domingo, 18 de septiembre de 2011

Peronistas en la Casa Radical. Por Gonzalo Neidal

Está bueno que el gobernador de un partido vaya a felicitar a su sede partidaria al intendente electo, de otro partido.
Es un gesto inusual.
Y civilizado.
Algo nuevo en la política. Y distinto a lo que estamos acostumbrados.
Similar, en circunstancias muy distintas, al gesto que tuvo De la Sota, siendo gobernador, ante el fallecimiento de Ramón Mestre padre.
No es habitual que los rivales se saluden. Que los perdedores reconozcan el triunfo ajeno y que, además, se animen a visitar a los que ganaron.


En la Capital Federal, por ejemplo, no hubo tal gesto.

Y no sólo eso, apareció un tipo como Fito Páez para decir que los que votaron al que ganó, le daban asco.

Acá Mestre ganó sin asco de nadie. Al menos, confesado.

Todo es más tranquilo, menos dramático. Una sensación de que la vida continúa más o menos como venía y con la esperanza de mejorar.

La sensación, que debería ser habitual, de que nadie se muere por perder una elección. Al otro día es lunes y a seguir trabajando. Como siempre.

Todo lo que podemos decir resulta obvio. Pero vale la pena decirlo.

El que perdió, al visitar al que ganó, reconoce que ganó en buena ley, que tiene el respaldo de una porción mayor del electorado.

Y, aunque el que ganó no lo necesita, la visita del perdedor le añade legitimidad y da una señal clara de que la política no es otra cosa que una disputa por el poder que, una vez definida, supone que todos los bandos se sumen, en este caso, para mejorar la ciudad.

Para que esto ocurra, hacen falta dos.

Es decir, es necesario que el derrotado espere y reciba un trato considerado y democrático por parte del vencedor. Una razonable y lógica reciprocidad para la cual, también, hace falta grandeza.

Por eso decimos que es esperanzador que el vencedor y los derrotados se abracen, aunque sea simbólicamente.

En este caso, además, el abrazo tiene un valor institucional: el derrotado es del partido que gobierna la provincia. Y el abrazo obliga a un trabajo conjunto, algo que comenzó hace ya un par de años.

Claro que se podrá decir que el apoyo que prodigó Schiaretti a Giacomino era producto de un cálculo político: mostrar al PJ haciendo obras en la capital para que, al momento de la elección a intendente, el pueblo de la ciudad se acuerde y respalde con su voto al partido que gobierna la provincia.

También puede decirse que la visita del gobernador Juan Schiaretti a la sede radical tiene como objeto pasar a un primer plano esta noticia y morigerar el efecto político de la derrota.

Pero se trata de consideraciones secundarias, menores.

Lo fundamental, es lo otro: el clima de paz y convivencia.

Una acotación final: es curioso que estos gestos importantes provengan de la denominada “vieja política”.

La “nueva política”, contra lo que se esperaba de ella, es una queja que camina.

Una lágrima que se lamenta de lo poderoso que son los partidos tradicionales.

Sólo tiene palabras virulentas hacia los que resultan vencedores.

Y siempre encuentra una explicación a su derrota, fuera de su propia responsabilidad.

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