viernes, 23 de septiembre de 2011

Boudou, la economía y la docencia. Por Daniel V. González

Más que un chiste es una fábula.
Un lorito se quiebra una pata y corre al encuentro del sabio del bosque, el búho, a pedir su consejo. Éste observa la situación, la analiza y le emite su dictamen: “Al quebrarte una pata, tenés una incapacidad del 50%. Si vos fueras un ciempiés, tu incapacidad sería mínima: apenas un 1%. Lo que te conviene es convertirte en ciempiés”. Al loro le pareció una respuesta genial e irrefutable. Le agradeció su consejo y emprendió el vuelo de regreso. Pero a mitad de camino se dio cuenta de que, si bien el razonamiento del búho carecía de fisuras, él no sabía cómo debía hacer para convertirse en un ciempiés. Pegó media vuelta y se enfrentó nuevamente con el sabio que, ante la intimación del loro acerca del procedimiento por el cual podía transformarse en ciempiés, sin darle mayor importancia le respondió:
“No tengo idea. Yo sólo soy economista”.
La opinión que tienen los políticos de los economistas se sintetiza en este cuento: piensan que resuelven todo en los papeles y que prescinden de la realidad al momento de elaborar sus propuestas. No tienen en cuenta la situación social, ni política, ni gremial. Nada. Sólo se mueven en el estrecho margen delimitado por los modelos que elaboran y sus supuestos, generalmente alejados de la realidad.


Los economistas, a su vez, podría imputarle a los políticos una renquera simétrica: creer que en economía no existen restricciones, que todo puede hacerse, que basta con la voluntad de modificar la realidad para alcanzar cualquier objetivo económico.

El concepto que gobierna el Palacio de Hacienda en estos años es ése: finalmente ha triunfado la política sobre la economía, se ha impuesto la voluntad sobre las ideologías imperiales que pretextan restricciones. La Revolución ha vencido al Mercado. El interés del pueblo ha derrotado a los ricos. En otro tiempo, se habría dicho que el proletariado –representado por el gobierno- ha puesto en su lugar a la burguesía.



El docente Boudou

Todo esto viene al caso porque Amado Boudou, que nos transmite confianza a través de su intensa despreocupación por la marcha de la economía, acaba de decirnos que aspira a cambiar el modo en que se enseña esta ciencia.

La preocupación de Boudou es muy legítima. Es probable que su queja provenga del modo en que la economía le fue suministrada a él mismo en el CEMA, una Universidad Privada adscripta a fuertes convicciones liberales. Pasados los años, Boudou percibió que existen otros puntos de vista y que la economía puede ser enseñada de un modo distinto al que él la aprendió, sobre todo (y en esto el ministro tiene razón), entrelazada con la política, con lo social, con la historia.

A los economistas adustos, severos, amantes de los modelos y de las matemáticas, Boudou les opone una versión desestructurada, juvenil, casi rockera de la economía. Y además, irrefutable: él es ministro en un momento en que la economía argentina crece a tasas incomparables. Él mismo ha dicho que ni Perón logró estas cifras de crecimiento. Entonces, todo lo que él diga –incluso todo lo que cante- debe ser tenido en cuenta como palabra sagrada. ¡Si hasta el New York Times se permite recomendar a Obama que mire hacia la economía argentina!

Y, por supuesto, Boudou adjudica todo ello al “modelo” en curso, que ha venido a revolucionar la Ciencia Económica y a demostrar que el neoliberalismo y los economistas ortodoxos, no son más que expresión de los intereses de los poderosos, de los centros mundiales de poder. La gestión de Néstor y Cristina vendría entonces a poner las cosas en su lugar y a demostrar que la economía es algo muy distinto a lo que hasta ahora se ha dicho. Más aún, quizá la natural modestia del ministro le impida reconocerlo pero lo decimos nosotros: el “modelo” en curso equivale a una revolución en las ideas del tamaño de la introducida hacia los años treinta por John Maynard Keynes.



Una mente brillante

“Acá manda la política, no la economía”, se dice con orgullo desde las páginas de la prensa oficialista, que es abundante.

Lo que produce esta ficción en curso, de que las leyes económicas pueden ser burladas durante largo tiempo, sin consecuencias importantes, no es otra cosa que la bendita soja.

Vivimos un tiempo de una abundancia descomunal de recursos. Pocas veces la economía argentina ha tenido condiciones tan favorables. Los graves problemas que vivíamos en las décadas anteriores casi han desaparecido gracias a que los precios de nuestros productos han escalado de un modo vertiginoso y eso nos ha provisto ingresos formidables que hoy gastamos a manos llenas.

De este dato esencial depende el conjunto de las características de la economía nacional que hoy enorgullecen al ministro. Claro que no está en nuestro ánimo discutir la capacidad del ministro. La dejamos afuera de toda duda, pues su evolución desde un acérrimo liberalismo hacia sus posiciones actuales demuestra que posee una mente brillante. Al menos en lo referente a la velocidad de adaptación de su pensamiento.

Tan fuerte resulta el influjo benéfico de los precios de nuestras commodities que incluso permite que nuestro ministro se despreocupe de la marcha de la economía mundial, que dé consejos a la Europa en crisis y que se haga tiempo para tocar la guitarra con algún conjunto de rock que lo acepta de buena gana en el escenario.

Nos queda la curiosidad de saber cómo juzgará la historia estos años gloriosos, de altos ingresos por exportaciones, de subsidios masivos, de INDEC mentiroso y de depredación de los recursos energéticos.

Por las dudas, quienes ejercemos la docencia de economía, deberíamos salir ya mismo a reservar las Obras Completas de Amado Boudou.

Aunque más no sea, en rústica.

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