viernes, 3 de febrero de 2012

Aspiraciones sustituyentes. Por Gonzalo Neidal

No ha de pensarse, claro está, que la mención de la necesidad de una reforma constitucional por parte del vicepresidente de la Nación, haya sido un desliz o una simple distracción. Es impensado que tema tan importante como ese haya sido tratado a la ligera por parte del gobierno nacional, que tiene bajo su control hasta los más mínimos detalles comunicacionales que puedan rozar, de un modo u otro, algún aspecto del poder.

Al revés: lo más probable es que Amado Boudou haya recibido instrucciones precisas acerca de qué debía declarar, con qué palabras precisas y de qué modo hacerlo. La preocupación del gobierno es comprensible, dada su concepción de lo que significa el ejercicio del poder. La lógica de pensamiento político del grupo gobernante excluye la posibilidad de la alternancia de diversos partidos e incluso de distintas fracciones dentro del propio partido de gobierno. Hay algo de mesiánico en eso: la convicción, pretendidamente revolucionaria, que nadie puede llevar a la Argentina hacia un destino de gloria fuera del kirchnerismo. Todos los demás partidos son formas de retroceso en la vía liberadora ya emprendida desde 2003.
Por eso la temprana mención sucesoria de Máximo Kirchner, de quien se desconocen todas las ideas salvo aquella que nos comunicara la presidenta en un acto en Mendoza: que prefiere la Coca Cola en botella de vidrio al envase plástico.
Un gobernante que transita un período sin posibilidad de reelección inmediata, se transformará más temprano que tarde en un “pato rengo” (lame duck), o sea en alguien con menguada capacidad de decisión en razón de que los operadores políticos y económicos comienzan a prestar más atención a los potenciales sucesores que al presidente en ejercicio. Así, aunque mantenga intacta la capacidad de fuego, el presidente en curso, transcurridos un par de años de gobierno, percibe que el poder se le va diluyendo ante la perspectiva cierta de su inexorable reemplazo. La mención de la reforma constitucional apunta a salvar este problema.
Aunque Boudou se esfuerce en aclarar que en ningún caso la reforma deberá incluir un nuevo período presidencial, todos sabemos que lo único que puede mover al gobierno en esa dirección es la posibilidad de una nueva reelección. Nadie modifica la constitución por una suerte de cretinismo institucional ni por perfeccionismo jurídico. Las reformas siempre tienen un objetivo de poder más o menos inmediato bastante obvio. Así fue con Perón en 1949 y con Menem en 1994.
Si el objetivo es la reelección, tal como nos resulta evidente, el gobierno habrá de comenzar una campaña con condimentos épicos, frases elevadas y volumen patriótico para convencernos de que Argentina no tiene destino si no es bajo la conducción de la propia Cristina Kircher o alguien bendecido por ella, muy cercano y con un ADN que no depare sorpresas de desvíos o rectificaciones.
Al mismo tiempo, el intento de permanencia tiene otro objetivo: debilitar y, si fuera posible, ahogar en su cuna las pretensiones que puedan abrigar otros políticos, tales como Daniel Scioli o José de la Sota, con antecedentes suficientes como para aspiraciones presidenciales.
Pero el escenario que ofrecen los partidos de la oposición, en su debilidad y carencia de propuestas diferenciadoras, hacen pensar que lo más probable es que el futuro rival-sucesor provenga de las propias filas de lo que hoy se conoce como kirchnerismo. Y que el gobernador de Buenos Aires, en ese sentido y pese a sus reiteradas actitudes de extrema lealtad hacia el gobierno nacional, sea quien posea las más elevadas aspiraciones fundadas para ser considerado en un lugar privilegiado de la grilla sustituyente.
Esa batalla ya ha comenzado. Las actitudes díscolas del vice gobernador Mariotto son una muestra de ello. Y también el acercamiento, por ahora futbolístico, de Scioli a Mauricio Macri. A la lista deben agregarse los guiños del ex motonauta hacia el dirigente Hugo Moyano y el clima general de asperezas que se vive en torno del gobierno de Buenos Aires.
Un año de ajustes económicos no es el mejor tiempo para revalidar títulos de poder. Y esto lo saben todos. Incluso el gobierno nacional.




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