Tirarle huevos a un diputado está mal.
Muy mal.
Sean de codorniz o de ñandú.
Peguen en el parabrisas de su auto o, con más afinada puntería, en la cabeza del diputado.
También está mal agredirlo con deposiciones de caballo.
O de vaca.
O de tiranosaurio rex.
Ni aun cuando el diputado mostró erguido su dedo mayor en gesto de burla, rechazo o insulto.
También está mal arrojarle zapatos de cualquier numeración a un presidente de la Nación en ejercicio, aunque este hecho pueda movernos a risa más que a sincera condena.
Podríamos hacer una lista más larga.No está bien, tampoco, que se agreda a ex ministros, críticos del gobierno, cuando van a dar conferencias.
Toda violencia es repudiable, claro está.Por ejemplo, el caso de Hilda Molina, la cubana impedida de visitar a sus nietos en la Argentina. Se trata también de un hecho violento que merecería el repudio del gobierno nacional, que no ha demostrado valentía al hacer silencio sobre el tema.Pero hay más.Que el gobierno mime, financie y proponga como personaje de culto nacional a alguien como Hebe de Bonafini, no es un claro mensaje a favor de la paz y la conciliación nacional.La violencia es mala y condenable, la ejerza quien la ejerza.No debe considerarse aceptable cuando se ejerce contra un personaje opositor al gobierno, y repudiable cuando es un hombre del oficialismo -como el diputado Agustín Rossi- el que resulta víctima del enojo.De todos modos, el jefe de la bancada kirchnerista debería sacar algunas conclusiones del episodio.Pensar, por ejemplo, acerca de qué está sucediendo en el país para que gente habitualmente pacífica, que durante décadas ha permanecido subida a un tractor, ahora llegue a tales niveles de furia que comete actos de genuino arrojo, como éste, de convidar huevos y excrementos a un diputado de la Nación.Afortunadamente para Rossi, no todos los chacareros opositores eligieron imitar a los más enérgicos. De haber sido así, es probable que los huevos y otros elementos menos comestibles involucrados en el episodio, hubieran formado una montaña cuya remoción habría demandado el concurso de varias cuadrillas de esforzados trabajadores, pala en mano.Rossi no debería preocuparse tanto por las manchas que cosechó su camisa, ni por el inusual champú que probó su cabellera. Debería, sí, redoblar el esfuerzo para que esos chacareros se alejen de la peligrosa y repudiable actividad que han comenzado a practicar y vuelvan a su trabajo cuanto antes, satisfechos.Esto sería muy saludable y beneficioso para la economía nacional.Para las exportaciones.Para la paz social.Y para los diputados nacionales, claro.
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