martes, 27 de septiembre de 2011

Vocación por el puesto público. Por Gonzalo Neidal

Han trascendido cifras alarmantes sobre el empleo público.
En los dos gobiernos kirchneristas el empleo estatal de todo nivel (nacional, provincial y municipal) creció de 2,15 a 3,2 millones. Casi el 50%.
Esto significa que los trabajadores del estado ascienden ahora al 21% del total cuando antes esa relación era del 16%. Comparado con otros países de la región, Argentina también se destaca: los porcentajes para Brasil, Chile y Uruguay son del 11, el 14 y el 16 por ciento.
Hace pocos días hemos rozado este tema al tratar el problema de los contratados municipales. Pero el panorama nacional que pintamos es mucho más desolador.


En los noventa, se puso especial empeño en descomprimir al estado de la sobrecarga de empleo público. Existían, aproximadamente un millón de empleados nacionales y otro tanto en las provincias y municipios. Hay provincias en las que el empleo público es la principal actividad y toda la economía provincial depende de las transferencias que le realiza el gobierno nacional.

En esos años, las empresas públicas se habían transformado también en una especie de seguro de desempleo. Todas ellas desbordaban de empleados que, la realidad demostró luego, no necesitaban. YPF tenía 50.000 trabajadores y los nuevos propietarios la hicieron funcionar con la décima parte de ese total.

Vinieron las privatizaciones, los retiros voluntarios, las indemnizaciones. Un reacomodamiento generalizado que se había tornado imprescindible. Pasó el tiempo, llegó el estallido de la convertibilidad y luego los gobiernos K, aunque estos últimos ya en tiempos de prosperidad económica.

Sin embargo, pese al viento a favor, ha sido el estado y no el sector privado el que aportó el mayor crecimiento del empleo. Nación, provincia y municipios están pasando por un excelente momento fiscal, que no sabemos si continuará en el tiempo. Y todos los niveles de gobierno han incorporado personal más allá de lo prudente. Y lo siguen haciendo.

Es un clásico: cada gobierno incorpora al estado a “su gente”. Pero, cuando cesa en sus funciones, no se la lleva consigo sino que los deja en la planta permanente. Y así durante gobiernos y décadas.

Este mecanismo y la situación que va creando son graves.

Pero quizá lo peor de todo sea que existan miles y aún millones de argentinos que busquen la seguridad y la comodidad del empleo público, que es considerado un refugio seguro, cuando no una beca que permite vivir con un buen sueldo sin un esfuerzo demasiado intenso.

¿Dónde está el espíritu emprendedor, dónde la osadía, dónde el nervio creativo y productivo?

No: la máxima aspiración de los argentinos, pareciera, es acceder al puesto público y tener, de por vida, la seguridad de un sueldo cada fin de mes.

Truene o llueva.

Vayamos a trabajar o nos quedemos en casa o hagamos paro.

¿Qué pasará cuando ya los recursos no alcancen para sostener el monstruo que estamos creando?

Miremos hacia Grecia y lo sabremos al instante.

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