lunes, 8 de octubre de 2012

Venezuela, una elección en clave local. Por Gonzalo Neidal


Este tiempo global permitió que en la Argentina viviéramos las elecciones presidenciales de Venezuela como si fueran propias. Quien deseara hacerlo tenía al alcance de su mano toda la información acerca de los comicios, los candidatos, las propuestas y los resultados.
El mundillo político local permaneció despierto y atento hasta que se hicieron públicos los resultados oficiales que otorgaron finalmente el triunfo a Hugo Chávez con el 54% de los votos, con diez de diferencia sobre Henrique Capriles, candidato de la oposición que esta vez había logrado unificar su representación electoral.
Pero si esas elecciones tan lejanas concitaron un interés tan genuino y directo es porque esos comicios aceptan una lectura en clave local, porque los argentinos vemos en la Venezuela de Chávez una realidad política en la que con un simple cambio de nombres y protagonistas afloran las coordenadas de nuestro país.
Así, una derrota de Chávez supondría un golpe para Cristina Kirchner y motivos de alegría y entusiasmo para la oposición local. Y, al revés, el triunfo electoral del actual presidente, que finalmente ocurrió, consolidaría la ambición reeleccionista que impulsa el actual partido gobernante en la Argentina. Las equivalencias no provienen de una mera simpatía entre los gobernantes de ambos países sino de los discursos políticos hoy predominante en ambos países e impregnados de populismo.

Antes y ahora
Los movimientos encabezados por un líder carismático que concita el apoyo de amplias franjas de los sectores más pobres de la población, tiene una amplia historia en América Latina. Algunos de ellos aparecieron inmediatamente después de la Segunda Guerra y se presentaron como un vehículo de redención del pueblo postergado por un estado de cosas secularmente injusto. Los populismos irrumpieron con la presunta intención de acabar con un orden caduco, que había mantenido a los países de la región en un atraso semicolonial, funcional a un orden mundial en el que existían países industrializados, con altos niveles de ingreso y países atrasados, proveedores de materias primas para aquéllos. Este orden injusto era el que pretendía ser quebrado por el populismo, en búsqueda de una industrialización reparadora.
Han pasado ya suficientes años como para que la experiencia populista pueda ser juzgada por sus resultados. Y en este sentido, todo nos resulta muy claro: más allá de sus intenciones y discursos, la pretensión de buscar atajos hacia la transformación económica y el crecimiento de los ingresos en los países atrasados, lo cierto es que siempre, una y otra vez, las experiencias populistas ha terminado en rotundos fracasos productivos. Así ocurrió con el primer gobierno peronista, cuyos años de gloria fueron los que contaron con la posibilidad de contar con los saldos favorables que el país había acumulado durante la guerra. La crisis posterior no pudo revertirse pese a que Perón había comprendido la nueva situación y tenía en marcha importantes rectificaciones. Otros intentos como los de Velasco Alvarado en Perú, Ovando Candia en Bolivia, Allende en Chile o Torrijos en Panamá, se estancaron y derrumbaron en la impotencia.
El resurgimiento del populismo en países como Ecuador, Venezuela, Bolivia y Argentina, se funda hoy en un formidable aumento de los precios de las materias primas que ha traído a todos estos países una abundancia de recursos extraordinaria que a su vez permite políticas distributivas de corto alcance pero muy eficaces en materia de respuesta electoral. A Chávez le ha tocado gobernar en un país en el que el precio de su principal producto de exportación, el petróleo, aumentó de 17 a 150 dólares para luego bajar a los niveles actuales, todavía muy por encima de aquéllos.
Algo parecido ocurre en la Argentina donde las exportaciones de productos primarios se han visto potenciadas en precios y cantidades en razón de una favorable coyuntura internacional y de aumentos locales de la productividad del sector privado vinculado a ese sector. De tal modo, el populismo exhibe como producto de su gestión lo que, en su esencia, proviene de variables completamente ajenos a sus políticas y es una simple circunstancia favorable del mercado mundial.

Socialismo y populismo
Aunque hoy por hoy el populismo pueda exhibir una gran apariencia de lozanía que se refleja en ratificaciones electorales como la del domingo en Venezuela, la historia demuestra que su destino no es otro que el fracaso final. En tal sentido, la historia política y económica mundial reciente, nos brinda abundante materia acerca del derrumbe del socialismo en todo el mundo. La implosión de un sistema centrado en la planificación económica estatal y la ausencia de la democracia, deberían ser tomados en cuenta por los populismos en curso.
En efecto, la utopía socialista es el objetivo más o menos inconfeso del populismo. Chávez lo dice explícitamente y sin pudores. Llama “socialismo del Siglo XXI” a su sistema. En la Argentina, en cambio, ha ocurrido un fenómeno diferente: la izquierda tradicionalmente antiperonista, se ha sumado al oficialismo. Ha entendido que, como dice Ernesto Laclau, el populismo es la única variante posible del socialismo, ya hundido y enviado al desván de la Historia Universal por su rotundo fracaso en todo el mundo.
El populismo, pese a sus recientes respaldos electorales, se vislumbra como una ficción que, pasado el tiempo, resulta insostenible e ineficaz incluso para los propios objetivos que declama: sacar de la miseria para vastos sectores y redistribuir el ingreso nacional. Si la Historia nos debe servir para algo es justamente para analizar que todos y cada uno de los países que han querido forzar atajos hacia el crecimiento económico y la distribución de ingresos, ha desembocado en despilfarro de recursos e ineficiencias que terminan alejándolo del objetivo que se dice buscar.
En tal sentido, lo que aparece como una victoria rutilante en Venezuela, puede resultar nada más que un simple, estentóreo canto de cisne.


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