Implicado desde hace años en la política cotidiana de su país, Mangabeira, que se considera de izquierda, fue un crítico muy duro del presidente Luiz Inacio Lula da Silva, quien, sin embargo, le llamó un día, en su segundo mandato, para ofrecerle una cartera que sería insólita en cualquier otro país que no fuera Brasil: ministro de Asuntos Estratégicos. Desde Brasilia, donde recibe a El País, Mangabeira analiza las grandes líneas de la vida política social y económica de Brasil y las grandes corrientes internacionales, pero eso no le parece suficiente. "El presidente Lula me propuso que ayudara a formular un modelo conceptual sobre el futuro de Brasil, pero para hacer eso no necesito estar en Brasilia. Para escribir panfletos podría continuar en Harvard. Lo que intento es definir iniciativas concretas que encarnen o anticipen ese cambio en la trayectoria institucional del país. Escoger iniciativas en políticas públicas sectoriales, educación, trabajo, política agrícola o industrial, que tengan efecto práctico inmediato pero que también prefiguren el cambio de rumbo que necesita el país".
En medio de la formidable crisis económica y financiera actual, sus propuestas, no solo para Brasil, sino para la comunidad internacional en su conjunto, adquieren cada día mayor relevancia y son objeto de mayor debate. Uno de sus últimos libros se titula: "¿Qué debería proponer la izquierda?"
Pregunta: ¿Qué debería proponer hoy la izquierda en todo el mundo?
Respuesta: Básicamente hay tres izquierdas en el mundo. Hay una vendida, que acepta el mercado y la globalización en sus formas actuales y que quiere simplemente humanizarlas por medio de políticas sociales. Para esa izquierda, solo se trata de humanizar lo inevitable. Su programa es el programa de sus adversarios, con un descuento social y una renta moral y narcisista. Hay otra izquierda, recalcitrante, que quiere desacelerar el progreso de los mercados y la globalización, en defensa de su base histórica tradicional (los trabajadores sindicados de grandes empresas industriales). Y hay una tercera izquierda, la que me interesa, que quiere reconstruir el mercado y reorientar la globalización con un conjunto de innovaciones institucionales. Para esa izquierda, lo primero es democratizar la economía de mercado, lo segundo capacitar al pueblo y lo tercero, profundizar la democracia. Yo entiendo ese proyecto como una propuesta de la izquierda para la izquierda. Diría, con un lenguaje provocativo y algo teológico, que la ambición de esa izquierda no es humanizar la sociedad, sino divinizar la humanidad. El objetivo es elevar la vida común de las personas comunes al plano más alto. Y todo lo que se hace en materia de lucha contra la desigualdad es accesorio a esto. Rousseau dice en algún lugar: ellos no consiguieron ser hombres; entonces, decidieron ser ricos. Nosotros, la izquierda, no queremos eso, queremos que sean hombres.
P. ¿Como analiza hoy día la crisis económica internacional?
R. Yo diría que hace mucho tiempo que el mundo está sometido al yugo de una dictadura de falta de alternativas y que, en general, en la historia moderna, contrariamente a lo que pensaron muchos de los grandes teóricos sociales, los cambios fueron forzados por las guerras y los colapsos económicos. El trauma fue el requisito de la transformación. Hoy hay una gran pobreza de ideas sobre las alternativas en el mundo. Las ideas que orientaron la izquierda históricamente, como el marxismo, están fallidas y la respuesta a la crisis financiera internacional revela de una forma muy dramática las consecuencias de esa pobreza de ideas. No hay nada que no sea una versión momificada del keynesianismo vulgar, es la única luz en esta obscuridad. Hasta ahora, el debate ha estado casi enteramente dominado por dos temas superficiales: el imperativo de regular los mercados financieros y la necesidad de adoptar políticas fiscales y monetarias expansionistas. Son ideas muy por debajo del nivel, de la dimensión del problema. Los líderes de las veinte economías más importantes del mundo se reúnen en Washington y no tienen nada que decir. La verdad es que los poderosos aborrecen a las ideas; cuando ellos llegan, las ideas se van.
P. ¿De que habría que debatir entonces?
R. Hay tres temas suprimidos en el debate, mucho más importantes que esos dos temas superficiales. Todo lo que se puede hacer, y se debe hacer, en materia de regulación de los mercados financieros y de expansionismo fiscal y monetario depende, para su eficacia, del enfrentamiento de esos temas subyacentes más importantes. Son tres. Primero, la necesidad de superar los desequilibrios estructurales en la economía mundial entre los países con superávit en comercio y ahorro, empezando por China, y los países deficitarios en comercio y ahorro, comenzando por EEUU. El motor del crecimiento mundial, en los últimos años, fue el acuerdo implícito entre esos dos elementos. Ese motor se ha roto y vamos a tener que conseguir otro. Eso exigirá grandes cambios en EEUU, en China y la organización de la economía mundial.
P.¿No se trata de regular, sino de reorganizar?
R. Efectivamente. Vamos al segundo punto: la necesidad de que la regulación de los mercados financieros sea parte de una tarea mayor, que es reorganizar la relación entre el sistema financiero y la producción. Reorganizar específicamente el vínculo entre finanzas y producción. De la forma en que se organizan hoy las economías de mercado, el sistema productivo está básicamente autofinanciado. ¿Cuál es entonces el propósito de todo el dinero que está en los bancos y en las bolsas de valores?. Teóricamente sirve para financiar la producción, pero en realidad es solo va oblicuamente a ese cometido. Eso no tiene que ser así y eso es el resultado de las instituciones existentes. En este sistema, las finanzas son relativamente indiferentes a la producción en tiempos de bonanza y son una amenaza destructiva cuando surge una crisis como esta. Es decir, son indiferentes para el bien y eficaces para el mal.
