martes, 10 de julio de 2012
Obsesión por Scioli. Por Gonzalo Neidal
Mirado
un poco a la distancia, el ataque furibundo que el gobierno nacional ha
desatado contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, parece
completamente desproporcionado, producto de la desmesura con la que el kirchnerismo
siempre ha entendido la política.
El
conflicto ya estaba anunciado en el momento de las elecciones, hace poco más de
medio año. El vicegobernador Gabriel Mariotto no dejó pasar demasiado tiempo
para mostrar su animosidad hacia Daniel Scioli. Y esta hostilidad manifiesta no
podría existir, claro está, sin la aceptación e incluso la promoción inequívoca
por parte del Cristina Kirchner, la propia presidenta de la Nación.
Pasados
los comicios, Scioli despunta como el enemigo político más importante de
Cristina. La razón de este sentimiento tan vigoroso, no es otra que la
confesión realizada por el ex motonauta acerca de sus aspiraciones
presidenciales, altamente razonables por otra parte.
La
relación de los Kirchner con Scioli nunca han sido pacíficas. El matrimonio
siempre receló del actual gobernador, al que respetaban en la medida que lo
sabían dueño de votos importantes para triunfar primero en la elección
presidencial, luego en la provincia de Buenos Aires. Superados los comicios, y
tal como se preveía, la guerra se desencadenó de un modo virulento y sin
tregua.
El
discurso presidencial al efecto es el siguiente: el “modelo” es insuperable
pero puede tener problemas por dos motivos. Uno, la crisis mundial. El otro, la
pésima administración de algunas provincias, entre ellas y en primer plano, la
de Buenos Aires. Scioli no ha sabido administrarla, no está a tono con el
gobierno nacional y es por ese motivo que vive necesidades tan elementales como
no poder pagar los aguinaldos en término.
La
usina ideológica de la Casa Rosada piensa que se trata de un golpe maestro. Se
lo debilita a Scioli en su pretensión presidencial pero además, se lo deja como
responsable de los problemas económicos que inexorablemente están llegando a
cada rincón del país. Para esta tarea, la presidenta cuenta con un juego de
pinzas adecuado: el sindicalismo K de la provincia, y políticos mediáticos para
todo uso tales como Luis D’Elía y Aníbal Fernández, que le señalan presuntos
errores de gestión y le recuerdan su pasado con Menem.
Modelo
para desarmar
El
poder de Cristina, como antes del de Néstor, se ha construido sobre la base de
una alianza inestable y, en cierto modo, inédita. A los pobres del conurbano
bonaerense y de las provincias más postergadas, ambos sectores votantes tradicionales
del peronismo, junto al sindicalismo clásico, se han sumado franjas de la clase
media progresista, históricamente antiperonista.
Militantes
socialistas, comunistas, de las decenas de grupos filo izquierdistas y jóvenes
sin pasado político que han comprado la versión K del pasado político
argentino, reciente y remoto, son la novedad del peronismo en tiempos de Néstor
y Cristina. Se trata de una alianza bastante inestable.
El
peronismo clásico, por llamarlo de algún modo, siempre ha tenido una relación
tensa con la franja de clase media progresista-izquierdista. Además de los
factores ideológicos (unos más afines a Héctor Cámpora y a los grupos
guerrilleros; otros tienen en Perón su referencia esencial), existen también
motivos políticos concretos para que las asperezas se multipliquen: Cristina se
ha rodeado y ha elegido a los advenedizos. Amado Boudou es, quizá, la figura
emblemática que los nuevos peronistas.
Scioli,
por su lado y sin pudor alguno, ha cultivado relaciones que resultan
escandalosas para el gobierno nacional. Se abraza con Mauricio Macri, recibe de
incógnito a Roberto Lavagna, confraterniza y juega al fútbol con Hugo Moyano. Y
lo que más fastidia a Cristina: Scioli no la confronta de palabra, aparenta
subordinación pero toma decisiones claramente diferenciadas del gobierno
central.
Pero
hay también otros motivos de furia: Scioli, su sola presencia, es para la
presidenta un cotidiano recordatorio de que transcurre su último período
presidencial, que pronto contraerá el síndrome del “pato rengo”, es decir, su
palabra perderá peso a medida que se acerque el final de su mandato.
Dentro
del peronismo, incluso del peronismo más kirchnerista, no son pocos los que
visualizan a Daniel Scioli como el natural sucesor de Cristina, al vencimiento
de su mandato, claro está. Probablemente aprecien en él su mayor disposición al
diálogo y su distancia del cardumen indiscernible de camporistas, piqueteros,
izquierdistas y otros diversos especimenes tradicionalmente militantes del antiperonismo.
Ya
Moyano y otros sindicalistas lo tienen en la mira como potencial candidato para
2015. Se suman también los restos del duhaldismo y del peronismo federal.
Probablemente, con los meses, la figura de Scioli convoque a algunos
gobernadores en ejercicio y también a intendentes del Gran Buenos Aires y sus
respectivos punteros.
Si
Cristina no mantiene la posibilidad de un nuevo período presidencial, es
inevitable una mudanza masiva hacia otro candidato peronista. Y en el horizonte
no hay nadie más que Scioli.
La
propia dinámica kirchnerista, su particular visión de la política, hacen
imposible el mero hecho de pensar en la sucesión como algo lógico y razonable.
Su concepto del poder ha hecho inevitable aplastar a todos y cada uno de los
que crecían en las inmediaciones del poder. Sólo Scioli sobrevivió, a duras
penas.
Y
hacia él apuntan los cañones de la Casa Rosada.
1 comentario:
comparo a Scioli con una palmera Se dobla ante el huracán y así no se quiebra. Demasiado, quizás... Ha sido usado descaradamentepor lo que ahora lo denuestan
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