martes, 3 de febrero de 2009

Representar los intereses futuros. Por Daniel Montamat


(Publicado en La Nación - Martes 3 de febrero de 2009)

La crisis internacional ha reavivado el debate sobre el rol del Estado en la economía. El diagnóstico económico, que destaca como causa los desequilibrios de la bulimia consumista de las últimas décadas, da prioridad a un Estado más ocupado de los intereses de las generaciones futuras.

El paciente americano empieza a experimentar síntomas que lo acercan a un nuevo estadio de la crisis conocido como "trampa de liquidez", con el consiguiente peligro de que la recesión se transforme en depresión. ("Con la lección que dio la crisis de 1929 ahora los bancos centrales intervienen para bombear dinero y disipar la amenaza recesiva. Esto permite prolongar el ciclo hasta que el endeudamiento en ciertos agentes económicos se hace insostenible. El ciclo expansivo del consumo adictivo sucumbe en una trampa de liquidez", decíamos en La economía del consumo posmoderno (Ciudad Argentina. 2005. Pág. 327). Estados Unidos experimentó una trampa de liquidez a finales de la década del 30, aunque muchos historiadores de ese período tienden ahora a creer que no fue "una verdadera trampa" porque la Reserva Federal no hizo entonces el esfuerzo suficiente en el manejo de la política monetaria. Japón, en cambio, tras la crisis de fines de los 80, tuvo una década de recesión, en la que distintas políticas monetarias y fiscales fueron inocuas para superar los efectos de la "trampa de liquidez".


Son más y más los economistas preocupados por el agravamiento de la recesión mundial. El actual economista jefe del Fondo Monetario (FMI), en un reportaje publicado por Le Monde , advirtió que "la actual recesión puede transformarse en una gran depresión si no se adoptan drásticas medidas". Cuando aludió al estímulo fiscal, dio absoluta prioridad a los planes de inversión pública sobre las reducciones impositivas tendientes a incentivar el consumo. En su mensaje, quedó implícito el temor de que la economía mundial ya está padeciendo las consecuencias de la "trampa de liquidez". Ni la política monetaria ni el incentivo al consumo vía reducciones impositivas (la gente no gasta la plata del mayor ingreso disponible) logran reactivar la demanda. No queda otra que acudir a los planes de inversión pública.


Coincidimos, el paquete de estímulo fiscal mundial debe concentrarse en proyectos de inversión pública, pero no en cualquier proyecto. Como lo sugirió en algún momento el presidente Obama, la inversión pública debería priorizar obras de infraestructura y planes que promuevan el desarrollo sustentable. La urgencia internacional por reactivar la economía debe asociarse a la urgencia mundial por consolidar una etapa de crecimiento compatible con las restricciones sociales, materiales y ambientales del planeta.


A la teoría económica siempre le ha resultado difícil definir el papel apropiado del Estado. La corriente minimalista del rol del Estado siempre argumentó que la organización capitalista de mercado puede suministrar eficientemente todos los bienes y servicios que los seres humanos desean o necesitan, excepto aquellos pocos conocidos como bienes públicos puros o absolutos como la defensa nacional. El predominio del mercado en las últimas décadas casi no ha dejado bienes públicos puros (hasta la justicia y la seguridad son susceptibles de prestación privada individualizada excluyente del consumo de otros). Los maximalistas del rol de Estado justificaron la provisión de bienes públicos no puros (educación, salud, asistencia social) basados en los beneficios sociales que proveen, y siguieron justificando la presencia del Estado en la provisión de ciertos bienes privados (energía, telecomunicaciones) en la naturaleza estratégica de éstos.
Hay acuerdo en que el Estado debe asegurar el funcionamiento eficiente de los mercados privados (competencia) y corregir, como excepción, las desviaciones producidas por ciertas fallas, como la asimetría informativa (mercados financieros), la presencia de costos o beneficios sociales significativos (externalidades) o la presencia de monopolios naturales (redes de transporte y distribución) que inhabilitan la competencia. Los keynesianos agregan a estos roles las intervenciones anticíclicas en la macroeconomía y más dosis de políticas redistributivas o de ingresos. Los institucionalistas destacan para el Estado el rol del enforcemen t de los anglosajones (garantía del cumplimiento de las leyes y los contratos). El problema que desnuda la crisis actual es que el rol del Estado, con sus variantes, quedó entrampado en la defensa y representación de los intereses del presente; ha sido alcanzado también por los valores posmodernos.


El sobreconsumo bulímico americano que fue funcional a la economía internacional era, a todas luces, insostenible en el largo plazo. En una cultura posmoderna que vive el presente como devenir, hubiera tocado al Estado ocuparse de los desequilibrios que ponían en jaque la supervivencia futura del sistema económico. Por el contrario, con su rol y sus políticas, los Estados exacerbaron el ciclo y los desequilibrios. Había que complacer las preferencias por el consumo adictivo. El capitalismo no está jaqueado por la crisis financiera, sino por la dictadura del presente que imponen las preferencias posmodernas.


Es necesario reforzar controles en los mercados financieros, y es oportuno plantear la necesidad de la reingeniería de las reglas e instituciones que rigen las finanzas. También es tiempo de políticas anticíclicas. Pero con estas medidas no alcanza. Estaríamos emparchando el rol de un Estado que sólo se ha ocupado de los intereses presentes, cuando la crisis mundial es consecuencia del desdén por los intereses de las futuras generaciones.


Con la cartografía de la modernidad era posible imaginar cambios tecnológicos y adaptaciones sociales superadoras de las restricciones presentes. La inversión de largo plazo que esos procesos habrían de insumir estaba implícita en la lógica decisoria de las preferencias modernas. Hoy esto no sucede. Así como en el presente las preferencias posmodernas son refractarias a la inversión del Estado en bienes públicos, en el largo plazo resisten todo esfuerzo generacional tendiente a sustentar la reproducción económica, social y ambiental del sistema. Por eso se vuelve esencial que el Estado se ocupe de los intereses del futuro en el presente. Un rol que obliga al Estado a trabajar en una contracultura, de manera de influir preferencias y gestar instituciones comprometidas con el largo plazo.

El éxito del capitalismo para generar niveles de vida más altos siempre dependió de la disposición de los individuos para dejar de lado parte del consumo y del ocio y utilizar los recursos y el tiempo libre para invertir en plantas y equipos, infraestructura, investigación y desarrollo y capacitación. Las preferencias modernas hicieron posible, con una combinación de esfuerzo público y privado, la retroalimentación del proceso de inversión y crecimiento. Hoy, frente a la crisis del consumo bulímico, el esfuerzo público aplicado al largo plazo debe ser mayor. Y debe estar dirigido a las generaciones futuras: las que demandan en el presente un planeta viable en términos de crecimiento demográfico y reducción de la pobreza, y un planeta sustentable en términos de administración de bienes comunes globales (atmósfera y calentamiento global) y uso intensivo de ciertos recursos (energía fósil, agua potable).

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