martes, 10 de julio de 2012
Sindicatos y política. Por Daniel V. González
La
función del sindicalismo ha sido siempre materia de preocupación entre los
políticos. En la izquierda, la discusión tiene más de un siglo pues fue el ruso
Lenin el que más severamente objetaba la pretensión de los sindicalistas de
elevarse a la categoría de políticos.
El “tradeunionismo” (vocablo tomado de
las trade unions británicas), pensaba el líder de los revolucionarios rusos
hace más de un siglo, es impotente para englobar en su reivindicación puramente
sindical a toda la sociedad. Su lucha se agota, decía, con la satisfacción de
sus aspiraciones salariales.
Pero,
claro: la batalla sindical no está separada de la lucha política por una
muralla china. Una y otra vez los espacios se confunden y los dirigentes
gremiales incursionan, con elevadas aspiraciones, en el campo político. Ahí
está el ejemplo de Lech Walesa y también el de Lula Da Silva, que llegó a la
presidencia de Brasil a partir del prestigio y la popularidad logrados como
dirigente metalúrgico.
En
el caso de la Argentina, el sindicalismo moderno, por así llamarlo, ha nacido y
permanece vinculado al peronismo. Los sindicatos estaban en manos de
socialistas, comunistas y anarquistas hasta que llegó Perón, quien los
fortaleció, los recreó y los extendió a cada actividad. En esos tiempos
iniciales del peronismo, de fuerte redistribución del ingreso e instalación de
una legislación social propia de un país próspero, los sindicatos pasaron a
formar parte de la vida política argentina aunque era Perón el que sacaba y
ponía a sus dirigentes y era Perón el que hacía y deshacía en el mundo
sindical.
Con
Perón en el exilio la tentación de trazar un camino propio, desvinculado del
líder ausente, fueron grandes. Así surgió Augusto Vandor, el dirigente
metalúrgico que se atrevió a desafiarlo y a negociar con el poder de los años
de proscripción.
Por
los años sesenta, y como preámbulo a la rebelión generalizada contra el
gobierno de Onganía, surgió la CGT de los Argentinos, más débil pero más
combativa que la CGT de Azopardo, donde habitaban los sindicatos más propensos
a una negociación con el gobierno.
Fue
a partir del cordobazo y ya entrada la década del setenta que comenzaron a
aparecer conducciones no peronistas en gremios fuertes. Y Córdoba fue un lugar
donde ellas tuvieron un fuerte desarrollo. El sindicalista más destacado del
gremialismo de izquierda fue sin duda Agustín Tosco, con afinidades al grupo
guerrillero ERP y a su organización de superficie, de efímera vida, FAS.
También surgieron, como fenómenos locales dignos de observación, los sindicatos
Sitrac y Sitram, que representaban respectivamente a los trabajadores de Fiat
Concord y Fiat Materfer. E incluso por esos años llegó René Salamanca a la
conducción del SMATA, el más fuerte sindicato de la industria automotriz en
Córdoba.
Pero
salvo estos episodios el peronismo ha reinado sin pausas en los sindicatos
argentinos. Con reelecciones indefinidas, una docena de viejos (y gordos) sindicalistas,
son los que manejan el poder sindical, impregnado de concesiones del estado y
con numerosas cajas de las cuales la más importante es la de las obras
sociales.
Incluso
fuera del poder, el sindicalismo tuvo la posibilidad de rechazar la “Ley
Mucci”, que envió Raúl Alfonsín al congreso con la pretensión de atomizar la
representación obrera. En tiempos de Carlos Menem el gremialismo se tuvo que
tragar la áspera píldora de las privatizaciones, que nunca pudo digerir, como
puede verse en los recientes discursos de Hugo Moyano contra Cristina Kirchner.
Y
hoy marcha hacia una fractura que se suma a las ya habidas y que puede dar como
resultado la existencia de, al menos, dos CGT, que se añaden a las dos CTA,
producto de la intromisión del gobierno en la interna de esa central sindical.
La central única de trabajadores ha pasado a ser un sueño que parece ya
inalcanzable.
No
es común ver a los sindicatos, opuestos a una presidencia peronista. Claro que
detrás del reclamo salarial de Moyano existe un tácito reproche político: la
distancia tomada por la presidenta del peronismo tradicional y su preferencia
por los jóvenes progresistas muchos de ellos provenientes de otros partidos e ex
integrantes de gobiernos no peronistas.
Pero
el matiz político, inconfeso, de la protesta de Moyano carece de autonomía:
sólo puede existir como mochila de un reclamo económico fundado. Con una
inflación del 30%, el queja salarial tiene sólidas bases de sustentación y
aparece como inobjetable. Y sobre ella aparece un espacio para la incursión
política.
El
robustecimiento del espacio sindical y político de Moyano dependerá de la
economía. Si la crisis continúa y se profundiza, el dirigente camionero
recibirá adhesiones y apoyos. Si, por el contrario, el crecimiento se
restablece, su suerte estará sellada.
La
capacidad de seducción del gobierno camina por un estrecho callejón, a medida
que los fondos se tornar insuficientes.
Y
al final del camino, está Moyano.
Esperando.
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