jueves, 13 de marzo de 2014

Nosotros y los pobres. Por Daniel V. González

Argentina tiene ventajas comparativas para muchos productos. Los del agro son los más obvios y decisivos. A ellos debemos nuestro status como país. Para bien y para mal. El segundo rubro de exportación por el que somos conocidos en el mundo son los futbolistas. Basta nombrar a dos de los más grandes de todos los tiempos para que todos mencionen a Argentina.
Pues bien, desde hace un año el mundo sabe de otro producto argentino para el que tenemos facilidad de producción: gente preocupada por la situación de los pobres. Los producimos a montones. Y esto es algo de lo que debemos sentirnos orgullosos pues denota una gran sensibilidad social.

La preocupación por los padecimientos ajenos es algo que revela un espíritu sensible además de la presencia de una cuota de empatía y aún desprendimiento. Nuestros políticos aman a los pobres. Yrigoyen y Perón se ocuparon de ellos en forma principalísima. Pero además toda la gama de grupos y partidos de izquierda se desvelan por ayudar a los pobres: el Partido Socialista, el Partido Comunista, los innumerables grupos trotskistas, etcétera. Más aún: los años más trágicos de la Argentina estuvieron protagonizados por grupos armados que mataban gente y se hacían matar en nombre de los pobres.
Tanto amamos a los pobres que cada vez tenemos más. Pasan los años, las décadas, las generaciones y los pobres siguen en su lugar, sin lograr incorporarse al torrente productivo nacional. Incluso en los tiempos más favorables, como estos que corren, como los de la última década, la década ganada.
Decimos que desde hace un año el mundo sabe acerca de nuestra inclinación por los pobres porque hemos logrado un sueño: colocar en la cúspide de la Iglesia Católica a uno de los nuestros. Un producto dilecto de nuestro pensamiento social, político y económico: un hombre preocupado por los pobres en una institución que por su nacimiento, existencia y permanencia en el tiempo está vinculada a los pobres.
Nadie entiende acerca de los pobres tanto como Argentina. Y pocos tienen tantos pobres como nosotros. Teniendo en cuenta nuestros recursos reales y potenciales, somos únicos en el mundo. Lo curioso es que la presidenta, también preocupada por los pobres, no había descubierto a Bergoglio hasta que la Iglesia lo transformó en Francisco. Desde entonces es una devota capaz de cruzar el océano a nado para sacarse una foto con él. Una experta en pobres tuvo a 50 metros de su oficina a quien hoy es la mayor figura de Occidente y no supo descubrirla. Se le escapó la tortuga. Lo cual es, también, una forma de pobreza.

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