lunes, 13 de agosto de 2012
Los industriales y el gobierno. Por Gonzalo Neidal
En
las primeras líneas de Conversación en La
Catedral, Santiago, uno de los personajes, se formula una pregunta que los
ensayistas han tomado una y otra vez para plantear, a partir de ahí, sus ideas
y puntos de vista sobre cualquier país: “¿En qué momento se había jodido el
Perú?”.
En
los setenta, años embebidos (o al menos eso se pensaba) de la doctrina
marxista, la pregunta más habitual al momento de analizar la orientación de un
gobierno era: “¿Para quién gobierna; a quién favorece su política?”. Porque se
entendía que cada partido o grupo, una vez que se hacía del poder, enderezaba
sus acciones en una precisa dirección, favoreciendo determinados intereses y
buscando beneficiar a tal o cual sector social. El esquema era bien simple: los
golpes de estado, ya se sabe, estaban hechos para favorecer a los ricos de
Argentina (la oligarquía pampeana) y al imperialismo norteamericano; el
radicalismo gobernaba para la clase media urbana y para los chacareros y el
peronismo para la burguesía nacional, el empresariado vernáculo, principalmente
industrial.
El
apoyo que lograba entre los sectores más pobres de la población se debía al
recuerdo de los años gloriosos del primer Perón, cuya memoria pasaba de
generación en generación como una época brillante. Los marxistas más
sofisticados señalaban que Perón era un jefe bonapartista, en alusión a
Napoleón III, de quien se decía que arbitraba por encima de los sectores
sociales. Muchos vieron en Perón un estratega de la industrialización, que
realizaba desde el estado la política que los industriales nacionales, por su
debilidad, no podían hacer: expansión del mercado interno, modernización,
promoción de la actividad industrial, etc. Tomaba medidas que favorecía a los
industriales pero éstos, abrumados por la presión y el avance sindical, eran
incapaces de percibir que los grandes trazos de la política de Perón los
beneficiaba.
¿Cuáles
son los intereses que intenta representar Cristina? ¿Qué idea de país tiene en
su cabeza al momento de decidir una línea de gobierno?
Quedan
descartados de plano los productores agrarios. Cristina ve en ellos la
oligarquía a la que aludía Perón en sus discursos más flamígeros. Agro es, conforme
a la visión que hoy reina, Jockey Club, Sociedad Rural, polo, golf, countries,
yachting, gente rica y glamorosa: los enemigos del pueblo. Que las políticas
que más enorgullecen a este gobierno sólo hayan sido posibles gracias a la potencia productiva de nuestros
eficientes productores agrarios, es apenas un detalle carente de trascendencia
para el grupo político gobernante.
¿Puede
decirse acaso que este gobierno, tal como el de Perón a partir de los años ’40,
representa los intereses de la industria nacional? ¿Que formule políticas en
beneficio de los industriales autóctonos? Si nos atenemos a las opiniones más
relevantes escuchadas en el reciente encuentro de la Unión Industrial de
Córdoba (UIC) realizada en estos días, la respuesta es negativa. O bien, la
capacidad de discernimiento de los industriales es tan exigua que no alcanzan a
percibir los beneficios de una política económica que no busca otra cosa que
beneficiarlos.
El
titular de la UIC definió en pocas palabras los problemas que enfrenta su
sector y que tienen su origen en medidas del gobierno: la inflación, los
controles cambiarios, los problemas para conseguir insumos importados
necesarios para producir. Aunque el gobierno muchas veces trate de explicar las
restricciones cambiarias y las limitaciones a las importaciones como si fueran
parte obligatoria de una inteligente estrategia de sustitución de
importaciones, cada vez queda más claro que se trata de medidas dictadas por
una elemental necesidad de dólares, y aplicadas de un modo rústico y
depredador.
El
discurso de la sustitución de importaciones suena siempre bien a los oídos de
nuestros industriales, acostumbrados a la protección estatal más que a la
competencia. Ella significa restringir las importaciones, preservar a la
industria nacional de la competencia extranjera, reservar el mercado local para
nuestros industriales. Se trata de una política desarrollada en el país durante
décadas, al cabo de las cuales los resultados obtenidos no son dignos de
elogio. Pasados los años y dueños del mercado local, los industriales se
atrasaron tecnológicamente e hicieron pagar a los argentinos precios elevados
por bienes de calidad inferior. Eximidos de toda competencia con el exterior,
se sintieron desobligados de invertir, investigar, incorporar tecnología,
mejorar diseños, avanzar en calidad. La falta de competencia y la seguridad que
otorga la protección aduanera indiscriminada y prolongada, siempre produce
estos resultados.
Si
esto es todo lo que tiene el gobierno para ofrecer a los industriales, es bien
poco. Aunque lo adobe con créditos baratos, sigue siendo muy poco. Sobre todo
en tiempos en que existe una inflación capaz de sacar de toda competencia
internacional aún a los industriales más eficientes.
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