lunes, 5 de septiembre de 2011

La efímera vida del "cordobesismo". Por Daniel V. González

(Nota publicada en el diario Alfil, hoy 5 de setiembre de 2011)
Quizá haya que agradecer al tablón, a la Revista Hortensia y, más recientemente, a la dupla Fabio Mole - Tinelli la supervivencia e incluso la propagación de algunos cordobesismos que matizan nuestro castellano. Algunas singularidades del habla mediterránea han sobrevivido cómodamente al vendaval de la globalización. Más aún: ella, con las facilidades comunicacionales que implica, no ha hecho otra cosa que fortalecer la presencia de algunos vocablos de acá, del pago comechingón.
No ha corrido la misma suerte la propia palabra, “cordobesismo”, meditadamente arrojada por José Manuel de la Sota, en el discurso de su noche de victoria electoral, el 7 de agosto pasado. Entonces, con la serenidad que le otorgaba el triunfo que sus encuestadores le venían anunciando, midiendo bien las palabras que le dictaba un borrador escrito, calificó su inminente nueva gestión con el ambicioso nombre de “cordobesismo”.

Pocas semanas después de aquel anuncio cuasi fundacional, el Partido Justicialista de Córdoba ha decidido que no presentará listas para diputados nacionales en la elección del 23 de octubre próximo.

¿Qué ha sucedido en estos pocos días?

Primero, situémonos en el preciso contexto en el que el “cordobesismo” fue anunciado y propalado a los cuatro vientos. Era una noche gloriosa para el PJ de Córdoba y muy especialmente para De la Sota, que regresaba al poder tras cuatro años en el llano durante los cuales mantuvo la conducción del justicialismo provincial. Además, había derrotado con claridad a un Luis Juez que se empeñó en reiterar sus argumentaciones monocordes a lo largo de los años. Sereno, sin euforias, De la Sota anunció el advenimiento del “cordobesismo”, esto es su voluntad de poner los intereses provinciales por encima de cualquier otra consideración. Ya había realizado su campaña electoral como un lema provocador: “Peleamos por Córdoba; no por pelear”. Esto equivalía a decir: “El gobierno nacional se pelea con todos, sin ton ni son. Nosotros, en Córdoba, peleamos únicamente para defender el interés provincial. No peleamos de vicio”.

Había ganado la provincia con autoridad, con casi diez puntos de diferencia sobre el segundo. La elección había sido, casi, un trámite. El anuncio de la nueva categoría político/territorial significaba también un insinuarse en el escenario nacional. La promesa de un gobernante exitoso que, a lo largo de los últimos años, marcó su diferencia con el gobierno nacional en varios aspectos.

En Derechos Humanos, por ejemplo, zona en la que De la Sota siempre ha mostrado una posición diferente a la del actual gobernador Juan Schiaretti, más proclive éste a suscribir el relato que baja desde la Casa Rosada.

Pero el tema de la gran diferencia entre el gobierno de Córdoba y el de Cristina Kirchner era el del campo. A lo largo de sus años de gobierno, De la Sota había logrado ensanchar la base de sustentación del peronismo de Córdoba hacia el sector rural. Tradicionalmente el PJ se había sostenido sobre los votos de la urbe capitalina, impregnada de industrias y obreros, franja económica y social más a tono con el discurso peronista originario. El campo, el interior, las zonas rurales, siempre le habían resultado esquivas, siempre votaban a la UCR. Pero esto cambió durante el gobierno de De la Sota, que dio vuelta la ecuación y permitió, de ese modo, el ascenso de Schiaretti al poder en 2007, amenazado por la figura de Luis Juez, con fuerza en la ciudad capital.

Esa noche de elecciones ganadas, De la Sota seguramente, y con legitimidad, sentía que se había posicionado en el escenario nacional como un respetuoso a la vez que díscolo interlocutor del gobierno nacional. Razonablemente podía aspirar, incluso, a constituirse en la oposición interna: una opción al estilo conflictivo del gobierno nacional. Una suerte de peronista aggiornado y moderno, dialoguista y exento de crispación.

Además, el PJ de Córdoba, inspirado por el gobernador electo, se había negado a negociar una lista de diputados nacionales con la mismísima presidenta, que había impuesto sus criterios en todo el país, en cada provincia.

Pero este escenario tan prometedor duró apenas una semana.

En efecto, el domingo siguiente a la elección de gobernador en Córdoba, todo cambió. El 14, los comicios internos dieron como resultado un triunfo abrumador de Cristina Kirchner y el panorama nacional mutó rápidamente. Y también el provincial.

Los márgenes para ejercer el “cordobesismo” se encogieron como la piel de zapa. Para colmo, el escrutinio en Córdoba reveló que la lista de diputados nacionales promovida por el PJ local y, muy especialmente, por De la Sota, obtuvo un porcentaje de votos insólito: 7%, mientras que la de Cristina computaba cuatro veces esa cantidad de votos en una provincia que, hasta ese momento, había resultado blindada para el gobierno nacional.

Ahora, ya no ocurría eso. Ahora la presidenta había logrado establecer un vínculo con el electorado de Córdoba, burlando la celosa custodia establecida por el PJ cordobés. Y, en cierto modo, había dejado en ridículo –si tenemos en cuenta el resultado electoral- al PJ de Córdoba y a su conducción. La lista recomendada por Cristina Kirchner había superado con holgura a la propuesta por José M. de la Sota.

La convivencia durante los próximos cuatro años de gobierno, entre Córdoba y la Nación seguramente forma parte destacada en la agenda del gobernador electo. La voz del gobierno de Córdoba en el Congreso de la Nación se ve reducida a un mínimo: ningún senador y sólo dos diputados sobre 18 que tiene la provincia.

Además, la larga y eterna pelea para que la Nación remita cada mes el dinero para cubrir el déficit de la Caja de Jubilación, a cuya expansión los gobiernos justicialistas no han sido ajenos.

En otras palabras: el gran resultado obtenido por De la Sota el día 7 se ha visto fuertemente opacado por la holgada victoria de Cristina. Al no poder imponer su propia lista de diputados nacionales, escasamente respaldada por el electorado, el PJ de Córdoba se vio obligado a levantarla sin pena ni gloria, para no sufrir otro duro revés el 23 de octubre.

Como están las cosas, no hay lugar para ningún “cordobesismo”.

Habrá que esperar nuevos vientos, nuevas circunstancias, nuevos escenarios.



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