viernes, 10 de julio de 2009

La Argentina y Brasil, cara a cara. Carlos Escudé


La cercanía del Bicentenario exige un examen crítico de nuestros éxitos y fracasos. En ese tren, las comparaciones entre nuestro país y su vecino lusohablante pueden parecer odiosas, pero son necesarias. En verdad, quizás uno de los mejores indicios de cómo le fue a la Argentina a lo largo de las diferentes etapas de su historia resida en cómo se comparaba con Brasil en cada una de ellas.

Nuestro vecino nació con ventaja. El Imperio que, como resultado de un pacto de familia, se desgajó pacíficamente de su mãe pátria , no atravesó una crisis de independencia y era mucho más fuerte que las nacientes Provincias Unidas.
No obstante, los éxitos cosechados por nuestra Generación del 80, ya visibles en los tiempos del Centenario, revirtieron esa ventaja. Durante varias décadas tuvimos la primacía. Una comparación realizada por el industrial Torcuato Di Tella, en 1941, publicada en la emblemática Revista de Economía Argentina , indicaba que por esos tiempos un trabajador argentino podía comprar un overol con diez horas de trabajo, mientras un belga o un alemán requerían el doble de tiempo y un italiano tanto como treinta y dos horas.
Brasil ni figuraba en la lista. Y las cifras de aquel patriarca de nuestra industria coinciden con las del conocido economista británico Alfred Maizels, quien en una obra de 1963 mostró que, hacia 1937, el producto per cápita argentino era superior a los de Austria y Finlandia, y llegaba al doble del italiano y casi al triple del japonés. Otra vez, Brasil ni figuraba. Económicamente, la Argentina y Brasil estaban más allá de toda comparación.
Increíblemente, la misma ventaja se registraba en el plano militar. Según las cuidadosas investigaciones de archivo de Stanley Hilton, un estudio del estado mayor brasileño de la década de 1920, estimaba que la Argentina podía movilizar 379.000 hombres casi inmediatamente, mientras que Brasil demoraría mucho más para movilizar 136.000. También se explayaba con lujo de detalle sobre cuánto más abundante y avanzado era el armamento argentino.
Las evaluaciones de la Misión Militar Francesa al Brasil coincidían. En un informe confidencial, el general Maurice Gamelin observaba que, en Rio Grande do Sul, el Brasil se encontraba " en infériorité flagrante ". Los británicos comentaban que convertir los soldados brasileños en algo parecido a un ejército era " a lost cause ". Y las conclusiones del agregado militar norteamericano, en 1925, eran similares. Hilton, Frank McCann y Gary Frank, los principales estudiosos de la dimensión militar de esta materia, coinciden en que esta situación se mantuvo durante toda la década de 1930.
El punto de inflexión fue la Segunda Guerra Mundial. A partir de esa instancia crucial, Estados Unidos, la gran potencia en ascenso, se desempeñó como un árbitro que proporcionaba al país que le resultaba más confiable todo lo que le quitaba al que le parecía sospechoso.
Este arbitraje tendencioso, favorable a Brasil, comenzó antes del ingreso de Washington en la contienda, pero después de la caída de Francia, cuando ya estaba claro que habría que defenderse de Alemania. El favoritismo fue el fruto de una vieja relación especial entre Estados Unidos y Brasil, cultivada con inteligencia por Itamaraty desde los tiempos del barón de Rio Branco.
La hora de la verdad llegó en septiembre de 1940, cuando ambos países firmaron un acuerdo por el establecimiento de un polo siderúrgico en Volta Redonda, con financiación norteamericana. A su vez, el oportuno pacto terminó con el juego pendular de Brasil frente a Washington y a Berlín. Según documentos desenterrados por McCann, Estados Unidos adjudicó a la naciente industria del acero brasileña la misma prioridad que a proyectos similares en Estados Unidos. Como consecuencia, un agradecido presidente Getulio Vargas escribió al subsecretario Sumner Welles: "No olvidaré cuánto les debemos a usted y al Departamento de Estado por este feliz resultado".
