martes, 9 de abril de 2013
Diplomacia charrúa. Por Gonzalo Neidal
Toda
una corriente historiográfica sostiene que Uruguay es una creación de la diplomacia británica del siglo XIX, que
buscaba evitar que la costa del Atlántico Sur no quedara en manos de tan sólo
dos países, Brasil y Argentina.
Se
lo llamó “el estado tapón”, por su estratégica ubicación entre los dos vecinos
poderosos. Otros lo veían como un nexo, que lejos de separar, unía a los países
más grandes del sur de América.
Como
sea, Uruguay siempre contó con una diplomacia amable. En semejante contexto, resultaba
razonable que la belicosidad charrúa fuera
recluida al desván, por inapropiada para un país tan pequeño. La leyenda
del temperamento aguerrido apenas sobrevivió en el fútbol, modo que solemos
elegir para sublimar los atavismos de violencia incontrolable.
La
relación entre uruguayos y argentinos no ha tenido episodios similares a los
que nuestro país tuvo, por ejemplo, con Chile como consecuencia de diferendos
territoriales. Existe una rivalidad de baja intensidad. La disputa más terrible
quizá sea la referida al lugar de nacimiento de Gardel.
Pero
los uruguayos no deberían tomar tan en joda a su propia gestión diplomática.
Aunque sea un pequeño país puede aspirar a una diplomacia digna y eficaz.
Durante el interregno presidencial de Eduardo Duhalde, fue el entonces
presidente oriental Jorge Batlle quien en un rapto de atrevida sinceridad sentenció que “los argentinos son ladrones del primero al último”. Lo hizo en el
descanso de un reportaje televisivo, sin advertir que la cámara y el audio
habían quedado encendidos.
Una
encuesta posterior reveló que una mayoría de argentinos coincidía con la
evaluación realizada por el presidente uruguayo, que luego se vio obligado a
venir a la Argentina a disculparse y a llorar en cámara.
Ahora
ha sido José Pepe Mujica, un tupamaro desvencijado que se esfuerza por exudar
humildad, el que nuevamente pasó por alto que los micrófonos continuaban
conectados y espetó: “esta vieja es peor
que el tuerto”, refiriéndose de este modo coloquial y un tanto confianzudo
a la excelentísima señora presidenta de la Nación Argentina, Cristina Elisabeth
Fernández de Kirhcher y a su señor esposo, el ex presidente, ya fallecido,
Néstor Carlos Kirchner.
En
el caso anterior, el de la osada afirmación de Batlle, no muchos argentinos se
mostraron en desacuerdo con la afirmación del presidente uruguayo acerca de la
difusión que, entre nosotros, había alcanzado la cleptomanía.
Pero
esta vez no es tan fácil vaticinar hacia dónde se inclinaría la opinión de los
argentinos sobre el tema planteado por Mujica. A muchos argentinos no nos
resulta fácil elegir entre la presidenta y su difunto esposo en los términos
planteados por Pepe Mujica. Al menos nosotros, confesamos, para el caso de que
nos plantee tal disyuntiva, nos tomaríamos algunos días para pensarlo.
De
todos modos, nuestro morbo se frota las manos de sólo imaginar los argumentos
de Mujica para la entrevista protocolar de disculpas que se impone. El
presidente Kirchner era conciente de que su mirada no transitaba carriles
enderezados y paralelos. De cualquier manera, su partida ya hace prescribir
cualquier consideración descortés hacia sus modos. Pero en el caso de la
presidenta en ejercicio, tan inclinada a cuidar su estética, es de prever que
el calificativo de “vieja” no sea completamente de su agrado.
En
otras palabras, es seguro que el Tango 01 ha perdido a uno de sus pasajeros
habituales. Quedará por ver si, esta vez, la Selección Argentina se mostrará
dispuesta, como en 1993, a
favorecer las aspiraciones mundialistas de nuestros hermanos uruguayos, tan
descuidados al momento de los “off de record”.
Finalmente,
se nos ocurre un consejo para Mujica: puede decir que lo sacaron de contexto. A
muchos esa excusa les ha dado resultado.
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