miércoles, 3 de octubre de 2012
Vivir con lo nuestro. Por Gonzalo Neidal
Hace
pocos días, la prensa oficialista ha festejado con cierta euforia la firma de
un convenio entre la empresa estatal YPF y la petrolera norteamericana Chevron.
Se
trata de una celebración exagerada si tenemos en cuenta los verdaderos alcances
del contrato firmado, una mera carta de intención. Pero lo sorprendente ha sido
que un hecho tal como la firma de un compromiso con una empresa transnacional
(¡un monopolio!), genere alegría y sea motivo de festejos por parte de este
gobierno, que prolijamente y al compás de una puerilidad revolucionaria
arcaica, denuesta a diario a las grandes empresas (las “corpos”) y le asigna
intenciones maléficas al capital que proviene de fronteras afuera.
La
consigna que sintetiza el concepto señero que ahora parece quebrarse, pertenece a Aldo Ferrer pero también
representa una íntima convicción de amplias capas de la sociedad argentina.
“Vivir con lo nuestro” significa que Argentina no necesita de nadie más para
continuar su desarrollo. Que se basta a sí misma. Que puede prescindir del
mundo, si fuera necesario. Que tenemos autonomía de movimientos y de recursos.
La
frase surgió hacia fines del gobierno militar y encerraba, en cierto modo, una
propuesta para el nuevo gobierno constitucional: renegociar con firmeza la
deuda externa, sin temer a represalias del sistema financiero internacional
pues Argentina podía vivir con sus propios recursos, sin necesidad de apelar a
mercado de capitales. Podíamos bastarnos con nuestra propia riqueza sin pedir
nada a nadie.
En
esos tiempos, la globalización no era tan intensa. Sobrevivía la Guerra Fría y
el mundo se veía de otro modo. Alfonsín pagó toda la deuda que pudo, renegoció
todo lo que pudo y finalmente dejó de pagar. Pero aquella bravuconada, pasados
los años, ha devenido en una filosofía mucho más extendida. La idea es que
Argentina produce alimentos de sobra, genera divisas y le sobran recursos.
Tiene una gran capacidad de ahorro y una cierta cultura industrial. En
consecuencia, no necesitamos de terceros países para entrar de lleno en la vía
del desarrollo. Aunque caigan rayos y centellas, podemos vivir con lo nuestro.
Uno
de los corolarios naturales de este concepto es que no necesitamos ni de
préstamos del exterior ni de inversiones extranjeras directas. Nuestra
capacidad da ahorro es tan elevada, que las cifras que podrían prestarnos o
bien invertir los extranjeros, son absolutamente marginales. Esta suficiencia
prescinde de algunos datos de la realidad. En primer lugar, el hecho cierto de
que nuestros recientes años de prosperidad y fortuna han provenido del mercado
mundial, de la condenada globalización. Los precios de lo que vendemos se han
multiplicado por cinco y este hecho ha derramado miles de millones de dólares
sobre nuestra economía, a partir de lo cual ha podido construirse el mito de un
“modelo” propio.
Toda
la inoperancia demostrada en el área petrolera, deterioro sobre el cual los
expertos han venido insistiendo durante los últimos años ante el desdén y la
burla por parte de la corte de aplaudidores del gobierno, se pretende que ha
sido corregida con la estatización de YPF, empresa que cuando estuvo en manos
del estado llegó al colmo de la inoperancia, siendo la única petrolera del
mundo que perdía plata.
Sin
embargo, tras la estatización, los directivos han salido disparados en búsqueda
de inversores, de gente que ponga plata y conocimientos para la explotación
petrolera. Y que no desconfíe de nosotros pues les juramos a todos que, una vez
que inviertan, no serán expropiados sin indemnización, como ocurrió con YPF.
Es
en este marco en el que los bravos exponentes de la autarquía nacional han
comenzado a revalorizar la inversión externa. Había cierta desesperación por
cerrar algún acuerdo que demuestre que el mundo, especialmente Estados Unidos,
el despreciado imperio, no se ha asustado por la expropiación de YPF y que el
gran capital internacional todavía confía en el gobierno.
Quizá
haya sido ésta la intención de Axel Kicillof cuando habló para explicar (¿a
quién, a quienes?) que el gobierno no tuvo más remedio que expropiar a YPF pues
esta empresa fue la que hizo el desastre que ahora existe en el sector
petrolero argentino. El estilo muy difundido de los funcionarios nacionales
consiste en mentir con la verdad. Es decir, relatar verdades inobjetables pero
dejando en la sombra datos esenciales. De este modo, los hechos parecen
concatenados de una manera que deja la razón del lado del gobierno.
Veamos.
Kicillof dijo que YPF se empeñó en girar utilidades hacia su casa matriz por
encima de lo que la prudencia de una buena administración aconseja. Incluso,
agregó, la empresa se endeudó para pagar dividendos. Todo ello es rigurosamente
cierto. Lo que no dice Kicillof es que ese sobregiro de dividendos fue
ocasionado por la descabellada idea de Néstor Kirchner (probablemente fundada
en un negociado) de incorporar al Grupo Eskenazi sin aporte alguno de capital.
Al obligar a YPF a pagar dividendos elevados (para que Eskenazi pudiera afrontar
el pago de su participación), la empresa se descapitalizó y endeudó de manera
innecesaria. Pero Kicillof omite contar la historia completa.
Todo
sea para captar el ahorro extranjero, tan despreciado por los cultores del
“vivir con lo nuestro”.
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