miércoles, 3 de octubre de 2012
La inflación, principal enemigo del "relato". Por Gonzalo Neidal
Su
excursión hacia un par de Universidades de los Estados Unidos ha resultado un
dolor de cabeza para la presidenta.
Lo
más notable de todo es que, pese a que es tenida por sus partidarios (y parte
de la oposición), como una oradora hábil y dúctil, Cristina Kirchner no ha
podido responder a preguntas muy sencillas hechas por estudiantes de Georgetown
y Harvard. Su derrape ha sido bastante extenso.
Más
allá de la razonable irritación que puede causarle cualquier requerimiento a
quien no está habituado a responder ante nadie por sus actos de gobierno, el
núcleo duro de las preguntas de los estudiantes estuvo vinculado a la inflación.
O a temas que se deslizaban hacia la inflación.
A
ella se refieren las preguntas sobre los índices de precios del INDEC, las
referidas al cepo cambiario, la que cuestionó la posibilidad de alimentarse con
6 pesos al día, y algunas más.
La
inflación está en el centro del escenario. Salpica y contamina todos los
problemas sociales y económicos. Se esconde detrás de otros debates que no la
nombran. Y está presta para saltarle a la yugular a la economía en cualquier
momento.
Lo
que está pasando con la inflación es casi cómico, si no fuera tan lamentable.
Decidido a mentirla a través del INDEC, el gobierno debe hacer un esfuerzo por concatenar
otras mentiras para sostener a aquélla, la principal. Así, cuando los alumnos
le preguntan sobre el FMI y la observación que hizo al país su titular,
Christine Lagarde (tarjeta amarilla), la presidenta se vio obligada a sacar a
relucir un discurso propio de una militante universitaria, para rechazar
cualquier “intromisión imperialista” sobre la economía argentina. Pura
fraseología para La Cámpora ya que Lagarde sólo reclamaba que se publiquen
cifras realistas sobre la inflación. Y ese es un reclamo bastante extendido
también en la Argentina.
La
inflación es algo que fastidia profundamente al gobierno. Es un dato que no
puede ni ver. A punto tal que se ha decidido a mentirlo con todas las armas a
su disposición. Negarlo a muerte. Cuando un estudiante le preguntó a Cristina sobre
la veracidad de los índices de precios
en la Argentina, la presidenta no tuvo mejor idea que intentar sembrar la
sospecha acerca del dato de inflación que produce los Estados Unidos. Sonó
patético que ella cuestionara, por fraudulento, el 2% que registran las
estadísticas norteamericanas.
Un
cepo de pura cepa
Y
nuevamente volvió la inflación cuando tuvo que hablar del “cepo cambiario”.
Cristina no tuvo mejor idea que negar la existencia de restricciones para
comprar dólares.
Ayer,
en uno de los cotidianos actos políticos en el que reúne a sus funcionarios,
(que, a diferencia de los alumnos de Harvard, tienen la discreción de aplaudir
y no hacer preguntas), la presidenta volvió sobre el cepo cambiario. Volvió a
decir que en la Argentina no existen restricciones a la compra de divisas
extranjeras y que “desde enero el país tuvo que entregar 80.000 millones de
dólares, el 60% de los cuales fue en concepto de importaciones”. Probablemente
no estaba advertida que minutos antes, la titular del Banco Central, Mercedes
Marcó del Pont había justificado la existencia de restricciones a la venta de moneda
extranjera con el argumento que era imprescindible hacerlo para evitar la fuga
de capitales.
Ahora
bien, si nos preguntamos por qué los argentinos tienen preferencia por la
moneda extranjera para guardar sus ahorros, nos encontramos nuevamente con… ¡la
inflación! ¿Por qué alguien querría conservar sus ahorros en billetes
argentinos siendo que estos soportan una pérdida de valor del 2 al 3% mensual?
La inclinación de los ahorristas tiene un sólido fundamento racional y
económico: buscan una moneda que, a lo largo del tiempo no pierda su valor.
Cierto
es que en los últimos años el valor de la moneda extranjera no ha acompañado a
la suba de los precios. Pero este hecho –el retraso cambiario- es un motivo
adicional para comprar dólares pues los meses transcurridos hacen que el dólar
sea una de las mercancías más baratas de todo el mercado.
A
lo largo del tiempo la inflación ha ido horadando silenciosamente el plan
económico. Cada día es mayor la distancia que va separando los costos internos
de cualquier producto del tipo de cambio. Y esta es una bomba de tiempo que en
algún momento va a estallar.
Si
se ha podido prolongar durante tanto tiempo el ajuste cambiario es gracias a
que el núcleo fuerte de nuestras exportaciones proviene del sector agrario. Los
precios internacionales de los granos y sus aumentos recientes, permiten
absorber al grueso de los exportadores los desequilibrios que causa una
inflación desmedida como la que padecemos. El sector que más sufre el problema
es el que, en los discursos, se dice promover: las exportaciones industriales.
Para ellos la inflación significa un padecimiento cotidiano.
En
cualquier caso, la hora de la verdad se aproxima. El programa económico deberá
enfrentar una dura prueba. La ominosa inflación es negada, subestimada,
ignorada, valorada como benévola, calificada como castigadora de los ricos y
desdeñada como un problema menor.
Pero
más tarde o más temprano, ella se toma venganza de tanto descuido.
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