lunes, 13 de agosto de 2012
La banalización del Mercosur. Por Gonzalo Neidal
Con
la incorporación de Venezuela al Mercosur, por la ventana, se afianza la idea
argentina de privilegiar su condición de foro de debate y de emisor de
declaraciones políticas más que la de un mercado común que pueda transformarse
en una potencia económica respetable.
A
la maldita década de los noventa y a su dupla transformadora, no se le reconoce
siquiera el haber pergeñado y concretado la idea de este ámbito común para
Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. Cuando se habla del tiempo de su
creación, se alude en forma abundante los protocolos firmados entre Alfonsín y
Sarney hacia 1985, que no lograron hacer avanzar demasiado la unión entre los
dos países más importantes de Sudamérica.
Lo
cierto es que fue durante el gobierno de Carlos Menem y con Domingo Cavallo
como canciller, que se firmó en marzo de 1991 el Tratado de Asunción que creó
el Mercado Común del Sur (MERCOSUR). Quizá los historiadores revisionistas no
puedan hacer encajar esta pieza en su esquemita rutinario de crítica al
neoliberalismo y toda esa chácara repetitiva y aburrida.
Cuando,
pocos años después, dejó de ser Estados Unidos y pasó a ser Brasil el principal
socio comercial argentino en comercio exterior, comenzó a advertirse sobre el
peligro de la “Brasil dependencia”, nuevo mal que surgía en el horizonte. Se
señalaba esa amenaza inexistente con el sólo objeto de cuestionar uno de los
puntos centrales de la política económica en marcha y su resultado natural: la
creciente estrechez del vínculo económico con nuestros vecinos más destacados.
Pero,
además, se criticaba el carácter “puramente comercial” de la unión. Se decía,
que era muy importante hacer hincapié en “los aspectos políticos”, como si existiera
una muralla china entre lo económico y lo político. Se omitía que el núcleo duro de toda
integración son los múltiples e invisibles lazos comerciales que se van
construyendo entre los países y que, pasado el tiempo, fructifica en otros
aspectos que incluyen no sólo lo político, sino lo cultural, deportivo,
jurídico, sindical, etcétera. Sumarnos a la globalización en el marco del
Mercosur, tal la estrategia diseñada en los odiados noventa, es la única
variante posible que incluye prudencia y realismo.
Pero
con el paso de los años y con el apoyo y el impulso de los gobiernos de los
Kirchner, el Mercosur se ha ido transformando en una especie de asamblea
universitaria, que avanza poco y nada en la integración pero que es prolífica
en gestos políticos, declaraciones y otras fijaciones propias de nuestros
adolescentes setentistas.
Hace
pocas semanas, Argentina promovió la suspensión de Paraguay, alegando que el
proceso de destitución del presidente Fernando Lugo había registrado
irregularidades. Como se recordará, Lugo fue apartado del gobierno tras la
muerte de varios campesinos en un tiroteo ocasionado por la recuperación de una
hacienda. Sometido al proceso que prevén las leyes paraguayas, Lugo obtuvo
apenas cinco votos en la suma de ambas cámaras legislativas. Sus propios
diputados y senadores votaron su destitución. Luego, la Corte Suprema de
Justicia confirmó la resolución del parlamento.
¿Con
qué atribuciones el Mercosur, los países que lo componen, pueden entrometerse
en la vida interna de uno de sus integrantes y llegar al punto de sancionarlo?
Las instituciones paraguayas funcionaron adecuadamente y se pronunciaron
claramente.
Si
a nuestra presidenta no le satisface la nueva situación del Paraguay, si
considera que se ha desplazado a un presidente progresista por uno que no lo
es, debería haberse guardado su opinión para ámbitos privados de discusión.
Lamentablemente, Brasil y Uruguay acompañaron este dislate y respaldaron la
sanción contra Paraguay que constituyó una clara e inamistosa intromisión de
los países mayores en la política interna de uno de las naciones más débiles
del Mercosur.
Pues
bien, todo ello fue hecho claramente con la intención de permitir el ingreso de
Venezuela, que precisamente Paraguay se negaba a aceptar. Suspendido Paraguay,
la oposición desaparece e indecorosamente, al estilo de una asamblea
universitaria de un centro de estudiantes, finalmente se acepta el ingreso de
Venezuela, lo que es celebrado como un triunfo.
Tal
el punto de ideologización del Mercosur, cuya necesidad de profundización no
está marcada por la existencia de gobiernos de izquierda o progresistas en cada
uno de los países miembro sino que tiene fundamentos mucho más objetivos que
proceden del fondo de la historia.
Jauretche
popularizó en los ’60 una palabra que ya pasó al olvido: fubismo. Aludía a la
FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) y a su cretinismo progresista,
impregnado de un ideologismo que prescindía de la realidad y sus avatares.
El
fubismo es la pulsión que emite nuestra presidenta, es la frecuencia en la que
funciona y piensa.
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