P. ¿Y el debate sobre la distribución de la riqueza?
R. Ese es el tercer punto del que hablaba. El vínculo entre recuperación y redistribución. Todos admiramos la construcción en la segunda mitad del s. XX en EEUU de un mercado de consumo en masa. En principio, la construcción de ese tipo de mercado exige la democratización del poder adquisitivo y, por lo tanto, redistribución de la renta y de la riqueza, pero eso no sucedió en EEUU. Ocurrió lo contrario, hubo una violenta concentración de la renta y de la riqueza. ¿Cómo entonces consiguieron los norteamericanos la construcción de un mercado de consumo en masa?. Parte de la respuesta está en lo que sucedió con la supervalorización inmobiliaria ficticia. Ha habido una falsa democratización del crédito, una democratización postiza, precaria del crédito, que hizo las veces de la democratización de redistribución la renta y de la riqueza, que no hubo. Y ahora que ese sistema está destruido, es necesario crear una nueva base para el mercado. Es necesario insistir en cambios más profundos. Lo que yo le digo a mis ciudadanos es que yo quiero una dinámica de rebeldía; pero la rebeldía es una condición necesaria, pero no suficiente. Necesita una aliada que es la imaginación, la imaginación institucional.
P. ¿Cuál es el papel de Brasil en esa polémica?
R. Voy a decir inmediatamente lo que me parece más importante de Brasil. Su atributo más destacable es su vitalidad. Brasil es, sobre todo, vida. Hierve de vida que viene de abajo y esa vitalidad tiene una expresión social muy importante. La clase media tradicional en Brasil hace mucho tiempo que esta debilitada, económicamente y espiritualmente. Yo digo espiritualmente porque esa clase media tradicional amenaza, al igual que en los países ricos del Atlántico Norte, con una cultura de desencanto con la política. Pero Brasil no es Dinamarca, en nuestro país todo continúa dependiendo de soluciones colectivas a problemas colectivos. Nosotros necesitamos desesperadamente la política.
P. ¿Esta surgiendo una nueva clase media?
R. Surge, al lado de esa clase media tradicional, una segunda clase media que viene de abajo. No es una clase media europeizada, sofisticada; es ruda, morena, mestiza, de millones de personas que trabajan, luchan, para abrir pequeñas empresas, que estudian por la noche y que inauguran una cultura de autoayuda iniciativa. Es el horizonte que la mayoría quiere seguir. Pero sin tener cómo seguirlo, sin instrumentos ni ayuda. Yo entiendo que la gran revolución en Brasil hoy, sería que el Estado usara sus poderes y recursos para permitir a la mayoría seguir el camino de esa vanguardia de batalladores emergentes. Para eso tendría que innovar en las instituciones, económicas y políticas. Y ahí está un gran problema, porque nuestros dirigentes históricamente demostraron una completa falta de imaginación y de audacia. Nuestra gran tarea nacional hoy, colocada en sus términos más sencillos, sería instrumentalizar esa energía, esa energía que viene de abajo. Ahí hay dos grandes proyectos. Un proyecto de democratizar la economía de mercado y un proyecto de profundizar la democracia política. Y eso vale para encarar la crisis en todo el mundo.
P. ¿Impulsará Brasil la construcción de un proyecto común en América Latina?.
R. Al proyecto de unión sudamericana le falta un corazón, un cerebro. Es todo esqueleto, estructura, no tiene espíritu. La UE tuvo dos premisas: ser un proyecto de paz perpetua, para poner el fin al siglo de las guerras europeas, y ser un gran espacio de un modelo de organización social y económica diferente del modelo de EEUU. Nosotros no construimos aún en América del Sur una contrapartida para eso, tratamos de comercio, de integración energética y logística, pero no tratamos de lo más importante: cuál es nuestro proyecto, cuál es nuestro camino en el mundo. Yo creo que la afirmación de ese modelo, de esa trayectoria, en Brasil, que es, de lejos, el país más preponderante de América de Sur, permitiría dar un corazón, un cerebro, al proyecto de unión sudamericana.
P. ¿ Como son las relaciones entre Brasil y Estados Unidos?
R. Yo digo siempre que Brasil es el país del mundo más parecido a EEUU, aunque esa semejanza no se reconoce, ni en EEUU ni en Brasil. Son dos países con tamaños prácticamente idénticos, fundados con la mismas bases, población europea y esclavitud africana, multiétnicos. Los más desiguales de su tipo. EEUU, el más desigual de los países ricos; Brasil, el más desigual de los grandes países en desarrollo. Y paradójicamente, en esos dos países muy desiguales la mayor parte de los hombres y de las mujeres comunes continúan pensando que todo es posible. Brasil tiene, sobre todo ahora, una oportunidad extraordinaria y considero que un compromiso crítico con EEUU. Ellos están buscando en este momento, un momento de inflexión histórica, un sucedáneo al proyecto de Roosevelt. En Brasil estamos en una búsqueda paralela de un nuevo modelo de desarrollo que transforme la ampliación de las oportunidades económicas y educativas, en el propio motor del crecimiento económico. No se trata de discutir solo en el nivel de las abstracciones ideológicas; mi propuesta es que construyamos experimentos comunes en las instituciones que definen la economía de mercado y la democracia (FMI,BM, OMC, ONU)
P. ¿Participa el presidente Lula de su análisis estratégico?
R. Lula es, en algunos aspectos, una personalidad opuesta a la mía, pero él tiene intuición, y capta y traduce en sus discursos, lo noto cada vez más, esas cosas.
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