lunes, 19 de noviembre de 2012
El apagón como síntoma. Gonzalo Neidal
Una
de las características principales del populismo es el sacrificio del largo
plazo en el altar del corto plazo, donde se honra el dios del beneficio
inmediato. Todo lo que suponga invertir para recoger frutos en un plazo mayor
al del propio mandato, carece de significación e importancia.
Es
preciso que el pueblo perciba de inmediato que quienes están en el gobierno se
ocupan de él. Eso genera apoyo político para continuar, para extender la permanencia
en el gobierno, para la reelección. Aquello que requiera una inversión que dará
sus frutos en cinco, diez o veinte años… ¡qué importancia puede tener! Además,
es probable que esos lejanos frutos sean colectados por un gobierno de otro
signo político, es posible que el pueblo ni se acuerde de que la idea y la
inversión inicial fue decidida una o dos décadas atrás, por alguien que supo
pensar en el futuro.
No:
si el estado va a gastar dinero, tiene que ser para que los beneficios del
gobierno sean recibidos ya mismo, bajo la forma de apoyo político y respaldo
electoral. Votos.
Esto
está en la esencia misma del populismo. Pese a que habla de planificación, en
la práctica el populismo es enemigo resuelto de todo lo que signifique un plan.
Porque el plan lleva implícito una mirada hacia el futuro, incluso lejano.
Supone aplicar fondos, recursos, esfuerzos en inversiones cuyos resultados
veremos más adelante. O los verán nuestros hijos.
Todo
esto viene a cuenta del reciente apagón. Un apagón típicamente populista,
producto de las políticas con las que se halaga a los argentinos en el corto
plazo, beneficiándolos en lo inmediato, pero que significan una dura hipoteca
en el mediano y largo plazo.
Este
gobierno recibió una situación excedentaria en materia de energía. Con el paso
de los años, y pese a las advertencias de los técnicos y expertos en el tema,
de cualquier color político, el gobierno estableció precios inadecuados que
significaron una pésima asignación de recursos y un consumo completamente descuidado
de la energía. Un claro ejemplo son los desmanejos en YPF, donde se impuso a un
socio sin aporte, lo que obligó a la descapitalización de la empresa, a través
de una distribución de utilidades completamente inadecuada para el sector. De
ahí se transitó a la falta de inversión, de exploración, de nuevos yacimientos.
El
incentivo al consumo, decretado por los bajos precios, ha llevado a la
desinversión en todo el sector y a la importación de combustibles por cifras
que resultaban impensadas hace pocos años . El sistema está funcionando al
límite desde hace tiempo.
El
apagón de antenoche en varios barrios de la Capital Federal no es, entonces, un
rayo en cielo sereno. Es un anuncio. Un síntoma que hay que saber leer sin
caprichos voluntaristas.
Porque
en economía, nada es mágico. Nada es gratis. Y existe una amplia franja de
asuntos en los que puede razonarse como si se tratara de una economía
doméstica, familiar.
El
consumo presente es siempre una elección ante el ahorro, que es consumo futuro.
Si ahorramos, podemos invertir. Y si invertimos, podremos multiplicar los
bienes y servicios en el futuro, lo que supondrá un mayor consumo.
Cuando
un gobernante tiene una visión estratégica, que incluye el largo plazo incluso
aún a costa de sacrificar el placer del consumo inmediato, se dice de él que es
un estadista. De todos modos, no es éste el único gobierno que consume y hace
consumir todo lo que se pueda, sin pensar en futuros padecimientos. Es un mal
de cada gobierno.
Si
quisiéramos dar una vuelta más de tuerca podríamos decir que se trata de un
comportamiento que agrada al pueblo. Más aún: es lo que franjas importantes de
votantes piden a los gobernantes: beneficios inmediatos que no siempre son
compatibles que una administración razonable y equilibrada de los recursos. El
que subsidia o distribuye planes sociales siempre será visto como un gobernante
sensible, que piensa en el pueblo. Aunque luego, producto de su administración
desastrosa, sobrevenga un feroz ajuste. Y esto llega siempre pues en economía
nada es gratis.
En
Capital Federal la energía cuesta un tercio de lo que pagamos en Córdoba y
otras muchas provincias del interior del país. ¿Por qué?
Allí,
el boleto urbano en colectivo cuesta también una tercera parte del precio que
todos pagamos en el interior del país. De nuevo: ¿por qué?
Que
se sepa, en la CABA reside la franja de población más acomodada de toda la
Argentina, en promedio. No hay ahí, principalmente, una equilibrada
redistribución del ingreso sino más bien al revés.
Este
sistema de subsidios resulta ya insostenible. Y avisa con apagones. Y con
inflación.
Es
preciso saber interpretar los síntomas en forma correcta.
Pero
para hacerlo, antes hay que bajarse del caballo de la soberbia y pensar que,
quizá, las cosas no son tan fáciles como lo asegura el populismo.
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