En cuanto Estados Unidos ingresó en la guerra, el apoyo a Brasil fue acompañado por una comprensible animadversión militante contra la Argentina, que el historiador Joseph Tulchin llamó "persecución". En las medidas palabras de mi respetado colega Mario Rapoport, nuestra neutralidad descerrajó una política de sanciones por parte de esa potencia.
Este auténtico boicot, que se documentó por vez primera en mi libro de 1983, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-49 , significó privar a la Argentina de todos los insumos necesarios para su desarrollo industrial. Se nos cercó para que no pudiéramos importar combustibles, a la vez que, según documentó Hilton, se otorgó a Brasil la misma prioridad que a Gran Bretaña en materia de importaciones de petróleo.
A partir de ese momento la actitud favorable a nuestro vecino, que se había jugado con las democracias en la guerra, se acentuó de manera radical. Los documentos norteamericanos exhumados por Hilton permiten aseverar que, en abril de 1945, se decidió en Washington que Brasil debía potenciarse para que "tuviera la misma relación con el continente sudamericano que Estados Unidos tiene con el norteamericano, y reducir a la Argentina al poder relativo de México o Canadá".
La contracara de esta decisión, que puede consultarse en los documentos publicados por el Departamento de Estado (FRUS 1945, vol. 9), fue la Export Policy I de Estados Unidos hacia nuestro país, del 3 de febrero de 1945, que disponía: "La exportación de bienes de capital debe mantenerse en los mínimos actuales. Es esencial no permitir la expansión de la industria pesada en la Argentina".
En el ámbito militar, el árbitro obró con la misma decisión. La liberalidad de la legislación norteamericana en materia de apertura de secretos nos permite saber que, hacia principios de 1944, el objetivo de alterar el equilibrio militar entre la Argentina y Brasil se convirtió en una política oficial de Estados Unidos, por razones que no estaban relacionadas con el esfuerzo bélico.
Por cierto, un memorial del presidente Franklin D. Roosevelt del 12 de enero de ese año es elocuente. Dice: "Estoy totalmente de acuerdo [?] en que deberíamos proceder duramente con la Argentina. Al mismo tiempo, creo que es esencial que nos movamos inmediatamente para fortalecer al Brasil. Esto debe incluir armas y municiones norteamericanas [?] como para darle una fuerza de combate efectiva cerca de la frontera argentina, del orden de dos o tres regimientos motorizados".
A esas alturas, la suerte estaba echada. Brasil emergería de la Segunda Guerra Mundial como la potencia regional en ciernes de la América del Sur. Y la Argentina surgiría con un conjunto de problemas políticos crónicos que aún no ha conseguido resolver.
Eventualmente, Brasil se convertiría en una potencia por completo fuera de nuestro alcance. Hechos y procesos posteriores, tanto o más importantes que los que transcurrieron durante el período descripto, acentuarían nuestra declinación. Pero de todos los factores que influyeron en nuestro deterioro relativo, el que he presentado aquí es el que mejor puede documentarse. No es el producto de teorías ni el resultado de conjeturas opinables.
No obstante, no hemos perdido en todos los planos. Por el contrario, y a diferencia de aquellos tiempos que no deben añorarse, desde hace un cuarto de siglo nuestras relaciones con Brasil se caracterizan más por la cooperación que por la competencia. Hemos superado las hipótesis de conflicto de antaño. Nuestras desavenencias ya no son geopolíticas, sino comerciales, como las que caracterizan a Estados Unidos y Canadá.
Por cierto, Brasil es una potencia emergente benigna y una de las menos agresivas del orbe. Su presencia en el corazón geográfico de nuestra región ha contribuido a su paz y estabilidad, que es un ejemplo para el mundo.
Por eso, hoy podemos compararnos con ánimo erudito, sin temor a herir sensibilidades que ya están añejadas. Estas sólo agregan sabor al placer de conocer mejor el valor estratégico de las alianzas.


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