lunes, 31 de marzo de 2014

Camporismo más ajuste. Por Jorge Raventos

Autoproclamada “madre de todos los argentinos”, la señora de Kirchner aseguró esta semana que no habrá aumentos en las tarifas de servicios públicos. ¿Quién se atreve a dudar de la palabra materna? Lo cierto es que  la mayoría de los argentinos empiezan en abril a pagar más por el agua y el gas (y muy pronto, también por la electricidad), con lo que –más allá de la neoparla oficial – las consecuencias para ellos son idénticas a las de un aumento tarifario.
Que no se llamen así tiene, en cualquier caso, un sentido no irrelevante: los incrementos que salgan de los bolsillos de los consumidores no aumentarán los ingresos de las empresas que prestan el servicio, sino los recursos del Estado central, que dejará de gatillar subsidios por tales conceptos.
La reducción de subsidios es uno de los puntos del plan de operaciones presidencial para afrontar la crítica transición que se inició con su derrota electoral en octubre y tiene final programado en diciembre de 2015, cuando debería entregar los atributos del poder a un sucesor.
Good morning, Lenin
Ese plan de operaciones tiene los rasgos que hasta hace algunos meses el relato oficial pintaba como “ajuste ortodoxo” y es un tributo a la realidad, que tiene cara de hereje. Hay que evitar que las divisas se fuguen, hay que tratar de seducir a los inversores extranjeros, hay que hablar con el Club de París y el Fondo Monetario Internacional, hay que procurarse financiamiento externo. Etcétera.
Entre 1920 y 1921, la joven Unión Soviética, todavía timoneada por Lenin, se encontraba con la lengua afuera: su producción paralizada, cientos de miles de hambrientos. El jefe comunista lanzó entonces lo que llamó Nueva Política Económica, que dejó perplejos a sus seguidores más izquierdistas, porque implicaba retornar en muchos campos a criterios de mercado y entregar sectores de la economía, concesionados, a capitales extranjeros. Con realismo, Lenin les explicaba a sus camaradas: “No estamos todavía en condiciones de construir ferrocarriles en gran escala, por eso más vale pagar el tributo a los capitalistas extranjeros y que se construyan ferrocarriles”. Empeñado en desarrollar la infraestructura de su país a cualquier costo, Lenín resumía: “Comunismo es: soviets más electrificación”. Es decir: el poder de su organización política y las grandes obras públicas. Incluso con concesiones al capital  extranjero y al mercado.
No hay por qué suponer que la señora de Kirchner actúe inspirada por aquel antecedente soviético, que probablemente hasta desconozca. No sería tan osado imaginar, en cambio, que algunos de los muchachos que de a ratos la rodean, que presumen de lecturas marxistas, encuentren un antecedente (o una coartada) en aquella maniobra táctica leninista de un siglo atrás.
Colapso del distribucionismo irresponsable

Hay algunas diferencias notorias, sin embargo: el poder soviético se ejercía en un territorio que había vivido en guerra con los Imperios Centrales y seguía surcado por la guerra civil, con una economía arrasada, además, por los experimentos ultraestatistas del “comunismo de guerra”.  En Argentina, en cambio, las dificultades no provienen de esas calamidades, sino más bien del colapso de un distribucionismo irresponsable y de un aislamiento suicida de las tendencias globales que han beneficiado a todo el mundo emergente.
La fórmula: “soviets más electrificación” podría ser reemplazada en el círculo oficial por “camporismo y ajuste”. El programa de la transición tiene un pie apoyado sobre medidas rigurosas  destinadas a darle mayor equilibrio y sustentabilidad a las cuentas públicas, pero junto a ese programa parece dibujarse la decisión presidencial de sostener a capa y espada al “núcleo duro” kirchnerista, cuya columna vertebral es la organización que lidera Máximo Kirchner.
Tanto por uno como por el otro término de esa fórmula el gobierno avanza hacia un choque con la opinión pública y con el peronismo. Los jóvenes camporistas no cuentan con buena imagen en la opinión independiente y son fuertemente resistidos por el peronismo histórico, que los observa como arribistas y adversarios. En cuanto al ajuste, inevitablemente condena al oficialismo al disgusto de todos quienes lo sufren. Ese disgusto se vuelve activo en los sectores organizados, como el sindicalismo.
Conflicto y ajuste
La sociedad se encuentra, en general, en un estado de alta efervescencia (visible en el incremento de los delitos, los actos agresivos y las reacciones violentas) y la desmesurada huelga docente que golpeó a la provincia de Buenos Aires muestra que los gremios no están vacunados contra esa epidemia.
La huelga general convocada para el jueves 10 por la CGT de la calle Azopardo y la CGT Azul y Blanca que lidera Luis Barrionuevo será el primer capítulo de un choque sindical contra el ajuste que seguramente se extenderá a lo largo del año. Los “no aumentos” tarifarios anunciados por el gobierno agregan otro ingrediente al cóctel del descontento. Y Sergio Massa – siempre primereando a sus futuros competidores-   acaba de mencionar otro: el impuesto a las ganancias, que afecta (con sus actuales niveles gravables mínimos) a un amplio segmento de trabajadores en blanco. En condiciones de inflación –vino a decir Massa- hay que establecer criterios de actualización automática de los mínimos imponbles.
Más sutiles y experimentados que los sindicalistas docentes –que pagaron un precio ante la opinión pública por su intransigencia no necesariamente ingenua frente al gobierno de Daniel Scioli- los jefes cegetistas (Moyano, Barrionuevo, los que los acompañan y los que los acompañarán en breve) difícilmente se desgasten en una acción terca y con millones de familias afectadas: manejarán los tiempos de modo de ir  intensificando la presión en el punto buscado, procurando no afectar a terceros.
Así será la larga transición: camporismo, ajuste, conflicto. Y -cada vez más con más intensidad- competencia por la sucesión de la señora de Kirchner. Una competencia que – por los rasgos y el peso de sus protagonistas, incluso los menos alejados del oficialismo- ratifica la idea de que el ciclo K ha concluido. Y de que se está abriendo una nueva etapa. Faltan todavía 21 meses hasta diciembre de 2015.



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