miércoles, 1 de agosto de 2012

Pasiones presidenciales. Por Gonzalo Neidal


 En pocas horas afloraron en el país varios temas vinculados entre sí por una idea común.
Entre todos, quizá el hecho más destacado haya sido la defensa que hizo la presidenta de los barrabravas de fútbol. Se trata de un hecho asaz curioso.
La presidenta valoró la labor de los hinchas que, desinteresados por el partido que transcurre a sus espaldas, se dedican todo el tiempo a arengar a los hinchas que sí miran el partido. Impulsan sus cánticos y agitan sin demostrar el menor interés por el juego. Cristina ponderó su “pasión” por los colores que defienden. Y lo hizo con cierta vehemencia: dijo que sin pasión nada puede lograrse y que ella valoraba a todos los que ponen pasión en su actividad. Sea pasión por la política o por la literatura. Quizá por pudor omitió mencionar la pasión por el dinero aunque es probable que esa pasión no escasee en las inmediaciones del poder ejecutivo.
Esta defensa fue realizada en una oportunidad un poco rara para tanto entusiasmo por los barrabravas: la presentación de un dispositivo de alta tecnología que serviría para testear las impresiones digitales de los que aspiran a ingresar a los estadios de fútbol. El aparato presentado detectaría a los indeseables y les negaría el ingreso.
El artefacto de alta tecnología no fue eficaz al momento de la demostración: no pudo leer las impresiones digitales de la propia presidenta. Uno puede pensar que, dada su investidura, no habrá objeción alguna para franquearle el ingreso a un estadio de fútbol. De todos modos, si el aparato finalmente funcionara como se espera, no es de descartar que la presencia de hinchas parados en los “paraavalanchas” (tal la denominación presidencial) se vea menguada en el futuro pues es muy probable que los más apasionados hinchas, los más admirados por la presidenta, no logren superar la prueba del detector de indeseables.
Este hecho vindicativo no es un rayo en cielo sereno sino que forma parte de un concepto reiterado desde el gobierno. El progresismo siempre muestra una especial complacencia o, cuanto menos, una excesiva preocupación por los contratiempos de quienes violan le ley de diversas maneras.
Existe la idea que aplicar con firmeza la ley respecto de los delitos punibles, procurar una mayor seguridad para los que trabajan y no delinquen, es un concepto “de derecha”, tal como lo dijo con todas las letras el Jefe de Gabinete de ministros, Juan Abal Medina. Y, al revés, preocuparse con énfasis por el buen pasar de los delincuentes, forma parte de las ideas modernas que todo progresista de izquierda debe elevar bien alto.
En el mismo discurso, la presidenta sostuvo su complacencia por las salidas de “reinserción social” de algunos presos. El caso más notable fue el del baterista Eduardo Vásquez, condenado en primera instancia por el asesinato de su esposa, a quien roció de combustible y prendió fuego. Pocos días después de su condena, Vásquez fue premiado con la libertad para concurrir a un acto político de partidarios del gobierno. En descargo del ex integrante de Callejeros debe aclararse que, en esta ocasión, nadie fue objeto de su pasión pírica.
Estos conceptos presidenciales se enmarcan en la amplia tolerancia oficial de la delincuencia y en la subestimación de la falta de seguridad que poco a poco va agobiando al país. Desde aquella frase del inefable ahora senador Aníbal Fernández acerca de la “sensación de inseguridad”, hasta el reciente concepto de Abal Medina sobre la asociación de la seguridad con las ideas “de derecha” han transcurrido varios años pero la idea oficial no ha cambiado.  
Todo ello se da en un marco de vigencia y predominio del criterio “garantista” en materia de administración de la justicia. De él se nutren las bajas penas, las excarcelaciones anticipadas, los permisos temporarios, etc. cuyos resultados han sido contundentes en materia de reincidencias. Hace un par de días fue absuelto el juez Rafael Sal Lari, sometido a un jury en razón de reiteradas excarcelaciones anticipadas de delincuentes que al poco tiempo se reiteraron en el delito y el crimen.
En definitiva, el gobierno se muestra verdaderamente apasionado por dar a la justicia un rumbo cuya eficacia está lejos de ser probada. Desde la negación de la inseguridad, la calificación como “de derecha” a toda preocupación sistemática por ella hasta desembocar en un apasionado entusiasmo por la reinserción social de los delincuentes, muchas veces en manifiesta afrenta al dolor de las víctima que miran con estupor la levedad de los castigos a que son sometidos los criminales.
Todo un concepto del delito, de la seguridad y de la justicia.
Una pasión errónea y, probablemente, destructiva.



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