¿Si también fuera una manera de hacer, una tradición que invocar, unos principios que respetar, una forma de pensar? No me refiero a una retórica previsible ni a las habituales declamaciones de tribuna, sino a un ejercicio efectivo de la conducción de los intereses colectivos. No hay política de Estado sin una visión de conjunto. Esto no es bonapartismo, sino la asunción de que las sociedades modernas están diversificadas. La composición en una unidad política sustentable de lo que se presenta como conflictos de fracciones o sectores es una tarea dinámica, inestable y cambiante. No se trata de un consenso sellado como un pacto inamovible sino de una orientación, un rumbo flexible en la instrumentación a la vez que claro y firme en sus determinaciones y fines.
Hoy los medios de comunicación dan cuenta del debilitamiento gradual y continuo del kirchnerismo. Es difícil comprender qué puede festejarse de este deterioro sino los beneficios de una ilusión que puede deparar ganar unos votos en próximas elecciones a riesgo de perderlos en las siguientes.
¿En qué es mejor la oposición con sus variantes que el oficialismo? Hasta marzo de 2008, no cabían en el carro de la vencedora todos los acompañantes de un gobierno que entraba en su quinto año. Tan sólo la Coalición Cívica mantenía su pregón de que el gobierno de Kirchner era el representante de una banda de expoliadores que se llevarían todo y que en nada de diferenciaban de una asociación ilícita. Lo mantenía aun cuando el Gobierno tenía más del 60% de aprobación y buena imagen.
Hoy encuentra más seguidores, y competidores, de ahí que a sus denuncias les agregue con la misma altisonancia que ya tiene los equipos preparados para gobernar la Nación.
La mayoría de las voces opositoras hablan de autoritarismo, voluntad hegemónica, hasta de stalinismo, y ofrecen un futuro deliberativo y conciliador. ¿Quién puede creer que los problemas de nuestro país nacen de este tipo de opciones? ¿Una sociedad que tiene aspiraciones de clase media y un ingreso por habitante varias veces menor que los países de Europa occidental –emblema de sociedades con mayoría de capas medias– qué recetas tiene para no digamos colmar, sino disminuir la distancia entre sus deseos y las realidades que vive hace décadas?
¿Cuáles eran las soluciones de los sectores políticos en 2003 para hacerse cargo de una sociedad con niños que morían de hambre en Tucumán, casi la mitad de la gente sin trabajo a tiempo completo y una economía de trueque para más de tres millones de personas?
El problema es de cultura política, de la que no están ajenos muchos que hoy se postulan como alternativa de poder. Kirchner hizo lo mismo que Menem, dilapidó aciertos. Deseo de perpetuarse en el poder, selección a dedo de continuadores, desprecio por lo institucional, megalomanía. Así como Menem malgastó el repunte argentino desde 1989 hasta 1994 que asume con la hiperinflación y golpes militares, para luego derrotar a la sedición carapintada, lograr la estabilidad monetaria y asumir el control de las variables que el Estado había perdido durante el gobierno de Alfonsín, también Néstor Kirchner está tirando por la borda un crecimiento que alivió una situación de gravedad extrema como nunca había conocido nuestro país. Y lo hace por usar a su esposa para perpetuarse en el poder, por despreciar condiciones mínimas para que la continuidad constitucional no sea un arreglo entre facciones y familias, por disfrazarse con un progresismo cubierto de zonas oscuras, por megalomanía que lo hizo creer que con los símbolos del setenta revolucionario demonizaría a los pueblos del interior y a sus fuerzas vivas, y con su pésima cultura política.
¿Qué pensamiento político puede esperarse cuando no existe la mínima distancia respecto de la historia a la que pertenecemos, cuando el pasado no es más que un sistema de venganzas, cuando los fanatismos y el sectarismo ofician de pasión en el mejor de los casos, o de lobbismo a favor de grupos de interés en su gran mayoría?
¿Acaso los supuestos críticos no hacen lo mismo que el Gobierno cuando a la menor reflexión sobre los argumentos llamados opositores se la tilda inmediatamente de “kirchnerista”, oficialista embozada, o a quien no participa de la demonización de los noventa se lo descalifica por menemista, o a la expresión con serias dudas sobre la política de derechos humanos de este gobierno se la difama por procesista?
Este es el ambiente y la cultura política habitual en la que nos movemos y en la que no hay que caer. No por liberalidad de costumbres ni por espíritu de tolerancia, sino para seguir pensando con libertad, a pesar de quienes no quieren más que ser nutridos con su habitual sistema de odios y ser permanentemente reconocidos en sus afecciones.
Masticar lo ya rumiado y ofrecer pasto para digestiones preestablecidas no es la función intelectual de los medios de comunicación ni honestidad periodística, a pesar de que las leyes del mercado disponen un “target” o perfil de lectores que quieren consumir siempre lo mismo.
¿Cuáles son los problemas que afronta nuestro país en el mediano plazo y que debería enfrentar un gobierno para continuar con el crecimiento de estos años, nos referimos a disminuir el abismo entre ricos y pobres, mejorar los ingresos sin inflación, elaborar una política para los cientos de miles de jóvenes que están marginados de los aparatos escolares y sin inserción laboral, no malgastar los recursos públicos y que no haya un ajuste que mande gente a la calle y que acentúe la crisis social, cambiar el sistema de coparticipación, sin por eso, federalizar la corrupción y permitir el endeudamiento irresponsable de las provincias, mejorar la salud y la educación, invertir en infraestructura, recuperar los sistemas de seguridad y controlar la violencia, atraer capitales en un mundo con crisis financiera y recesión?
¿Qué oposición tiene las llaves del reino que nos permita entrar en una Argentina promisoria con un proyecto que resulte de las buenas decisiones para todos estos dilemas?
En todo el mundo hay problemas, y en cada país existen los propios. Los nuestros pasan por un modo de hacer y pensar lo comunitario y aquello que, en última instancia, lo conduce: el Estado.
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