidad nacional", la que "nos hemos dado el lujo de no cultivar desde hace décadas".
Según el mandatario, "estamos en la puerta, podemos incorporarnos a una franja del mundo sin haber tenido 200 años de acumulación, como la tuvieron otros", aunque "estamos despertando al desarrollo muy tarde", acotó.
Mujica también habló sobre la necesidad de "invertir cada vez más", pese a que en Uruguay "no tenemos ni la costumbre, ni la capacidad de ahorro, ni el sentido empresarial".
"Tenemos que tender la ma-no porque hace 50 años no supimos guardar, ni invertir cuando realmente se podía, y se nos fue como Maracaná", reflexionó.
Mujica recordó que la población de Uruguay (3,3 millones de habitantes) es similar a la de un barrio de San Pablo (Brasil) y recordó que es "el país más envejecido de América Latina". Esto se debe a que hace "mucho tiempo una cobardía atenazó nuestras entrañas; porque queremos tener microondas nos privamos de tener hijos", afirmó.
Añadió que "la pirámide social de este país es cada vez más condenatoria, con menos jóvenes para aportar y más viejos para sostener", ese es "el desafío que tiene el Uruguay hacia delante". Por ello opinó que "no hay otro camino" que aumentar la productividad de las nuevas generaciones, y dijo que esto solo se logrará a través de la educación.
"En el acierto o en el error, digo lo que pienso y espero mucho de las posibilidades que tiene este país", concluyó el presidente.
Mujica: "No se puede seguir con un Estado paquidérmico y más feriado para no laburar".
Agradecimiento a científicos por "no tomársela" del país
"Ningún trabajador aporta más que aquellos que cultivan la ciencia", expresó José Mujica ayer en un encuentro del Gabinete Ministerial de la Innovación, en el que participaron miembros del Sistema Nacional de Investigadores.
El presidente les agradeció a los investigadores, "en nombre de los tantos que ni se dan cuenta de la importancia que tienen", sus tareas y logros que pueden determinar lo que pase en el mediano y el largo plazo.
También les agradeció "por no tomársela (irse) de este país, por no disparar, cuando hay tanta oferta en un mundo más rico, y por comprometerse con el destino de nuestra pequeña nación".
Indicó la necesidad de obtener recursos para los investigadores, una "lucha contra la escasez", que incluye "privarnos de consumir hoy para que, pasado mañana, quienes nos sucedan, tengan posibilidades de vivir mejor".
Dijo que para lograr estos recursos se "necesita un formidable escudo político que esté amparando permanentemente, frente a las otras urgencias que tiene la sociedad".
Hizo hincapié en que "la verdadera libertad es el conocimiento" y éste es la propiedad "más importante".
"Pero para que ella sea posible, hay que tener conciencia política del valor que encierra esa libertad. Y que ella constituye una de las formas no medibles del capital colectivo que tiene una sociedad y un país", acotó.
Para el mandatario, "si no le damos alas a este frente de batalla, nos cercenamos las verdaderas alas de la libertad posible en el marco de este planeta" y el destino del país será "estar sometidos en el sentido más profundo del termino".
El País Digital
Leer más...

domingo, 9 de mayo de 2010

El lector de diarios. Por Tomás Abraham


Es hora de que los semiólogos difundan los resultados de sus investigaciones sobre las motivaciones de la conducta de un lector de diarios. Hace mucho tiempo que no sabemos nada sobre el tema. Hay tantos consultores, asesores, programadores, especialistas en medios, que no parece excesivo pedir que divulguen sus estudios sobre los variados perfiles del lector nacional. Sólo hablamos de los medios y nos olvidamos que sin nosotros los lectores, oyentes y televidentes, no son nada. Nos vendría bien analizar este asunto ya que estamos en una situación en la que el gran público contempla con cierta sorpresa una guerra entre gobierno y periodistas, entre los mismos comunicadores, en medio de tribunales y juicios, además de los desfiles con fotos de periodistas estigmatizados.


