miércoles, 23 de enero de 2013

Caranchos II. Por Gonzalo Neidal

Se trata de un tema económico relativamente reciente: la medicina ha progresado, la gente vive cada vez más y eso ha hecho saltar por los aires todos los cálculos actuariales realizados hace algunas décadas.

Los países se llenan de jubilados y los presupuestos no aguantan. Ocurre en todo el mundo. En la Argentina, agregamos el incumplimiento de las leyes jubilatorias y la desobediencia por parte del gobierno, que no acata los fallos de la Corte Suprema.
El ministro de finanzas de Japón, Taro Aso, propone una política un tanto severa al respecto: “el problema no se resolverá a menos que los dejemos (a los jubilados) que se apuren y se mueran”, dijo. Y agregó: “Creo que es importante no prolongar la vida con tratamientos”. Y más todavía: “Yo me despertaría sintiéndome cada vez peor sabiendo que todo el tratamiento está siendo pagado por el gobierno”.
Esta mirada escasamente piadosa sobre los jubilados es muy similar a la que, de hecho, aplica el gobierno argentino. Claro que en nuestro país ningún funcionario va a animarse a formular tamañas declaraciones reaccionarias. Nosotros los acariciamos con palabras.
Aquí no cuidamos a los jubilados pero prestamos mucha atención al discurso.
Deberíamos explicarles a los funcionarios japoneses cómo se hace la eutanasia de los viejos sin despertar sospechas. E, incluso, pasando por progresistas.
Primero, le aumentamos la mínima con bombos y platillos, en un acto realizado en el Salón Blanco de la Casa Rosada, donde la presidenta habla rodeada por aplaudidores profesionales.
Segundo, les hacemos creer a los jubilados que pueden vivir con 1.800 pesos.
Tercero, incumplimos la ley del 82% pero no impulsamos su modificación. Simplemente, no la cumplimos.
Cuarto, prolongamos los juicios de los jubilados todo lo posible. Apelamos una y otra vez sólo para demorarlos, sumar gastos y honorarios.
Quinto, cuando los jubilados inevitablemente ganan el juicio,  cuando la Corte Suprema de Justicia les da la razón, no les pagamos.
Pero además, para remachar todo esto, el algún discurso la presidenta los llama “caranchos”.
Cariñosamente, claro.
O sea, en materia de tratamiento a los jubilados, los japoneses no han inventado nada.

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