El Ministro Eugenio Zaffaroni siempre nos sorprende con algo. Disfruta
haciendo el rol de chico malo, enfant
terrible. Cuando no es por una cosa, es por la otra. Esto sería
completamente inocente e inofensivo si no fuera porque Zaffaroni integra la
Corte Suprema de Justicia.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Zaffaroni y la libertad de prensa. Por Daniel V. González
Es un abogado que disfruta en la transgresión. Y la utiliza con un
regusto provocativo, lindante con lo escandaloso. Es su estilo. Aunque parezca
contradictorio con eso, debemos decir que en los aspectos más serio es muy
prudente. Antes y ahora se ha mostrado siempre complaciente con el poder
constituido. Antes, durante el gobierno militar, juró fidelidad al estatuto del
Proceso. En ese tiempo, ser transgresor consistía, en todo caso, en dar curso a
las denuncias sobre desaparecidos. Pero él las cajoneaba.
Ahora se muestra nuevamente complaciente con el poder político.
Funciona en su misma sintonía en los temas fundamentales. Y, en este momento en
que la principal causa judicial es la relativa a la Ley de Medios, que el
gobierno ha transformado en la madre de todas las batallas, Zaffaroni no ha
tenido mejor idea que tocar ese tema de un modo tangencial, al hablar en una
conferencia, prácticamente adelantando criterio de lo que será, llegado el
caso, su propio voto en la Corte.
Sabemos que Zaffaroni es un referente del “garantismo”, concepto
jurídico de cuyo resultado práctico tenemos muestras cotidianas en temas tales
como reducciones de pena, autorizaciones de salidas antes del cumplimiento de
la condena, rechazo a la “mano dura” (penas elevadas) y, en general,
subestimación de la peligrosidad de la delincuencia de los días que corren.
Para el garantismo, el verdadero peligro es que, con el pretexto de
controlar la delincuencia, el estado reprima masiva e indiscriminadamente. Para
el garantismo, la criminalidad es provocada por la miseria y la injusticia. Los
criminales son un producto social, de modo tal que las penas son, en el fondo,
una sanción injusta pues el maleante no ha sido dueño de su vida sino que ésta
ha sido moldeada por una sociedad que luego lo condena.
Los garantistas siempre tienen una estadística a mano para explicarnos
que la situación en materia de delito no es tan grave como se dice, que la
inseguridad es una sensación o, como ahora nos indica Zaffaroni, una
construcción mediática.
En una exposición en la UBA, Zaffaroni dijo entre otras cosas:
·
Analicemos lo que se nos está construyendo, y
veamos cómo se nos manipula y se nos infunde miedos a través de construcciones
artificiales de la realidad en nuevas versiones. La historia nunca se repite,
pero sí se continúa. Tengamos cuidado con eso. Siempre se intenta crear una
realidad amenazante, crear una realidad caótica, seleccionar los datos de
realidad que nos hacen vivir en un mundo temible".
·
"Un crimen masivo de Estado requiere de
ciertas condiciones, primero hay que encontrar un chivo expiatorio que debe ser
capaz de infundir cierto temor. Todo esto es una manipulación y una administración
de los miedos. Se construyó el terror paralizante de la población. ¿Cómo se
construye este temor? Como se construye la realidad, mediáticamente".
Para Zaffaroni el problema no
son las “entraderas” ni los crímenes cotididanos. El problema es que los medios
crean una sensación de inseguridad, construyen una realidad que no existe para
que luego el estado asesine masivamente con el pretexto de la “mano dura”.
El enemigo no son los asesinos
sino los que buscan la protección del estado porque, con esa demanda, abren la
puerta a la represión abusiva y, probablemente, a una dictadura. Los medios
juegan, según Zaffaroni, un rol esencial en esta construcción fantasiosa de la
realidad pues ellos manipulan a la opinión pública para convencerla de que
viven en una realidad que no existe, una fantasía construida con aviesas
intenciones dictatoriales.
Esta argumentación, claro
está, legitima la disolución de cualquier multimedio exitoso pues éste lo que
hace es dibujar una realidad fantasiosa para que la sociedad civil se alarme,
entre en pánico y reclame al poder político mayor represión al delito. Esta
argumentación supone que una prensa exitosa no ha logrado su predicamento por
interpretar adecuadamente el sentimiento y el pensamiento de una ancha franja
de lectores sino que, al revés, manipula a la población creando miedo. Y detrás
de ese miedo, llega la represión, la “mano dura” o bien, directamente, una
dictadura.
¡Curiosa versión de la
libertad de prensa la que tiene nuestro garantista! Su inteligencia, afortunadamente,
lo deja fuera de cualquier manipulación a la que sí es sometido el grueso de la
estúpida sociedad civil, carente de la cualidad del discernimiento. La
argumentación de Zaffaroni sirve para fundar la abolición arbitraria de todo
medio de prensa que no coincida con la mirada del gobierno, que es la versión
oficial y, por lo tanto, indiscutible. Es la visión de toda dictadura, sea de
izquierda o de derecha: rechazar cualquier punto de vista que no sea el propio,
con el argumento del daño para el interés nacional.
Más allá de la teoría, en el
contexto actual ya resulta imposible hablar de “monopolio” para el caso del
Grupo Clarín y del exitoso diario La Nación. El gobierno puede contar por
decenas los medios de prensa cuyas opiniones les son favorables. Diarios,
revistas, radios AM y FM, canales de televisión abierta y de cable, montañas de
dinero en publicidad, programas en todos los canales, centenares de militantes
que inundan las redes sociales con sus opiniones. Etcétera. Sin embargo, parece
no alcanzarles. El puñado de medios restantes concentra una gran cuota de
televidentes, lectores y oyentes. El programa oficialista 6,7,8 tiene un rating
de inanición mientras que Jorge Lanata es esperado por centenares de miles cada
domingo por la noche.
Si hay monopolio de prensa en
este momento, está en manos del gobierno, que subsidia cientos de medios en
todo el país con la intención, ellos sí, de construir y difundir una realidad
favorable al gobierno y a las ambiciones de continuidad en el poder del actual grupo
de poder.
Utilizando la línea argumental
de Zaffaroni, podríamos decir que nuestro Ministro de la Corte intenta
asustarnos con el advenimiento de una dictadura para que aceptemos calladitos
los avances del gobierno sobre la libertad de prensa. La prensa en manos
exclusivas del gobierno sería una verdadera garantía de un relato fiel de la
realidad. En manos de privados, en cambio, la certeza de una versión
distorsionada y, por lo tanto, peligrosa.
Hay un fondo profundamente
antidemocrático en lo que dice Zaffaroni. Su concepción de la función de la
prensa se corresponde más con el de una dictadura que con el de una república.
No queremos ni imaginar lo que piensa de los cacerolazos: el lloriqueo de la
sociedad civil en demanda de seguridad no es otra cosa que un pedido
destituyente de mano dura contra los pobres. El prólogo de una dictadura. En
otras palabras: con el espantajo de una dictadura presunta, se intenta abrir la
puerta a una dictadura real sobre la prensa.
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