martes, 25 de febrero de 2014

El discreto encanto de Scioli. Por Gonzalo Neidal

Con Daniel Scioli ocurre algo raro: en el mundillo de la política son pocos los que le creen. Para bien y para mal.
Scioli jura una y otra vez su adhesión al kirchnerismo, su subordinación completa a Cristina. Se declara un soldado más del programa en marcha y repite una y otra vez su coincidencia con los puntos de vista del kirchnerismo en lo político y en lo económico.
Pero los kirchneristas, no le creen. Y muchos de los anti K, tampoco.

En el mundo K no confían en él. Una y otra vez han intentado dejarlo de lado, humillarlo, menoscabarlo, apartarlo. Pero Scioli siempre sigue ahí.
Apenas asumió la vicepresidencia, allá por 2003, tuvo un corto circuito con Néstor, que echó a toda la gente amiga de Scioli que había quedado en la secretaría de deportes. En ese momento, se comentó que el encontronazo con el presidente había ocurrido porque Scioli había mostrado su disconformidad con una política de derechos humanos como la que emprendió el gobierno, condenatoria de los militares y defensora de los terroristas.
Luego fue Cristina la que se enojó con el ex motonauta: siendo senadora lo acusó de hacer operaciones de prensa contra ella y el gobierno. Mientras Cristina lo acusaba, exaltada, desde su banca, el titular del Senado y vicepresidente de la Nación la miraba sin que se le moviera un músculo. La tormenta pasó y el kirchnerismo tuvo que apelar a él para la difícil provincia de Buenos Aires donde ganó la gobernación dos veces, aportando un gran caudal de votos para Cristina.

Cinismo de película
Pero Cristina no lo quiere. Por eso le puso a Mariotto como vice, para que lo hostilice. Para que lo pelee y amenace con sustituirlo. Para que le moje la oreja, lo provoque y lo desafíe. Pero Scioli apenas acusó el golpe. Siguió con lo suyo y, además, jugaba al fútbol con algunas figuras opositoras al gobierno, se reunía con Macri y confesaba su vocación presidencial, si Cristina desistía de continuar.
Todo esto enfermaba al kirchnerismo. Lo irritaba profundamente. Porque Scioli, a la vez que les dasafiaba, hacía declaraciones de profunda adhesión al modelo y a la presidenta.
Revelaba ser un Francis Underwood avant la lettre.
Un político florentino.
Un Machiavelli bonaerense.
En los días previos a la última elección, Scioli conversó con Sergio Massa. Y, por lo que se conoció posteriormente, estuvo a punto de llegar a un acuerdo. Pero finalmente desistió. Pensó que su provincia y el país serían un caos si él abandonaba a la presidenta dos años antes del final de su mandato. Finalmente tomó distancia de Massa y se quedó con Cristina, ratificando así su fidelidad al modelo y a la propia presidenta.
Pero tampoco eso alcanzó para ser acogido libre de toda sospecha en el entorno presidencial. Ahí no lo quieren. Sospechan de él. Piensan que es “de derecha” y que permanece al lado de la presidenta por puro oportunismo y conveniencia, al sólo efecto de heredar el poder, bendecido por la presidenta.
Lo curioso es que una ancha franja del peronismo no K y anti K piensa igual. Dice que Scioli está actuando con inteligencia, que no puede hacer algo distinto de lo que hace, que es la única opción que tiene y que no pelearse con Cristina es lo mejor que puede hacer y lo que más le conviene. Todos ellos piensan también que Scioli abriga un programa distinto del que lleva a cabo el kirchnerismo. Que Scioli tiene un concepto más democrático del ejercicio del poder. Que el gobernador de Buenos Aires piensa distinto respecto de las relaciones internacionales. Que no tiene las mismas convicciones que el gobierno en materia económica y social, ni en derechos humanos, ni en las relaciones con el sindicalismo, y mucho menos sobre el rol de La Cámpora en la política nacional.
Lo que decíamos al comienzo: Scioli dice una cosa y todos los demás creen otra. Él jura fidelidad al gobierno pero nadie le cree. Ni los del gobierno ni una parte de la oposición.
Scioli piensa que podrá cosechar en ambas cestas. Piensa que puede heredar votos que pertenecían a Cristina y que, además, puede sumar a otros que no simpatizan con el gobierno. Es una apuesta riesgosa. Scioli cree que la mayoría que le dio el triunfo a Cristina lo apoyará como presidente. Y que, además, una parte de los que se oponen a Cristina, también lo apoyarán.
Contra reloj
A medida que pasan los días y aparecen previsibles problemas económicos, las chances de Scioli se complican y se posiciona mejor Massa. U otros candidatos. Si Scioli insiste en abrazarse al gobierno pero éste se va ganando la animosidad popular, su estrategia se complica en uno de sus componentes esenciales. Una de las canastas hace agua.
A medida que se deteriore el gobierno, Scioli estará tentado de tornarse crítico, de tomar distancia de Cristina y sumarse a las voces que cuestionan el rumbo del gobierno. Pero ahí llegará tarde. Ya hay otros que están posicionados desde hace varios años en esa trinchera. Pero Scioli parece confiar en su experiencia para estas situaciones de alto riesgo.
Es cierto que Cristina, hasta ahora, va haciendo buena letra y parece encaminar su gobierno hacia un lugar en el Scioli objetivamente sale beneficiado. El gobierno está haciendo un ajuste ortodoxo: devaluación, altas tasas, restricción monetaria, baja de salarios, acercamiento a los Estados Unidos, buena letra con el Club de París y con el Ciadi, negociación con los llamados fondos buitre. Este vuelco al realismo endereza el barco hacia una bahía calma y razonable, del agrado de Scioli.
Por el momento, el gobierno parece desoír la sugerencia de los intelectuales de Carta Abierta que le aconsejan profundizar el programa y estatizar el comercio exterior, algo en lo que también coincide una parte de la oposición: los socialistas, algunos radicales, algunos intelectuales opositores (Beatriz Sarlo, por ejemplo) y el grupo de Pino Solanas, entre otros.
Por el momento, Cristina parece orientarse hacia un escenario que estima como de mayor gobernabilidad y calma. Un escenario sensato donde está permitido adherir al gobierno de Maduro pero, a la vez, implementar un ajuste clásico.
Scioli mira y sonríe satisfecho.
Las cosas van hacia donde él está parado. Hacia donde estuvo siempre.

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