martes, 19 de mayo de 2009

De moderaciones y excesos. Por Gonzalo Neidal




(Nota aparecida en La Mañana de Córdoba, el 19/05/2009)


Algún día alguien tendrá que elaborar una teoría sobre el fuerte condicionamiento que imponen los nombres sobre algunos rasgos de la personalidad. A menos que pretendamos arrojar a las aleatorias aguas de la casualidad hechos como el que Carlos Menem tuviera un asesor militar de apellido Cañón, o que un jefe de la Lotería Nacional se apellidara Azar.
Más light es, sin duda, lo de Aníbal, nombre que después de la saga del Dr. Lecter ha quedado para siempre asociado al canibalismo. Nuestro ministro de Justicia parece compelido a ciertas formas de antropofagia política y a ejercer esta curiosa aptitud en forma cotidiana. Claro que nos referimos al canibalismo político.
De un ministro de Justicia puede esperarse un poco más de mesura, la Justicia supone siempre equilibrio, modos medidos, voz baja y responsable, afirmaciones criteriosas, en fin, una equidad de ojos vendados.
Pero Aníbal Fernández está muy lejos del andar apacible que le impone su investidura.
Todos los días aparece en los medios con declaraciones fuertes contra la oposición, lo que resulta totalmente inadecuado para alguien de su rango y con un cargo ministerial.
Nadie puede pedirle razonablemente a Fernández que abdique de su condición de dirigente oficialista. Eso está claro.
Pero existe una gama infinita de expresiones, pronunciamientos, palabras, gestos y actitudes que nos permiten esquivar con cierto garbo el lenguaje grueso y chabacano.
¿Qué necesidad hay de calificar a Felipe Solá como “un traidor” o como alguien que “por un carguito es capaz de traicionar a la madre”? Sobre todo tratándose de alguien que hasta ayer nomás revestía en las tropas oficialistas. Claro que Felipe ha pasado por el menemismo, el duhaldismo y luego por el kirchnerismo para recalar finalmente en una posición opositora. Pero si Aníbal se fija a su alrededor, encontrará muchos que han dado todos los pasos que practicó Solá.
Excepto el último, claro.
Y quizá sólo por ahora.
Pero lo preocupante es que nuestro ministro de Justicia piense que, de ese modo, con tanta palabra gruesa, puede acercar voluntades a la causa que defiende. Y es curioso también que, mientras él practica este estilo tan duro, pida a los humoristas que no se excedan en su caricaturización de la Presidente.
Para militar en el bando de la moderación, es mejor hacerlo tiempo completo. Y eso debería saberlo el ministro.
La crítica destemplada no sólo que no suma sino que se vuelve en contra de quien la pronuncia y puede volcar las simpatías, aunque sea parcialmente, a la víctima de tanta virulencia y tanta desmesura.
Estamos seguros que esto es conocido por Tinelli pero no lo estamos tanto de que Fernández lo sepa. Hay una delgada y sutil línea a partir de la cual la crítica irónica, que puede simpatizarnos ya por su ingenio ya porque apunta a alguien que nos resulta antipático, se transforma en algo que nos produce rechazo y, en muchos casos, instantánea simpatía por quien es motivo de mofa o agresión salvaje.
Es muy malo que Aníbal Fernández piense que puede sumar con la agresión y la destemplanza.
Pero lo peor de todo sería que, efectivamente, logre adhesiones con ese discurso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y -con todo respeto- no se acordó del Sr. Dentone (era dentista) y estaba en la Secretaría de Industrias de Defensa (creo).
atte.

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