miércoles, 3 de octubre de 2012

Kicillof y Cristina: dos versiones de la inflación


Ahora lo sabemos: el mundo ha vivido equivocado.
Aunque sea tarde, es un gran alivio saberlo.

Habíamos empezado a preocuparnos pero el vice ministro de economía, Axel Kicillof nos ha sacado de nuestro error, nos ha palmeado la espalda y nos ha dicho (¡al fin!) que la inflación no debe preocuparnos, que no tiene la importancia que normalmente se le adjudica y que lo peor del mundo es que la economía se detenga. No la inflación.
El razonamiento del funcionario no es nuevo. Lo escuchamos casi a diario entre la gente común y también por boca de quienes defienden el programa económico en vigencia. Se enuncia con una popular frase:: “un poco de inflación es buena para la economía”.
Y para certificar que todo cuando nos dice es cierto, ha desempolvado textos escritos hace noventa años por el economista británico John Maynard Keynes donde éste dice que la inflación es mejor que la deflación. Y Kicillof, con gesto triunfal agregó: ¡Y esto lo decía Keynes en plena hiperinflación alemana! O sea: tenemos un amplio margen todavía para gozar de los amplios beneficios que nos concede la inflación.
Un razonamiento similar ya lo habíamos escuchado por boca de Amado Boudou cuando era ministro de economía. Se enuncia más o menos así: no es cierto, como se piensa normalmente, que la inflación perjudica a los que tienen ingresos fijos, a los asalariados, a los jubilados, a la gente de menores recursos. No: en realidad la inflación lesiona a la gente de más altos ingresos pues ellos tienen rentas fijas. Los asalariados, auspiciados por la política económica en vigencia –sostiene este planteo- pueden actualizar sus ingresos cada año en las negociaciones colectivas con sus respectivas patronales. Así, su pérdida de ingresos se limitaría solamente al transcurso entre una y otra actualización salarial. Son los ricos los que padecen la inflación, no los pobres. Tal el actual planteo oficial, de Boudou y Kicillof. Estos dichos fueron escuchados con suma atención por los técnicos que elaboraron el presupuesto que presentó Kicillof en la Cámara de Diputados de la Nación. (Entre ellos, el cordobés Juan Carlos Pezoa, cuya capacidad de supervivencia es formidable: permanece en su cargo y alrededores desde el tiempo de Menem y Cavallo, cuando las ideas vigentes eran completamente distintas a las actuales.)                                                                                       
La idea que tiene Kicillof de los ricos es de gente que vive de renta de propiedades urbanas. Los alquileres –piensa probablemente- son fijos, entonces son horadados mes a mes por la inflación. Una visión un tanto primitiva y elemental de los ingresos de “los ricos” en la Argentina. Es exactamente al revés: son los sectores ubicados en lo alto de la pirámide quienes pueden actualizar con mayor facilidad sus ingresos. Todo el sector agrario lo hace al ritmo de los precios internacionales. Los industriales locales (que venden en el mercado interno), no tienen problemas de actualizar sus precios. Sus productos suben al ritmo de la inflación. Las grandes cadenas comerciales, también actualizan sus precios sin problema alguno. En cuanto a los que viven de rentas de propiedades, Kicillof debería saber que, en el caso de los inmuebles rurales, los valores se actualizan pari passu los precios internacionales de los granos, especialmente de la soja. Y los contratos por inmuebles urbanos tienen cláusulas de ajustes del 20, 25 y 30% anual.
El único sector del empresariado que padece la inflación es el de industriales que exportan ya que sus costos locales aumentan mucho más rápido que el precio del dólar, con lo cual crecientemente irán quedando fuera de mercado.
Necesitados por explicar que, después de todo, la inflación no es tan importante, el oficialismo ha abandonado su tradicional relato sobre el origen de la inflación: que es producto exclusivo de la maldad de un puñado de formadores de precios, que en su avidez por ganar mucho dinero, aumentan el precio de sus productos en forma arbitraria, perjudicando a los más pobres.
En la lógica del gobierno, mientras mayor sea la inflación, mejor para los pobres y peor para los ricos. Hemos descubierto que la inflación es un arma importante en la redistribución del ingreso nacional. Nada mejor, entonces, que alentarla y promoverla.
Pero mientras Kicillof decía esto en la Argentina, en los Estados Unidos, en Georgetown, la presidenta, más sabia, lanzó una frase fulminante: dijo que “con una inflación del 25%, el país estallaría por los aires”. Pero hay un problema: la presidenta no reconoce que el país tenga actualmente una inflación de ese tenor, como aseguran los cálculos más realistas.
Es cierto que la apocalíptica frase presidencial tuvo como objetivo desmentir a los que calculan una alta inflación y ratificar los módicos números del INDEC. Pero, queriéndolo o no, la presidenta ha dado en la tecla: una inflación alta es sumamente peligrosa para el país.
Kicillof, a la vez que contradijo a la presidenta (al restar importancia a la inflación), reconoció el alto nivel que tiene en la Argentina pues la referenció con los aumentos salariales, que estos últimos años se han movido en la franja del 25/30% anual.
La despreocupación por la inflación es una característica del populismo que cree haber descubierto el agujero del mate cuando en realidad lo que hace es apelar a la máquina de la felicidad e imprimir billetes a un ritmo insostenible en el mediano plazo.
Al paso que vamos, la presidenta tendrá razón: tendremos complicaciones graves.
Sin embargo, cuando esto ocurra, ella podrá llamar a Kicillof a su despacho y pedirle que le lea de nuevo la frase de Keynes.




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