viernes, 20 de febrero de 2009

El estilo Brancaleone. Por Gonzalo Neidal

Hacia mediados de los sesenta, Mario Monicelli puso a Vittorio Gassman en el quijotesco rol de Brancaleone de Norcia. El personaje, acompañado por una precaria cuadrilla a la que pretenciosamente denominaba “armada”, trajinaba por Europa, donde cada día encontraba una aventura distinta de la que habitualmente emergía desairado. Desde aquellos años la marca Brancaleone alude siempre a un accionar chapucero, torpe y carente de garbo.

Todos sabemos que Néstor Kirchner no es cultor de los buenos modales. Por algún motivo que ignoramos, él prefiere un estilo golpeador. Esquiva cuidadosamente todo lo que suponga seducción y consenso; se inclina por los golpes.
Como suele ocurrir en la vida social, también en política la tosquedad es aceptada a condición de que venga envuelta en dinero. Cuando la prosperidad cesa, el estilo se presenta sin afeites, en toda su cruda bastedad.

El sólo hecho de que sea Néstor quien gobierna, ya sin pudores, en reemplazo de su señora esposa, nuestra presidente, ya da para varios capítulos de la saga de Monicelli. Pero cada día se añade una nueva aventura.

Cortando una tradición secular, este año los granaderos no concurrirán a la conmemoración del natalicio del General José de San Martín que se realiza en Yapeyú. La razón es simple: el acto será encabezado por Julio Cobos, el hombre del voto no positivo. La antipatía presidencial hacia su segundo institucional, es considerada motivo suficiente para quebrantar el protocolo nacional.
Ya casi podría considerarse un hecho menor que Néstor utilice el avión presidencial para los actos partidarios del Partido Justicialista. Se trata de una insignificancia, en todo caso, reveladora de la displicencia y disipación con que el matrimonio presidencial piensa que puede administrar el poder, ante la mirada aún pasiva y tolerante de millones de argentinos.

La última chapucería ya es más grave y sus consecuencias políticas pueden ser importantes para el propio gobierno. El gobierno estableció un vínculo secreto con el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcati. Julio de Vido se reunió tres veces con él y le pidió estricta reserva, algo que fue respetado por el ruralista, que ocultó estas reuniones a sus pares de la Mesa de Enlace.

Además de esto, hizo llegar a los dirigentes rurales una promesa de convocatoria a negociar si éstos levantaban el inminente paro. Ya sea porque los ruralistas se mantuvieron firmes o bien porque no pudo corromper a Biolcati, el gobierno decidió hacer conocer públicamente la existencia de esas negociaciones secretas, tratando de sembrar discordia entre la Sociedad Rural y el resto de las entidades.

Es el estilo K en su estado más puro. No entiende la política sino como una suma de sobornos y corrupción de voluntades. Uno podía esperar que, dada la índole popular que se adjudica el gobierno, hubiera intentado seducir a las Ligas Agrarias o bien a la Federación Agraria Argentina, histórico baluarte de la reivindicación de los sectores más postergados del ruralismo. Pero no: confió más en la Sociedad Rural. Y luego, insatisfecho con los resultados obtenidos, traicionó la confidencialidad exigida por el propio gobierno, y le ordenó a Horacio Verbitsky que informara en su comentario dominical, sobre la existencia de estas reuniones.

Cuando hay dinero, uno puede permitirse este estilo de gobierno que incluso recoge aplausos en el círculo íntimo que rodea a todas las cortes.
Pero ahora, con la crisis en marcha, todo hace pensar que el estilo K tiene un destino de desván.


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