Hay tantas preguntas por hacer y tan poco se ha discutido. Es tan grande el griterío que da la sensación que nadie tiene interés en analizar el tema. Clarín, por ejemplo, ¿vende más o menos que hace dos años? Un lector de Clarín que lo leía en el 2006 y sigue ahora, ¿ha variado su comportamiento político por el cambio de orientación del diario? ¿Por qué y cómo se lee un diario? ¿Cuál es la razón por la que en estos días los periódicos ingleses toman posiciones a viva voz sobre los candidatos, cambian de preferencia o las mantienen, sin sentir por eso que violan la condición de objetividad de la que una presunta ética los hace acreedores?
Los diarios “serios” de Gran Bretaña o los catalogados como “amarillos” no parecen arriesgar su reputación ni temer el desplante de sus avisadores y de su caudal de lectores con estas tomas de posición electorales.
A la espera de la información requerida de los especialistas correspondientes, no me queda otra alternativa en este momento que dar mi opinión de lector de diarios y de mero cliente de kioscos.
Voy a hacer una pregunta algo disparatada por lo obvia: ¿se sabe cuánta gente lee los diarios? ¿Cuánta lee en la ciudad de Salta, en Río Cuarto, en Bahía Blanca, en el país?
La verdad que muy poca. Es de público conocimiento que los diarios los leen unos pocos y son de clase media y alta. Se trata de un fenómeno mundial. Lo que sucede es que de lo publicado por los diarios se alimentan las radios que leen las noticias a la mañana, mientras la televisión también lo hace hasta que por tener medios de producción propios pueden renovar las novedades de la primera hora del día.
Sigo con otra pregunta: ¿para qué sirve la teoría de la alienación que sostiene que los medios tiene el poder de manipular a la gente? ¿Somos tan idiotas los miembros de la clase educada, media y solvente, que los cronistas hacen lo que quieren con nosotros?
Muchos creen que sí. Tanto poder dicen que tienen los medios que la inseguridad se convierte en una sensación y la corrupción se reduce a un titular tendencioso.
Es increíble que cada vez sean más numerosos los que “se dan cuenta” del poder manipulador que tienen los medios que los aún manipulados. Llegamos a la paradoja de que nadie se deja melonear porque todos están meloneados.
La relación que un lector tiene con su diario es compleja. No se basa en una fidelidad absoluta. Hay algo que los analistas no toman en cuenta y es que el vínculo que tienen con los medios los lectores de diarios, los oyentes de radio y los televidentes se basa fundamentalmente en la pereza. Nos distendemos con la actualidad. Nos hace compañía cuando nos afeitamos, durante el desayuno, en la mesa familiar, cuando cenamos, en los intervalos del trabajo, en los viajes en colectivo. Nos informamos y a la vez nos distraemos.
A la hora de votar por un candidato esas vivencias cotidianas se sumergen en un torrente disolvente y lo que cuenta en la urna es un voto imprevisible. La mayoría de la gente tiene una vida pareja todos los días con problemas de subsistencia bastante apremiantes y temores varios. En medio de esto las noticias entretienen, permiten cierto desahogo y nos descansan.
La agitación que vive el personal de las redacciones, de las agencias de noticias, de los estudios de televisión y radio, el permanente estado de excitación que creen que todo el mundo comparte, en realidad no es más que un teatro de exageraciones de esa megaproducción llamada actualidad.
Todavía los ideólogos del control total no se dan cuenta de que el pequeño hombre que abre un diario o enciende un aparato no es un feligrés sino un ser reactivo que disfruta de la noticia. Se detiene en esas caras graves y preocupadas a cargo de los informativos, se identifica con las indignaciones que padece el locutor, prestaba atención a lo que proponía Bernardo Neustadt que soportó el odio de la mayoría de sus connacionales con el más alto rating que haya logrado un periodista.
¿Qué características tiene un lector ecléctico? Hay dos tipos de lectores con estas características. Uno es el que no lee los diarios durante la semana porque no tiene tiempo, se satisface con la televisión, y junta varios periódicos el domingo para leerlos a la mañana, tarde y noche, con alternancias de siestas y comidas. Otro es el que usa los diarios como material de trabajo ya que quiere por razones de oficio tener una idea de los acontecimientos de actualidad a través de la expresión de los sectores de la sociedad en los nichos informativos.
La realidad es una cebolla que se pela, o para ser más tajante, un alcaucil sin corazón. Las noticias se fabrican y la realidad se entrega por partes. Consumimos trozos de una actualidad sin fin a elección del oferente, y cambiamos de diario, dial y canal si queremos degustar otro sabor.
Ya todo el mundo parece estar de acuerdo en que no existe la objetividad. Y también se está de acuerdo en que se transmiten verdades parciales. Por eso el periodismo hegemónico en nuestro país es el que confronta verdades parciales. Es decir mentiras acotadas.
Pero los diarios no se identifican sólo con su línea editorial, por el hecho de que además escriben en él periodistas que no son todos iguales. Se me ocurre que el mejor diario o medio de comunicación en general es aquel que tiene la mayor heterogeneidad posible de pensamiento periodístico.
No existe, salvo casos aislados, en nuestro país, un periodismo de pensamiento que se preocupe por plantear problemas, averiguar datos, sumar informaciones, ofrecer del modo más completo y crítico un panorama lo más exhaustivo posible respecto de cualquier tema.
Despreciamos el oficio y más aún a los receptores de la información. Hay tan pocas excepciones que esta realidad parece no tener fisuras. Da la sensación que los que están a cargo de la actualidad se esmeran por encontrar cada día o cada semana un argumento a favor o en contra de un enemigo declarado. Es ésa la que creen los periodistas que es su tarea. Como que no tuvieran otra. O son pastores de la corrección y de la indignación moral o parte de una cruzada de justicieros con micrófono. Nadie quiere perder a sus “compañeros”, clientes o avisadores con sorpresas desagradables, como las que se tiene si un análisis o una información va a contracorriente de un deseo del consumidor o de algún patrón estatal o privado.
Hay que dar masticado lo que se espera, y siempre lo mismo.
Leer más...