martes, 7 de febrero de 2012

Cuba: un regreso sin gloria. Por Gonzalo Neidal

Sin hacer demasiada alharaca, el gobierno de Cuba está empeñado en desandar el largo camino que lo ha llevado a la precaria situación actual. Un reciente congreso extraordinario del Partido Comunista ha resuelto que el tiempo máximo de permanencia el los cargos públicos y de partido, es de diez años.

Raúl Castro, de 80 años y un lustro en el poder, heredó el cargo de su hermano Fidel, de actuales 85 años y que permaneció como mandamás  desde la revolución de 1959 hasta que se retiró en 2006 aunque permanece cercano al poder, como referente inapelable. Mueve un poco a risa que Raúl Castro se queje amargamente de que la revolución no haya generado nuevas generaciones de dirigentes que reemplacen, con naturalidad, a los antiguos jefes revolucionarios. Y es curioso que esta idea de limitar el tiempo en el poder se les haya ocurrido a los Castro recién ahora, cuando su edad los pone más cerca del arpa que de la guitarra. Esta circunstancia hace pensar, necesariamente, que su apertura hacia la renovación no proviene de una convicción profunda de contornos institucionales sino del agotamiento del ciclo vital de los hermanos Castro, ya abrazados por la decrepitud.
En el mismo congreso, realizado hace pocos días, se tomó la decisión de luchar denodadamente contra la corrupción. Pensábamos que esta lucha se venía librando desde el primer día de la revolución. Más aún: creíamos que se desarrollaba con éxito y que, en este tema, no había mucho por hacer pues el hombre nuevo y su carácter solidario –pensábamos- evitaba la existencia de este fenómeno.
Probablemente no sea azaroso que ambos temas se hayan tratado en forma conjunta. En efecto, la permanencia en el gobierno del mismo grupo de poder opera como una coraza protectora para encubrir la corrupción. Es la renovación, aún dentro de un mismo partido, lo que permite oxigenar los pasadizos del poder, incorporar nuevos criterios, nuevas visiones y, además, desbaratar –si hay voluntad política- los circuitos de corrupción aceitados que nacieron y se desarrollaron durante un gobierno que lleva décadas en el poder.
En América Latina, son muchas las constituciones que no prevén la reelección o que, si lo hacen, la limitan a un solo período. Y, en la mayoría de los casos, esta disposición proviene de una experiencia negativa por existencia de largos gobierno dictatoriales que persuadieron a los constitucionalistas a evitar la reiteración de semejante situación. En el caso de Argentina, fue la dictadura de Juan Manuel de Rosas, que además se negaba a organizar el país y promover el dictado de una constitución, lo que persuadió a los constituyentes a preferir la imposibilidad de una reelección continuada, criterio que fue modificado en 1994. En el caso de México, la dictadura de Porfirio Díaz, ocupó la presidencia por casi 40 años, y enderezó la constitución hacia una negación completa de toda posibilidad de reelección.
Es que la reelección por tiempo indefinido, aunque esté ratificada por elecciones limpias, crea la sensación de impunidad y de mesianismo. La idea de un país que no puede desenvolverse sin la conducción de un hombre o una mujer providenciales. El país se desliza hacia el culto a la personalidad y el pensamiento único. Y de ahí, a la restricción de las libertades individuales, hay un solo paso.
Con los años, Cuba va aprendiendo muchas cosas y va creando espacios de libertad económica y política. Todavía no acepta la existencia de otros partidos políticos fuera del Partido Comunista. Pero los bolsones de capitalismo que con mora y parsimonia se van creando en algún momento derivarán hacia la libertad política. Es inevitable que eso ocurra.
Si uno mira a la Argentina, tiene la sensación de que vamos transitando el camino contrario al de los cubanos, que vienen de regreso.
Un regreso sin gloria.



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