lunes, 13 de agosto de 2012
Daños colaterales. Por Gonzalo Neidal
La
idea que rije la política del gobierno nacional es ésta: lo único que importa
es el poder; expandirlo, conservarlo, ampliarlo, usarlo para aplastar a los
rivales. No importa que, en medio de esa lucha, ocurran efectos secundarios,
daños colaterales, desparramos no deseados. Todo ello queda justificado por el
sentido de la lucha principal: derrotar al enemigo político, destrozarlo,
alejarlo de toda posibilidad de hacerse del poder.
Es
el famoso apotegma de que el fin justifica los medios. Pero aquí el poder no es
un medio para la solución de los problemas del país. El poder es un fin en sí
mismo y, en un lejano segundo plano, han quedado los temas que la gestión
política debería afrontar. Y en la búsqueda y conquista de ese poder, todo vale
pues ¡qué sería de este pobre país si cae en manos del neoliberalismo y la
derecha, que embebe a todos los rivales! ¡Suerte que el peronismo camporista y
montonero, la izquierda de las más diversas vertientes (socialistas,
comunistas, trotskistas) y el progresismo light de siempre, tienen el poder
desde 2003 y saben cuidarlo!
La
consigna del momento es una y sólo una: lograr la reforma de la Constitución
Nacional y la re reelección de Cristina Kirchner. Y para eso hay que dar
algunas batallas importantes contra los dos hombres que asoman como potenciales
candidatos: uno, Daniel Scioli. El otro es Mauricio Macri.
La
consigna es destruirlos cueste lo que cueste pues son los únicos que pueden
ambicionar la presidencia de la república para 2015. Sacados del medio,
Cristina –se piensa- tendría desbrozado el camino hacia su tercer período, por
ausencia de otros candidatos presentables.
Se
razona estos temas con cadencia setentista, con el mismo voluntarismo, con la misma
dosis de violencia que, por ahora, es sólo potencial, contenida. Los ataques a
Mauricio Macri son de gran dureza institucional. Por un lado, se ataca al Banco
Ciudad quitándole los depósitos judiciales cuya exclusividad poseía desde la
década del sesenta. Por el otro, se impulsa un paro salvaje de subterráneos, al
margen de la UTA, promovido por delegados sin personería gremial, para llevar a
Macri a la encerrona de tener que aceptar la administración de los subterráneos
sin la transferencia de los recursos necesarios, tal como indica la
Constitución.
Los
principales dirigentes rebeldes responden a diversos grupos kirchneristas y de
izquierda. Está clara su filiación y su intencionalidad. La idea del gobierno
es hacer que los porteños terminen fastidiados con Macri pues los subtes son un
tema municipal y el gobierno nacional aparece como aportando fondos de buena
voluntad, ayudando al municipio para que solucione sus problemas.
Lo
dijimos en esta misma columna cuando el hecho ocurrió: Macri cometió un error
al firmar la famosa acta. Con el kirchnerismo no puede acordarse nada
seriamente. No cumple los acuerdos. Ni siquiera obedece los fallos de la Corte
Suprema que le resultan adversos. El kirchnerismo actúa sin hacer caso a las
normas institucionales, cuando éstas se oponen a sus intenciones. Eso es parte
de su espíritu setentista, presuntamente revolucionario: las cosas se hacen por
la fuerza, si no se consiguen por la ley.
Lo
de Macri no fue ingenuidad. Fue pura estupidez política. Falta de comprensión
del mundo en que se mueve y de los rivales que tiene. En algún reportaje dijo
que su firma se dio en momentos en que la presidenta había anunciado su
operación de tiroides y que él aceptó porque no quería aparecer como un
desalmado que se negaba a un pedido de una presidenta con problemas de salud.
Pues bien, ahí tiene los resultados. Rápidamente cayó en la cuenta de que era
una trampa y dio marcha atrás con un inmenso costo político. A Macri no le
vendría mal pegarle una mirada a un librito de un tal Machiavelli, escrito a
comienzos del siglo XVI.
Otro
hecho que revela este conflicto de los subterráneos es la inexistencia o el
debilitamiento extremo de las normas elementales aplicables a este tipo de disputas
gremiales. Un par de delegados decide que no habrá subtes por 10 días y no hay
autoridad que pueda echar eso atrás, ni juez que pueda obligarlos, ni tribunal
laboral que pueda compelerlos a negociar. ¡Ni hablar de represión! ¡Eso es
“criminalizar la protesta”!
De
todos modos, da la impresión que –para librar estas batallas- Cristina y sus
muchachos del voluntarismo setentista no han abrevado en los manuales de Von
Clausewitz o Liddell Hart sino más bien en Pirro de Epiro, experto en ganar
batallas a costa de desproporcionadas pérdidas en la tropa propia. Algunas
encuestas indican que los castigados habitantes de la Capital Federal están
fastidiados con Macri y también con Cristina pero la caída de la presidenta en
las preferencias es mucho mayor que la del jefe de gobierno.
No
es cierto que “Macri y Cristina se pelean y perjudican a los usuarios”. No:
está claro que la presidenta es la agresora y el jefe de gobierno el agredido.
No es una confrontación. Es uno que ataca y uno que se defiende como puede. Es
la lógica del poder kirchnerista: destruir a los rivales aunque las esquirlas
puedan llegar a miles y miles de ciudadanos. A ellos se les envía este mensaje:
“si Macri (o Scioli, en su caso) fueran más dóciles con el gobierno nacional,
esto no ocurriría. Aprendan para la próxima elección”.
La
lógica del redentor: únicamente ellos tienen las soluciones, sin su aporte éste
sería un pobre país sin rumbo ni destino. Pero tanto voluntarismo y tanta
vocación destructiva siempre choca contra la sólida pared de la realidad.
Más
tarde o más temprano, eso ocurre.
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