Perón estaba exiliado en Madrid y los sindicatos de todo el país se identificaban, mayoritariamente, con el movimiento que él encabezaba, pero al que la participación en elecciones le estaba vedada. Desde 1951 que en la Argentina no se votaba libremente.La transformación de Córdoba había comenzado a partir de los años cincuenta, alrededor de la Fábrica de Aviones, y continuó durante los años siguientes a la caída de Perón con la incorporación de empresas de capital extranjero como Industrias Kaiser Argentina y Fiat.A la Universidad le llegaban las remotas señales del Mayo Francés y las referencias de la revolución cubana, además de la errática incursión de Ernesto Guevara en la selva boliviana, donde encontró la muerte.Y mayo venía movido: a mediado de mes, una protesta estudiantil en Corrientes había provocado una dura represión policial que terminó con la vida del estudiante de Medicina, Juan José Cabral. Al día siguiente, en Rosario, en otra refriega, moría el estudiante Adolfo Roque Bello.En Córdoba, los obreros mecánicos estaban en pie de lucha en defensa del sábado inglés (semana laboral de 44 horas), cuya de-saparición pretendía el gobierno nacional. El Smata, liderado por Elpidio Torres, y la UOM lograron sumar al paro a la UTA de Atilio López, con lo cual la medida de fuerza se transformaba automáticamente en paro general. Luego convencieron al gremio de Luz y Fuerza para que adhiriera. El paro se fijó para el 29, con la modalidad de cese de tareas a partir de las 10 de la mañana y marcha hacia el centro de la ciudad.Todos sabían que algo iba a pasar. Y pasó.El estallido de furia popular fue un disparo mortal para el ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena y, con retardo, para el propio Onganía, que cayó al año siguiente.Cuatro décadas despuésComo era inevitable que ocurriera, cuarenta años después el “Cordobazo” es motivo de un debate acerca de su verdadero valor y significado.En tal sentido, el signo que parece predominar en esta nueva recordación es la identificación del Cordobazo con la figura de Agustín Tosco. Sin embargo, no es éste un enfoque que se acerque a la realidad política del momento.Se trata de una interpretación que, como todas, tiene una intención política. En efecto, el sindicalismo predominante de la época era de signo peronista y los afiliados a los sindicatos adherían masivamente a la figura de Perón, que se había agigantado en el exilio.En ese tiempo, Agustín Tosco era reivindicado por su inclinación no peronista. Era un líder sindical circunscripto a un sindicato privilegiado de Córdoba, integrado por gran cantidad de técnicos y profesionales más cercanos a la clase media que a los obreros industriales. El mundo político de Tosco era más bien el de la izquierda antiperonista: el Partido Comunista, el PRT, el socialismo, un sector del radicalismo y alguna franja del peronismo radicalizado.Este sector político idealizaba a Tosco del mismo modo que condenaba a los sindicalistas peronistas como Rucci, el propio Elpidio Torres o Alejo Simó, de la UOM. Tosco se reivindicaba a sí mismo como “revolucionario” en oposición al “reformismo” que encarnaba el peronismo y su líder Juan Perón.Aunque el clima de tensión en el cual se resolvió el paro del 29 hacía preanunciar refriegas y enfrentamientos entre los manifestantes y la Policía, ninguno de los sectores y sindicatos que participaron esperaban una conmoción como la que finalmente ocurrió. Y ninguno de esos sectores puede adjudicarse algo parecido a una “conducción” u “organización” de los acontecimientos.En todo caso, si alguno de ellos podría asomarse por encima de la masa indiferenciada de trabajadores, estudiantes universitarios y pueblo en general, que participó de la jornada, ése fue el Smata, conducido por Elpidio Torres.La pretensión de un Tosco conductor del “Cordobazo” es una grosería histórica que no resiste el menor análisis. No porque el indiscutido líder de Luz y Fuerza fuera un dirigente sin relevancia en el contexto de la Córdoba de fines de los sesenta. Sino porque eso desmentiría algo que constituye el