miércoles, 21 de septiembre de 2011

Traición y arrepentimiento. Por Gonzalo Neidal

La primera vez que lo escuché fue por boca de mi nono, inmigrante italiano, que lo relataba referido a Musolini.
Dice que cierta vez, al visitar il Duce un pequeño pueblo italiano, le preguntó al intendente cómo se distribuían las fuerzas políticas en la comuna. Y recibió la siguiente respuesta:
-- En este pueblo hay un 40% son demócratas cristianos, un 30% socialistas y el 30% restante, comunistas.
Sorprendido, Musolini pregunta si en ese lugar no hay fascistas.
Y el intendente respondió: “Ah, no… ¡fascistas somos todos!
Luego volví a escuchar esta presunta anécdota de Perón, de Menem y ahora, de Cristina Kirchner. Si non e vero…
Ha de ser por el empeño que pone la realidad en imitar a la ficción, que cada día tenemos alguna prueba adicional de que esto está ocurriendo realmente en la Argentina de hoy.
Hace pocos días, Alberto Rodríguez Saá, esa suerte de play boy de provincia con aspiraciones presidenciales, confesó que en una segunda vuelta entre Duhalde y Cristina, votaría por ésta última.
Ahora ha sido Felipe Solá el que ha blanqueado su situación. Dijo que él no se siente parte de la oposición. Lo dice uno de los fundadores de lo que fuera el ya disuelto peronismo federal.
Solá pasa así a engrosar la lista de arrepentidos, de los que se han rendido a la evidencia de que CFK ganará los comicios por amplio margen y que no tienen fuerza, ni ganas, ni margen, ni convicciones para remar contra la corriente.
Todo el peronismo se va realineando tras su matriz originaria. La de 1945, la de las posguerra, la del populismo más tradicional.
¿Alguien puede hablar de “traición”? Eso carece de importancia.
En su libro Elogio de la traición, Denis Jeambar y Ives Roucaute ponen el claro que la traición es lo que mantiene viva la política, la remoza de tanto en tanto, facilita los realineamientos, le concede flexibilidad. Los cambios de posiciones son, en realidad, una búsqueda hacia nuevos horizontes, hacia nuevas realidades por construirse. Y en esa búsqueda, llega la ruptura, la traición.
Lo que sucede es que en la Argentina le hemos encontrado una vuelta de rosca.
Acá, tras la traición, sobreviene el arrepentimiento.
Un regreso a la confortable “casita de los viejos”.
Es como si tuviéramos traidores de segunda categoría.
Casi podríamos decir que cada país tiene los traidores que se merece.

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