Artículo publicado originalmente en el periódico Washington Post el 6 de marzo de 2009.
El crecimiento económico de China caerá fuertemente en 2009. Estados Unidos atraviesa una grave recesión. Para que la economía mundial pueda recuperarse, estas dos potencias económicas deben cooperar y convertirse en la fuerza impulsora del Grupo de los Veinte. Sin un G-2 vigoroso, el G-20 decepcionará.
Debemos enfrentar las realidades. La causa fundamental de los desequilibrios de pagos generalizados a nivel mundial es de carácter estructural: un consumo excesivo en Estados Unidos y un exceso de ahorro en China. En Estados Unidos, la burbuja bursátil e inmobiliaria alimentó el auge del consumo. A ello se sumó una fuerte caída de la tasa de ahorro en el país. En China, el excedente de ahorro se debe a distorsiones estructurales en los sectores financiero, empresarial y de recursos.
Las tasas de ahorro de China, que alcanzan hasta el 50% de su producto interno bruto, son muy superiores a las de otros países. Pero esto no se debe exclusivamente a que los trabajadores ahorran dinero. De hecho, el ahorro de los hogares chinos equivale a alrededor del 20% del PIB, semejante a la tasa de India. Un porcentaje inusualmente alto del ahorro proviene de grandes compañías del sector empresarial de China. Las empresas pequeñas y medianas, que emplean al 80% de los trabajadores, tienen acceso mínimo a servicios financieros porque ese sector está dominado por cuatro grandes bancos que prestan servicios principalmente a empresas de gran tamaño. La falta de acceso a servicios financieros que padecen las empresas de menor tamaño retrasa su crecimiento, frena el empleo y ejerce presiones a la baja en los salarios. En efecto, la asimetría de la estructura financiera china significa que los ciudadanos corrientes y las pequeñas y medianas empresas han estado subsidiando a las grandes corporaciones y a los nuevos ricos con los bajos salarios y tasas de interés.
La revaluación de la moneda china, es decir, un cambio en los precios relativos, no es la herramienta principal para encarar estos problemas estructurales y los desequilibrios que han provocado. En realidad, la diplomacia económica entre Estados Unidos y China debería centrarse en otros dos ámbitos.
En primer lugar, los dos países deberían unir fuerzas para evitar una recesión mundial prolongada. Ambos países han anunciado sendos conjuntos de medidas de estímulo económico. Estados Unidos vuelve a apoyarse en promover el consumo y China vuelve a encauzar fondos hacia inversiones. Si bien ésta es una respuesta natural para enfrentar los problemas inmediatos, con el tiempo Estados Unidos debe impulsar el ahorro y la inversión mientras que China aumenta el consumo, y no sólo su capacidad. China está preparando un segundo paquete de estímulo económico que debería centrarse en generar poder adquisitivo para los consumidores pobres, y en crear infraestructura de servicios en los sectores de servicios e infraestructura física para reducir los obstáculos al crecimiento (lo que a su vez contribuiría a aumentar la productividad). China también podría subsanar el daño ambiental que provocan los precios inferiores a los reales que se fijan para los recursos. Por su parte, Estados Unidos debería seguir con las políticas de reestructuración monetaria, crediticia y de los activos para reactivar el sistema financiero y permitir así que las medidas de estímulo puedan surtir efecto. Ambos países deben resistirse al proteccionismo y prestar asistencia a los grupos vulnerables de los países pobres.
En segundo lugar, el diálogo estratégico en materia económica entre China y Estados Unidos debería centrarse en la manera de reducir los desequilibrios estructurales entre el consumo y el ahorro en ambas economías. Para poder alcanzar la meta de las autoridades de construir una "sociedad armoniosa", China debe mejorar la distribución del ingreso. La próxima fase de las reformas chinas debería promover las protecciones sociales, los sueldos y la eficiencia de los sectores de servicios, así como las empresas y la fijación de precios de los recursos "verdes" –todo lo cual puede contribuir a aumentar el consumo y las importaciones. En particular, China debería promover el sector bancario a nivel local para atender mejor a las empresas pequeñas y medianas, entre otras cosas, por intermedio de servicios de microfinanciamiento. Debería abrir los oligopolios, como los del sector de telecomunicaciones, a la competencia. Una mayor liberalización del comercio y el aumento de las inversiones en servicios incrementarían la competitividad y productividad de los mercados chinos y reducirían las tensiones en las relaciones comerciales. Sin un aumento de las importaciones, China corre el riesgo de que el ajuste se produzca exclusivamente a través de una drástica y difícil contracción de las exportaciones.
Estados Unidos, a su vez, debe restablecer el equilibrio entre el ahorro y el consumo. No puede permitirse volver a aquellos días en que las tarjetas de crédito se utilizaban al máximo para financiar un consumo desenfrenado. Debe recuperar el control de los crecientes déficit presupuestarios, que son impulsados en gran medida por el gasto en prestaciones obligatorias. Para seguir siendo la primera economía mundial, Estados Unidos debe igualmente invertir en educación, investigación y desarrollo, y tecnología, y mantenerse abierto a las inversiones, las mercaderías, las ideas y las personas con talento.
Estos ajustes contribuirían en medida apreciable a reducir el riesgo de conmociones económicas mundiales. Existen importantes incentivos recíprocos: Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones chinas, y China es el mayor inversionista extranjero en títulos de deuda pública de Estados Unidos. La interdependencia económica es clara.
Los desequilibrios de la economía china y la economía estadounidense sólo se pueden atacar de manera gradual. Pero deben abordarse. Una recuperación fundada en estimular el consumo en los Estados Unidos y en suministrar dinero fácil financiado con ahorros externos significaría repetir los errores, lo que tendría peligrosas consecuencias para los mercados mundiales y la política internacional. Incluso a medida que Estados Unidos y China señalan el camino para encontrar una solución a los problemas inmediatos, también tienen que dar forma a la economía mundial del mañana.
Robert B. Zoellick es presidente y Justin Yifu Lin es primer economista y primer vicepresidente de Economía del Desarrollo del Grupo del Banco Mundial.
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