rasgo más esencial de ese 29 de mayo: la espontaneidad, su carácter improvisado, su rasgo de pueblada.Pero la elección de Tosco como supuesto líder del “Cordobazo” no es inocente. Se le asigna a Tosco la suma de la cualidades personales ideales para un dirigente gremial (integridad personal, honestidad, espíritu de lucha), algo que estamos lejos de discutir. Pero, además, se le adjudica como atributo elogiable, aunque no siempre explicitado, un posicionamiento político distante del peronismo tradicional.Así, mientras Perón engañaba a sus trabajadores con reformas burguesas, se pretende que Tosco iluminara su camino hacia la revolución, una lucha superior que lo entrelazaba con las jalones universales por la reivindicación de la causa proletaria.Quizá la consecuencia más relevante del “Cordobazo” haya sido el retorno de Perón y las elecciones del 23 de setiembre, que lo llevaron al poder. Ese contexto histórico encontró a Tosco en la vereda de enfrente de la inmensa mayoría de los trabajadores, que respaldaban al viejo General.Pese a que tuvo propuestas por parte del PRT (brazo político del ERP) para ser candidato a presidente de la Nación en las elecciones del 23 de setiembre, Tosco prudentemente declinó la oferta, aunque sus simpatías por esos años estaban del lado de esa franja política confusa que incluía a los grupos políticos violentos.A cuarenta años del “Cordobazo” es tan sorprendente la instalación de la figura de Tosco como líder, como el abandono por parte del peronismo de la reivindicación del propio papel de sus dirigentes en la histórica jornada.Pero así se va haciendo la historia: siempre se elabora desde los humores, pasiones y necesidades políticas del presente.
domingo, 31 de mayo de 2009
El "cordobazo" y el uso de la figura de Tosco. Por Gonzalo Neidal
Juan Carlos Onganía tenía planes para, al menos, veinte años. Había pensado en un tiempo económico, un tiempo social y, finalmente, un tiempo político. En ese riguroso orden.Pocos años atrás había encabezado un golpe contra Arturo Umberto Illia, elegido en 1963 con menos del 25% de los votos, gracias a la proscripción del peronismo. Pero, como todos los golpes de Estado a partir de 1955, el del 28 de junio de 1966 también había sido dado contra el movimiento fundado por Perón, ante la posibilidad de su regreso al poder.
Perón estaba exiliado en Madrid y los sindicatos de todo el país se identificaban, mayoritariamente, con el movimiento que él encabezaba, pero al que la participación en elecciones le estaba vedada. Desde 1951 que en la Argentina no se votaba libremente.La transformación de Córdoba había comenzado a partir de los años cincuenta, alrededor de la Fábrica de Aviones, y continuó durante los años siguientes a la caída de Perón con la incorporación de empresas de capital extranjero como Industrias Kaiser Argentina y Fiat.A la Universidad le llegaban las remotas señales del Mayo Francés y las referencias de la revolución cubana, además de la errática incursión de Ernesto Guevara en la selva boliviana, donde encontró la muerte.Y mayo venía movido: a mediado de mes, una protesta estudiantil en Corrientes había provocado una dura represión policial que terminó con la vida del estudiante de Medicina, Juan José Cabral. Al día siguiente, en Rosario, en otra refriega, moría el estudiante Adolfo Roque Bello.En Córdoba, los obreros mecánicos estaban en pie de lucha en defensa del sábado inglés (semana laboral de 44 horas), cuya de-saparición pretendía el gobierno nacional. El Smata, liderado por Elpidio Torres, y la UOM lograron sumar al paro a la UTA de Atilio López, con lo cual la medida de fuerza se transformaba automáticamente en paro general. Luego convencieron al gremio de Luz y Fuerza para que adhiriera. El paro se fijó para el 29, con la modalidad de cese de tareas a partir de las 10 de la mañana y marcha hacia el centro de la ciudad.Todos sabían que algo iba a pasar. Y pasó.El estallido de furia popular fue un disparo mortal para el ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena y, con retardo, para el propio Onganía, que cayó