domingo, 26 de agosto de 2012
Stiglitz y la máquina de hacer dólares. Por Gonzalo Neidal
Hace
un par de días, la presidenta exhibió a Joseph Stiglitz no sin satisfacción. Es
que se trata de un Premio Nobel en economía, ídolo de los sectores de izquierda
en la Argentina y de otros lugares del mundo, por sus críticas a la política de
su país, los Estados Unidos, y por su duro cuestionamiento a los bancos y al
sistema financiero mundial.
Stiglitz
y también Paul Krugman son los economistas preferidos del progresismo de
izquierda pues son fervientes impugnadores del orden mundial vigente, una
suerte de enfants terribles en una disciplina que cultiva la adustez, como la
economía.
Al
mostrarse con Stiglitz la presidenta pretende que obtiene un certificado de
calidad de la política económica que ella implementa pues Argentina sería un
buen ejemplo de que se puede crecer manteniéndose lejos del maligno
neoliberalismo y de las recomendaciones del FMI y del Banco Mundial (empleador
de Stiglitz en los malditos noventa).
Stiglitz
obtuvo el Premio Nobel de Economía (compartido con Akerlof y Spence con un trabajo referido a las asimetrías en
la información económica. En consecuencia, sería una voz muy útil de escuchar
para el gobierno en el tema de su especialidad: la información económica, o
sea… ¡el INDEC! Y algo dijo ayer: que la información económica debía estar en
manos independientes. Y esta opinión es algo que la prensa oficialista se cuidó
muy bien de publicar.
Churchill
solía decir que “comprender la política del propio país es algo muy difícil;
entender la de un país ajeno, es directamente imposible”. Para la economía vale
más o menos lo mismo. De modo tal que los dichos de Stiglitz sobre la Argentina
sobrevolaron las obviedades más vulgares y tuvieron una prudencia poco
emparentada con los entusiasmos que cosechó entre quienes lo paseaban como al
Oso Carolina.
Alabó
la reprogramación de la deuda pública (¿sabrá JS que se trató de un pagadiós
del 70%?), ponderó la política de desendeudamiento y valoró las políticas anti
cíclicas (expansión del gasto público), tomadas por el gobierno. También dijo
que no hay que preocuparse demasiado por la inflación pues ésta es mala cuando
es alta. No definió, claro, qué entiende por “inflación alta”.
Las
crónicas no dan cuenta de que se haya detenido a contemplar la posibilidad de
que los extraordinarios precios de los productos agrarios en el mercado
mundial, tengan algo que ver con la buena evolución de la economía argentina
durante estos años. Éste es un detalle que, al parecer, ha preferido obviar.
Al
integrar a Stiglitz a su “relato”, el gobierno busca obtener un pase libre que
habilite una salvaje interpretación y lectura de sus dichos. Podrá decirse, por
ejemplo, “Stiglitz dijo que la inflación no es importante”, o bien: “la conveniencia
de un gasto público elevado ha sido ratificada por Stiglitz como política anti
cíclica”. Y así por el estilo.
Por
de pronto, ya la presidenta dijo –por segunda vez- que amaría “tener la máquina
de imprimir dólares”. Una significativa versión antojadiza de lo que la
política keynesiana significa: imprimir billetes y dárselos al estado para que los
gaste y, de ese modo, se viva por un tiempo una reactivación económica que
siempre resulta ficticia. Aún es prematuro determinar si la presidenta podrá aspirar
al Nobel por tan rústico aporte.
En
tiempos de Alfonsín, nos visitaron Raúl Prebisch y John Kenneth Galbraith. Los
dichos de cada uno de ellos fueron interpretados como señales a favor de las
políticas implementadas en esos años. Todos sabemos cómo terminó aquello.
Ahora
ha sido Stiglitz el que ha venido a explicarnos, supuestamente, lo bien que va
la economía argentina de la mano de Moreno, Kicillof y Cristina.
Veremos
si responde el teléfono dentro de algunos meses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario