jueves, 4 de junio de 2009

La fetichización del debate político. Por Gonzalo Neidal

(Columna publicada en La Mañana de Córdoba - Jueves 4 de junio de 2009)
Al Manual del Gran Demócrata se le ha incorporado un capítulo en los últimos años: el del debate de los candidatos. Se pretende que se trata de un evento que, al realizarse, nos otorgaría un Certificado de Democracia Madura, en forma instantánea. El “debate de ideas” nos muestra como un pueblo civilizado, centrado, equilibrado. Un pueblo que no se conduce por humores del momento, ni por bajas pasiones prebendarias sino que toma sus decisiones de un modo meditado, y extrae su voto desde las profundidades de sus células grises.
Parados detrás de sus atriles, los candidatos exponen sus intenciones y realizan sus propuestas. El pueblo entero los mira y, en función de lo que dijeron, decide su voto. Claro que antes de eso, en cada sobremesa, la familia en pleno debatió las plataformas políticas de cada partido, analizó sus pros y sus contras meticulosamente. Una pinturita.En realidad, es una ficción pensar que el voto se construye sobre la base de “propuestas” y “debates”. Que el voto se decide por la mera contraposición de ideas, por el cotejo de programas.En realidad, todo el tiempo se debaten ideas. Cuando transcurre una campaña política y cuando no existen elecciones a la vista. Todo el año, cada acto de gobierno es respondido por la oposición. Todos los días los políticos formulan declaraciones, escriben notas, participan de programas políticos y, a partir de ese goteo cotidiano, nos vamos formando una idea de cada partido, de cada fracción, de cada uno de los políticos.¿Alguien puede decir que cada uno de nosotros no tiene ya una idea formada acerca de qué significa Kirchner, o Schiaretti, o Juez, o Aguad? ¿Alguien puede pensar que un debate puede cambiarnos la opinión que tenemos de cada uno de ellos? ¿O que aparezca una “propuesta política” novedosa capaz de hacernos cambiar de opinión? No: los conocemos a todos de memoria. Y nuestra decisión se va construyendo a lo largo del tiempo: mirando cómo actúan, qué posición toman ante tal o cual acontecimiento, escuchando lo que dicen y, a veces, simplemente mirándoles la cara.De todos modos, bienvenido sea el debate.Sería bueno, claro está, que el debate sea prolijo y no amañado.En otros países, donde las opiniones se dividen entre dos grandes partidos, todo es más fácil. Aquí no. Sobre todo en un tiempo de transición como el que transcurre. Por ejemplo, ¿Quién determina quienes participan del debate y quienes quedan afuera? ¿El organizador? No parece eso muy democrático, sobre todo para un acto con el cual se quiere fortalecer a la democracia.Por otra parte, resulta razonable que los partidos presenten al debate a quienes encabezan las listas de candidatos. Son ellos -deberían serlo- los más preparados y filosos que cada partido puede ofrecer. Pero en el debate que está organizando La Voz, uno de los partidos -el que lidera Luis Juez- esconde al que encabeza la lista de candidatos y pone en su lugar a otro, totalmente desconocido.Se trata del caso de Gumersindo Alonso, que debería estar enojado con su jefe político y debería estar peleando por participar del debate para demostrarles a todos (incluso al propio Juez) por qué es él quien encabeza la lista de diputados. Pero sucede que Juez considera que su candidato ofrece muchos flancos débiles para el debate.Para utilizar el lenguaje de Juez, podría decirse que él considera que su candidato es impresentable. Entonces decide esconderlo, escamotearlo. Y eso está muy mal. Sobre todo está mal para el propio Alonso, que por ser relevado del debate, alimenta sospechas acerca de los motivos que pueden haber inducido a su jefe a sustraerlo del intercambio.Probablemente Juez piense que el hecho que Alonso haya sido sucesivamente menemista, duhaldista y kirchnerista, no lo haga digno de participar del debate con los otros partidos aunque sí lo haga merecedor de encabezar su lista de candidatos a diputados nacionales.

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