al año siguiente.Cuatro décadas despuésComo era inevitable que ocurriera, cuarenta años después el “Cordobazo” es motivo de un debate acerca de su verdadero valor y significado.En tal sentido, el signo que parece predominar en esta nueva recordación es la identificación del Cordobazo con la figura de Agustín Tosco. Sin embargo, no es éste un enfoque que se acerque a la realidad política del momento.Se trata de una interpretación que, como todas, tiene una intención política. En efecto, el sindicalismo predominante de la época era de signo peronista y los afiliados a los sindicatos adherían masivamente a la figura de Perón, que se había agigantado en el exilio.En ese tiempo, Agustín Tosco era reivindicado por su inclinación no peronista. Era un líder sindical circunscripto a un sindicato privilegiado de Córdoba, integrado por gran cantidad de técnicos y profesionales más cercanos a la clase media que a los obreros industriales. El mundo político de Tosco era más bien el de la izquierda antiperonista: el Partido Comunista, el PRT, el socialismo, un sector del radicalismo y alguna franja del peronismo radicalizado.Este sector político idealizaba a Tosco del mismo modo que condenaba a los sindicalistas peronistas como Rucci, el propio Elpidio Torres o Alejo Simó, de la UOM. Tosco se reivindicaba a sí mismo como “revolucionario” en oposición al “reformismo” que encarnaba el peronismo y su líder Juan Perón.Aunque el clima de tensión en el cual se resolvió el paro del 29 hacía preanunciar refriegas y enfrentamientos entre los manifestantes y la Policía, ninguno de los sectores y sindicatos que participaron esperaban una conmoción como la que finalmente ocurrió. Y ninguno de esos sectores puede adjudicarse algo parecido a una “conducción” u “organización” de los acontecimientos.En todo caso, si alguno de ellos podría asomarse por encima de la masa indiferenciada de trabajadores, estudiantes universitarios y pueblo en general, que participó de la jornada, ése fue el Smata, conducido por Elpidio Torres.La pretensión de un Tosco conductor del “Cordobazo” es una grosería histórica que no resiste el menor análisis. No porque el indiscutido líder de Luz y Fuerza fuera un dirigente sin relevancia en el contexto de la Córdoba de fines de los sesenta. Sino porque eso desmentiría algo que constituye el rasgo más esencial de ese 29 de mayo: la espontaneidad, su carácter improvisado, su rasgo de pueblada.Pero la elección de Tosco como supuesto líder del “Cordobazo” no es inocente. Se le asigna a Tosco la suma de la cualidades personales ideales para un dirigente gremial (integridad personal, honestidad, espíritu de lucha), algo que estamos lejos de discutir. Pero, además, se le adjudica como atributo elogiable, aunque no siempre explicitado, un posicionamiento político distante del peronismo tradicional.Así, mientras Perón engañaba a sus trabajadores con reformas burguesas, se pretende que Tosco iluminara su camino hacia la revolución, una lucha superior que lo entrelazaba con las jalones universales por la reivindicación de la causa proletaria.Quizá la consecuencia más relevante del “Cordobazo” haya sido el retorno de Perón y las elecciones del 23 de setiembre, que lo llevaron al poder. Ese contexto histórico encontró a Tosco en la vereda de enfrente de la inmensa mayoría de los trabajadores, que respaldaban al viejo General.Pese a que tuvo propuestas por parte del PRT (brazo político del ERP) para ser candidato a presidente de la Nación en las elecciones del 23 de setiembre, Tosco prudentemente declinó la oferta, aunque sus simpatías por esos años estaban del lado de esa franja política confusa que incluía a los grupos políticos violentos.A cuarenta años del “Cordobazo” es tan sorprendente la instalación de la figura de Tosco como líder, como el abandono por parte del peronismo de la reivindicación del propio papel de sus dirigentes en la histórica jornada.Pero así se va haciendo la historia: siempre se elabora desde los humores, pasiones y necesidades políticas del presente.
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