Sin darnos cuenta, en la Argentina vamos camino a ir consolidando una suerte de realidad virtual, paralela (para no llamarle trucha), una representación del país real.
Varias veces nos hemos ocupado del Indec, que nos dice que el país continúa creciendo, que la inflación es bajísima y el desempleo también. Nadie lo cree pero todos actuamos como si fuera cierto. Nos tomamos la fiebre con un termómetro que, convenientemente, siempre nos informa la temperatura que queremos leer para seguir creyendo que continuamos sanos y lozanos aunque volemos de fiebre.
Luego inventamos los candidatos virtuales que, pese a que confesaron que no asumirán sus cargos, todos actuamos como si fueran los candidatos verdaderos, los que se sentarán en sus bancas. Y esto, sabemos, no va a ocurrir. Pero los periodistas les hacen reportajes y ellos contestan como si fueran realmente a legislar, hablan de los proyectos que se proponen presentar, de sus ideas sobre todos los temas del país. Pero todos sabemos que eso no sirve para nada porque no llegarán al Congreso. Y la representación se amplía: hasta los jueces dicen que todo está correcto.
Más atrás en el tiempo, teníamos dinero virtual. Además de la tarjeta de crédito, contábamos con certificados de plazo fijo que, todos pensábamos, equivalía a dinero contante y sonante. Pero no era así: era sólo un papel que nos creaba la ficción de un dinero que en realidad no teníamos.
Y la lista sigue.
Existe desde hace un par de semanas un mundo político paralelo: Gran Cuñado. Ahí están los principales políticos del país, algunos de ellos, idénticos a los reales. Otros, mejores que los reales ya que, al menos, nos hacen reír. No sería raro que, pasadas algunas semanas más, comencemos a dudar acerca de cuáles son los verdaderos y cuáles los impostores. No sería raro que, en algún momento, comencemos a desear que sean los de Tinelli los que asuman en el lugar de los otros, de los reales.
La duplicación trucha ha llegado también al deporte. Ahora tenemos también una selección de juguete, de mentirita. Integradas por algunos jugadores a punto de retirarse de la práctica deportiva, por otros sin jerarquía internacional.
Una selección modelo Gran Cuñado. Pero todos actuamos como si fuera la verdadera. La gente llena las canchas, los canales transmiten los partidos, los jugadores utilizan la camiseta celeste y blanca, los hinchas gritan los goles, el DT los festeja al costado de la cancha como si se tratara de la final de la Copa del Mundo, los jugadores gritan los goles como si fueran contra Brasil por las eliminatorias.
Pero todo es en broma.
Como aquellos plazos fijo, como las cifras del Indec, como las candidaturas testimoniales, como los imitadores de Gran Cuñado. Todo es una broma. Pero el problema es que la vamos creyendo. O, al menos, la vamos aceptando como si fuera real.
No se trata, ciertamente, de algo que pueda computarse como un mérito.
Esperemos que en el mundo virtual nos vaya mejor que en el real.
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