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Compró el vino más caro; el mejor que consiguió.
Y se prometió guardarlo hasta que muriera El Dictador.
O, cuanto menos, hasta que fuera condenado por Los Tribunales de la Democracia.
Y se sentó a esperar.
No se sumó al fervor por la Guerra contra los Ingleses.
Festejó el retorno a la Democracia.
Se enardeció en Semana Santa.
Aborreció el Punto Final y la Obediencia Debida.
Se esperanzó con La Tablada.
Y siguió esperando.
Enfureció con los Indultos.
Se entusiasmó con el Gran Matrimonio Presidencial.
Hasta que, finalmente, llegó la hora: El Dictador recibió su condena.
Entonces, convocó a sus amigos de aquellos años;
los que quedaban.
Preparó un gran asado.
Y trajo el vino aquel.
Hizo un breve discurso.
Aguerrido.
Nostálgico.
Vengativo.
Les explicó lo del vino.
Y lo descorchó.
Lo sirvió.
Todos lo tomaron a la vez.
Y se miraron, confundidos.
Lo escupieron.
Tenía gusto a vinagre.
Comieron el asado con Coca Cola.
Y hablaron de fútbol
La Cólera de Un Particular
El Rey de T’sin mandó decir al Príncipe de Ngan-ling:
-A cambio de tu tierra quiero darte otra diez veces más grande. Te ruego que accedas a mi demanda.
El Príncipe contestó:
-El Rey me hace un gran honor y una oferta ventajosa. Pero he recibido mi tierra de mis antepasados príncipes y desearía conservarla hasta el fin. No puedo consentir en ese cambio.
El Rey se enojó mucho, y el Príncipe le mandó a T’ang Tsu de embajador. El Rey le dijo:
-El Príncipe no ha querido cambiar su tierra por otra diez veces más grande. Si tu amo conserva su pequeño feudo, cuando yo he destruido a grandes países, es porque hasta ahora lo he considerado un hombre venerable y no me he ocupado de él. Pero si ahora rechaza su propia conveniencia, realmente se burla de mí.
T'ang Tsu respondió:
-No es eso. El Príncipe quiere conservar la heredad de sus abuelos. Así le ofrecieras un territorio veinte veces, y no diez veces más grande, igualmente se negaría.
El Rey se enfureció y dijo a T’ang Tsu:
-¿Sabes lo que es la cólera de un rey?
-No -dijo T’ang Tsu.
-Son millones de cadáveres y la sangre que corre como un río en mil leguas a la redonda -dijo el Rey.
T’ang Tsu preguntó entonces:
-¿Sabe Vuestra Majestad lo que es la cólera de un simple particular?
Dijo el Rey:
-¿La cólera de un particular? Es perder las insignias de su dignidad y marchar descalzo golpeando el suelo con la cabeza.
-No -dijo T'ang Tsu- esa es la cólera de un hombre mediocre, no la de un hombre de valor. Cuando un hombre de valor se ve obligado a encolerizarse, como cadáveres aquí no hay más que dos, la sangre corre apenas a cinco pasos. Y, sin embargo, China entera se viste de luto. Hoy es ese día.
Y se levantó, desenvainando la espada.
El Rey se demudó, saludó humildemente y dijo:
-Maestro, vuelve a sentarte. ¿Para qué llegar a esto? He comprendido.
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