lunes, 10 de septiembre de 2012
No es país para rebeldes. Por Gonzalo Neidal
José
Manuel De la Sota lo tiene bien claro: desde el gobierno nacional quieren
hacerlo puré.
Lo
quieren de rodillas, derrotado y humillado. Pero no para, una vez vencido,
perdonarlo en reconocimiento de su gesto. No: quieren terminar con él de la
peor manera. Cristina Kirchner busca escarmentarlo. A él y a todo el que ose
levantar la voz contra la Casa Rosada. No hay lugar para díscolos,
contestatarios ni quejosos.
El mensaje es claro: acá nada se discute. Hay que
acatar a la presidenta. Y temerle. El que le discute, pierde. El que acata
calladito, en cambio, en una de esas logra que su majestad le conceda la gracia
de una partida presupuestaria.
Así
están las cosas. El federalismo se ha tomado un descanso; duerme una plácida
siesta. El federalismo provinciano está bien para que se entretengan los
revisionistas, los muchachos que arman el relato. Pero otra cosa es que alguien
pretenda ejercerlo en la práctica. Al que lo intente, hay que caerle con todo. Como
hacía Buenos Aires en el siglo XIX contra Quiroga, Peñaloza, Urquiza o Bustos.
Han pasado los años pero la situación se mantiene. Con Rivadavia, Rosas, Mitre
o Cristina, el tema permanece.
La
soledad de De la Sota en el palco del partido contra Paraguay es la misma que
luce en su quijotesca lucha contra el poder ejecutivo. El único que lo acompaña
es Mauricio Macri y su gente del PRO. El resto de los gobernadores mira desde
la tribuna, obedece mansamente las órdenes del gobierno nacional, felicitándose
porque su prudencia les permite no estar en la línea de fuego de la furia
presidencial. Tanta lealtad, seguramente, será correspondida con el premio de
algún módico cheque para que puedan inaugurar alguna obra, o pagar en tiempo a
los empleados públicos. Así estamos.
La
discusión por el financiamiento de la Caja de Jubilaciones de la Provincia ha
pasado a un segundo plano. En este momento es impensable que la Nación decida
mandar fondos. Sería tomado como una derrota política y la actitud rebelde de
De la Sota podría ser imitada por otros gobernadores. En esa situación,
imposible ceder. ¿Qué pasaría si la Corte Suprema le da la razón al gobierno de
Córdoba e intima a la Nación a pagar? Lo más probable es que no pase nada. En
este país se ha impuesto la moda de que el ejecutivo no acate aquellos fallos
de la Corte que le resultan desfavorables. Antigua costumbre de los Kirchner
que ya en Santa Cruz desoían los fallos del más alto tribunal.
Obligado
a cambiar
Con
casi 63 años De la Sota puede pensar que el final de su carrera política está
cerca. Transita su tercer mandato como gobernador luego de ser diputado
nacional y senador por Córdoba. Los primeros discursos conciliadores, su gesto
de no presentar lista de diputados nacionales en 2011, no han dado resultado
alguno. De todas maneras, antes de esta instancia él debía transitar
inevitablemente el camino del diálogo, el reclamo con cartas, las declaraciones
convocando a conversar y discutir. Un gobierno que acaba de conmemorar el Día
del Montonero, en recuerdo del grupo terrorista que asoló el país en los años
setenta no tiene, naturalmente, una fuerte inclinación por la negociación.
Conserva el estilo de los admirados protagonistas de los años de sangre y
plomo. Es su concepción de la política.
Bloqueado
el camino del diálogo, De la Sota optó por la rebeldía. Y ese solo hecho lo
posiciona como referente en el escenario nacional, frente a Cristina Kirchner. Probablemente
como proyecto alternativo, si las circunstancias lo acompañan. Como opción de poder,
llegado el caso. Nos explicamos: la oposición no existe. Y principalmente no
existe porque todos los potenciales referentes de ella comparten en esencia los
mismos puntos de vista que emana la Casa Rosada. Hay diferencia de matices y
estilos pero todos están embebidos del estatismo nacional y popular de Cristina
Kirchner. Y esto vale para los socialistas, para una parte importante del
radicalismo, para Pino Solanas e incluso para muchos de los peronistas no
kirchneristas.
Pero
De la Sota no pertenece a esa matriz ideológica. Puntos esenciales lo
distancian del discurso kirchnerista. Y las diferencias son cada vez mayores.
El gobernador de Córdoba no comparte la visión K de los derechos humanos (en
esto también tiene diferencias con Schiaretti, más cercano a la visión de Hebe
de Bonafini y Cristina), tampoco suscribe la idea presidencial acerca del rol
de los empresarios, sean de la industria o el campo. Un personaje como Kicillof
sería impensable en un gobierno delasotista, por ejemplo.
De
tal modo que el cálculo de De la Sota es bastante sencillo: la docilidad lo
condenaba al ostracismo y a una derrota segura; la rebeldía es más riesgosa
pero lo posiciona como el único político que se atreve a desafiar a la
presidenta en un momento en que ésta atraviesa un tramo especialmente
megalómano de su gobierno.
La
pregunta es si Córdoba cuenta con espaldas para soportar la discriminación
financiera por parte del poder central. O bien, visto desde otro lado, si el
deterioro de la economía nacional y las arbitrariedades de la Casa Rosada serán
tan acentuadas como para sumar rápidamente a más gobernadores al reclamo
cordobés.
A
De la Sota le espera, además, el frente interno. Los heroicos y bravíos
cazadores de tigres de zoológico: la dirigencia gremial cordobesa que procura
mantener a toda costa los privilegios que los empleados públicos, activos y
pasivos, tienen sobre el resto de la población de Córdoba.
En
definiva: se vienen tiempos complejos y movidos. Y en política, las partidas
nunca están definidas de antemano. Hay muchas variables en juego. Como la dama
de la Opera de Verdi, también la política es voluble “qual piuma al vento”.
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