miércoles, 2 de abril de 2014

Un largo camino hacia el capitalismo. Por Gonzalo Neidal

Cuba aparece definitivamente resignada a aceptar su fracaso de medio siglo: acaba de convocar al capital extranjero para que contribuya al desarrollo económico de la isla.
El sucio capital imperialista, tantas veces denigrado y señalado como la causa de todos los males del mundo, finalmente está siendo objeto de la seducción de los socialistas, hartos ya de chapotear en la charca del estancamiento, la improductividad y la degradación que significa una vida pobre, con carencias elementales y sin horizontes personales de ninguna índole.
Cuba navega en su precario bote socialista hacia la tierra más movediza y vibrante de la producción, el trabajo retribuido, el esfuerzo individual, la creación, el comercio, la libertad individual y, seguramente con el tiempo, la democracia política.
Esta es la conclusión inevitable que uno extrae de las recientes medidas adoptadas por Raúl Castro y aprobadas por los máximos organismos políticos de la isla. Los 612 integrantes de la Asamblea Nacional, levantaron la mano para aprobar en forma unánime la Ley de Inversiones Extranjeras que convoca a los ricos de resto del mundo, que hicieron su riqueza y la acumularon bajo el sistema capitalista, para que tengan a bien invertir en la Cuba socialista, que en 50 años no ha logrado salir de la pobreza.
Hacia el capitalismo
Nunca es tarde para encontrar el camino que puede llevarla a salir del atraso y la postergación. Es muy bueno que las autoridades hayan llegado a la conclusión que será mejor para Cuba la existencia de cuentapropistas que busquen el lucro, que de empleados públicos ociosos cuyo mayor esfuerzo quizá consista en concurrir a los actos oficiales y cantar loas a la revolución cuyos postulados ahora se abandonan raudamente.
Ocho años de exención del impuesto a las ganancias no está nada mal para empezar. Una tasa del 15% a partir del año noveno, tampoco. Ahora tiene que convencerlos de que no volverá a expropiar los bienes para luego dejar que se arrumben y deterioren luego de medio siglo.
Eso sí: hay que mantener el discurso socialista. Y esto se hace cada vez más complicado. El ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, dijo que el país caribeño “necesita de 2.000 a 2.500 millones de dólares anuales en inversión extranjera directa para llevar adelante su modelo socioeconómico socialista, próspero y sustentable”.
Al igual que acá, por supuesto, es muy importante sostener el discurso y no aceptar el fracaso. Raúl Castro consideró que la norma aprobada es “crucial para la economía de la isla”. Argentina debería mandar a Aldo Ferrer a que les explique su libro “Vivir con lo nuestro”. Quizá eso los haga reflexionar acerca del los ahorros propios en el crecimiento de la economía y la necesidad de rechazar el aporte externo.
Queda por verse, como en el caso de China, Rusia y otros países que provienen del socialismo, hasta qué punto podrá coexistir una economía en tren de apertura hacia el mercado con un sistema político centralizado, sin libertades democráticas, con censura de prensa y partido único.
En materia laboral, el sistema repetirá la experiencia de la hotelería: los inversores no contratarán personal en forma directa sino a través de agencias estatales cubanas. Esto significa que los sueldos abonados serán en precios internacionales pero lo que percibirán los trabajadores cubanos estarán a tono con los misérrimos sueldos locales. El gobierno surgido para combatir la plusvalía, se quedará con la diferencia.
La apertura cubana comenzó ya con el pase de Fidel a cuarteles de invierno pero sin dudas esta ley significa una profundización irreversible. Además, ocurre en un momento en que los gobiernos populistas de la región están haciendo agua y, en el caso de la Argentina, rectificando sus programas –otrora salvadores- con medidas ortodoxas de índole similar a las que ahora adopta Cuba.
Este cambio de rumbo nos hace pensar que quizá hubiera sido mejor que Fidel Castro y sus barbudos combatientes hubieran conservado el objetivo inicial de su revolución: el derrocamiento del tirano Fulgencio Batista y la instalación de un gobierno democrático. Su giro hacia el socialismo, una aventura que sedujo y embelesó a los intelectuales de todo el mundo, no hizo sino aprisionar a los cubanos en un contexto asfixiante de carencia de libertades políticas y económicas, con el resultado que tenemos a la vista.
Todo hace pensar que la extinción de las vidas de Fidel y Raúl Castro hará reverdecer la prosperidad perdida en un nuevo contexto de libertades democráticas que los cubanos no han vivido sino aisladamente a lo largo de toda su historia.
Capitalismo, democracia política y libertades individuales parecen ser el combo inevitable que deben abrazar las sociedades en el contexto histórico actual. El estado autoritario, la suspensión de las libertades personales se justificaban en procura del espejismo de un crecimiento económico acelerado al que nunca se llegó.
La historia de Cuba del los últimos cincuenta años no hace más que certificar que el socialismo, en los hechos, no es más que un modo tortuoso y trabajoso de llegar al capitalismo.

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