lunes, 19 de noviembre de 2012
El 54%... ¿es ya un mito urbano? Por Gonzalo Neidal
No
descubriremos que todo se mueve en forma permanente: Heráclito ya lo predicaba
cinco siglos antes de nuestra era. El movimiento es lo único permanente. Todo
muda, todo cambia y lo que ayer era, hoy ya no lo es. O está dejando de serlo.
La
multitud que se movilizó contra el gobierno el jueves pasado sacudió a la Casa
Rosada. Esto es indudable. Miles y miles de argentinos colmaron las calles por
sus propios medios. Sin organización estatal, sin colectivos que los lleven y
traigan, sin recibir asistencia alimenticia compensatoria, ni dinero alguno.
Las fotos y vídeos son impactantes y demostrativos de un claro malestar de una
parte de la población contra el gobierno.
Los
argumentos negacionistas quedaron sepultados. Esta vez la abundante prensa
oficialista, que había negado la importancia de la movilización del 13 de
septiembre pasado, tuvo que reconocer la importancia del acto. De modo tal, el
debate político ya no transitó por una discusión de la masividad sino que
apuntó a dos ejes centrales: el significado reaccionario de la manifestación y
la legitimidad electoral del gobierno.
En
efecto, la frase “tenemos el 54% de los votos y a ellos nos debemos”, con
distintas variaciones, fue la más escuchada para contrarrestar el impacto
visual y político que ocasionó una de las más grandes manifestaciones de que se
tenga memoria.
El
gobierno, que efectivamente obtuvo el 54% de los votos en todo el país hace
exactamente un año, se aferra a esa cifra como si fuera un diploma que le
concediera inmunidad política hasta el final de su mandato, en 2015. Conforme a
los dichos de algunos funcionarios que salieron a responder, por así decirlo,
pareciera que los ciudadanos, políticos o no, debieran quedarse quietos hasta
el final del mandato presidencial. Parecen pretender que aquella cifra
contundente de 2011 constituye una clausura sine
die del debate político. Que el dictamen de las urnas de hace un años,
termina con toda discusión sobre la política, la economía, la seguridad, la
vigencia de las instituciones y de las libertades, al menos hasta 2015.
En
el fondo el gobierno parece pensar que la relación de fuerzas que se verificó
en octubre de 2011 permanece incólume hoy y que la demostración del 8 de
noviembre no significa que, a la hora de votar, las cifras vuelvan a dar un
resultado similar a favor del gobierno. Así, el gobierno parece aspirar a que
las nuevas batallas se supriman o sean entendidas como meros simulacros sin
importancia, en función de los antiguos
pergaminos cuya validez y poder disuasivo, se pretende, son eternos.
Los
malos de la película
La
otra línea argumental preferida por el gobierno consiste en desenterrar el
espantajo del 2001 y decirle al país: o nosotros, o el caos de aquel momento. O
mejor aún: los opositores quieren sacarla a Cristina para imponer una política
de ajuste a favor de los ricos y en contra de los pobres. Los únicos que
garantizamos la defensa de los más humildes, de los que menos tienen, somos
nosotros, los que estamos en el gobierno ahora. Todos los demás, odian a los
pobres y quieren marginarlos.
El
gobierno, es evidente, no está preparado ideológicamente para sobrellevar
movilizaciones opositoras masivas. No están en sus manuales. Quedan
descolocados y sus respuestas son erráticas y se limitan a remitirnos a las
jornadas de gloria, a los triunfos obtenidos, inobjetables, por otra parte.
Lo
que sucede es que la política no cesa de moverse, cual piuma al vento. El humor social pasa de la adhesión al rechazo
en poco tiempo. Menem, por ejemplo, obtuvo algo impensado: adhesión popular a
sus odiosas políticas de Reforma del Estado y privatizaciones. Y algo más increíble
aún: la reforma constitucional de 1994. Y luego la reelección en 1995. Pero en
1997 ya perdió los comicios de mitad de mandato.
Las
encuestas dicen que Cristina de Kirchner va por un camino similar. En un año ha
disminuido los anchos márgenes de adhesión de que gozaba al momento de ser
elegida. Y hay buenos motivos para que esto esté ocurriendo. No sólo por el
desgaste que produce el mero transcurso del tiempo sino también por el palpable
deterioro de la situación económica.
El
54% tiene ciertamente una gran importancia política y jurídica: le da
legitimidad indudable al gobierno. Nadie en sus cabales puede dudar de ello.
Pero, a la vez, el 54%, cada vez más, forma parte del pasado. Los
acontecimientos parecen ir en la dirección opuesta, en la de un creciente
deterioro de la credibilidad del gobierno pari
passu el desmejoramiento de la situación económica.
Si
la reciente movilización lo ha fastidiado, el gobierno nacional deberá
prepararse para nuevos disgustos en la misma dirección. Los días felices del
54% parecen haber terminado para siempre.
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