martes, 17 de julio de 2012

Las culpas ajenas. Por Gonzalo Neidal


El modelo ha comenzado a crujir.
Ya hay evidencias por todos lados. Incluso la oficialista UIA se queja de las trabas que encuentra en el comercio exterior. El dólar libre llegó ayer a 6.31 y hay claros indicios de caídas productivas en rubros claves, como la construcción y automotores.

Y cuando hay problemas en la economía, la política siempre acompaña. Los problemas en este último terreno pueden permanecer un largo tiempo soterrados pues la política se rinde ante la abundancia de recursos económicos y financieros. Cuando hay dinero, las quejas son en vano, la crítica se disuelve, todo cuestionamiento cae en saco roto. El dinero manda. Los recursos son un argumento irrebatible.
Pero lo que se está poniendo a prueba en este momento no es tanto el “modelo” económico sino el “relato”. La construcción teórica y política acerca de la causa de los males argentinos, de las políticas viables y necesarias y, sobre todo, de las responsabilidades.
Se acercan los tiempos en que al fin sabremos si la inflación existe o no. Y si es importante o no. Sabremos si el tipo de cambio está retrasado o si es adecuado. Si es importante ganar la confianza de los inversores externos o si se trata de un dato ocioso. Y muchas cosas más.
Conforme a su estilo negador, por exceso de soberbia, el gobierno ha comenzado a repartir culpas a diestra y siniestra en busca de su exculpación. Se sabe: todo lo que ha hecho el gobierno está bien; el problema son “los otros”, los que no saben gobernar ni administrar, los que no aciertan con las políticas correctas.
Por de pronto, el mundo se nos cayó encima. Los ineficientes europeos no saben qué hacer con sus economías. Incluido “el pelado ese” de la tapa del diario El País. Insisten en gastar menos y equilibrar sus cuentas públicas cuando, como cualquier Kiciloff lo sabe, bastaría con ensanchar el gasto y emitir para que todos puedan vivir felices por los siglos de los siglos. ¡Y cómo no nos va a ir mal si el mundo se desploma sobre nuestras espaldas!
Pero han surgido algunos otros problemas. Muchas provincias y municipios están en crisis, al borde de no poder pagar los sueldos. Entre ellos, la mayor de todas: Buenos Aires. Daniel Scioli, que hasta ayer nomás era un gran gobernador y un excelente administrador, de pronto, en los últimos meses, se ha transformado en un despilfarrador de recursos, que no sabe recaudar ni gastar. Afortunadamente la presidenta lo reta por Cadena Nacional y el vicegobernador Mariotto lo hostiga hora tras hora para hacerlo entender que debe ser más aplicado.
¿Ha caído la actividad inmobiliaria? Es probable. Pero lo más importante de todo es que el operador que informó acerca de esta situación… ¡no presenta sus declaraciones juradas de impuesto a las ganancias! Y, como se sabe, el que no lo hace, carece de derecho a revelar la evolución de su sector. O su palabra carece de todo crédito.
¿Hay problemas en los subterráneos de Buenos Aires debido a la falta de recursos de la empresa que explota el servicio? Está claro lo que sucede: la culpa es de Mauricio Macri, aunque éste haya colaborado eficazmente en la recaudación de esa empresa ya que, durante su brevísima gestión, aumentó el precio del viaje de 1,00 peso a 2,50.
Y así con todo.
Faltan dólares debido a que los argentinos tenemos un problema cultural que consiste en empecinarnos en ahorrar en esa moneda y no negamos a hacerlo en pesos nacionales.
Mueren 52 personas porque el siniestro del tren en Once ocurrió en un día laborable y, además, los usuarios insisten en viajar en los primeros vagones. Y porque los argentinos ya no se quedan en su casa, desocupados, sino que ahora viajan hacia sus trabajos.
Ya hemos escuchado que si la firma Nucete cerró sus puertas se debe, estrictamente, a una decisión empresaria.
Pronto nos dirán que, si el dinero no nos alcanza, no será debido a la inflación ni a la baja en la actividad económica, sino porque no lo administramos adecuadamente.
La culpa siempre está afuera.
La palabra presidencial es la única verdad y sus datos son los correctos.
Pero el modelo sigue crujiendo. El gobierno es muy testarudo.
Pero la realidad lo es un poco más.


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