Los
discursos presidenciales por cadena nacional parecen haberse transformado en
sesiones de estímulo de la autoestima, de ratificación de apoyos, de refuerzo y
solidificación del estrecho núcleo de aplaudidores seriales.
jueves, 6 de diciembre de 2012
Otro discurso para el olvido. Por Gonzalo Neidal
Aunque
la decisiva Ley de Medios las prevé para casos de importancia, se ha banalizado
el recurso de tal manera que la reiteración abusiva y carente de criterio,
lejos de dotar al mensaje presidencial de los atributos propios de una palabra
suprema, lo ha transformado en una rutina que convoca al aburrimiento y el
desdén.
No
se entiende cómo una presidenta rodeada de intelectuales gramscianos, para
quienes la difusión de ideas y la comunicación son pilares insustituibles en la
tarea de la construcción política, se reiteran en el error del discurso
machacón, propio de regímenes de fuerza más primitivos e insertos en sociedades
con una densidad política mucho menor que la nuestra.
El
patrón comunicacional ideado es propio de una asamblea universitaria: cánticos,
banderas, jóvenes que gritan, militancia, patriotismo, invocaciones a la
victoria, amenazas a los enemigos, celebraciones de frases altisonantes, sudor
y afonías.
Cuesta
pensar que en los alrededores de la presidenta no exista un comunicador
criterioso, que pueda explicarle que las reiteraciones de sus presentaciones
públicas –que a veces son diarias- también están sometidas a la rigurosa ley de
oferta y demanda: terminan devaluando su palabra por el elemental mecanismo de
la saciedad. Puede que esté sucediendo algo que resulta común en las cumbres de
todo poder autoritario: la mengua y aún desaparición del espíritu crítico en el
pequeño mundo de la corte. Hay ciertos tipos de poder que sólo aceptan
opiniones confirmatorias, abominan de toda disidencia crítica, por tenue que
fuere. En estos casos, la pérdida de riqueza creativa es completa: el cuerpo de
asesores va nutriéndose de clones que sonríen y reproducen los criterios de la
cúspide, so pena de caer en desgracia. Sólo por este mecanismo propio de un
microclima viciado y tóxico puede entenderse que un gobierno con gran manejo de
los mecanismos del poder, de sus reglas, dinámica y recursos, pueda caer una y
otra vez en el error fatigante de las cotidianas cadenas nacionales.
Lo
que dijo
Además
de exhibir cifras sobre lo bueno que ha sido y sigue siendo su gestión y la de
su marido, la presidenta no pudo evitar hablar de la resolución favorable de la
justicia norteamericana que hace un par de días benefició al país al suspender
la vigencia del fallo del juez Thomas Griesa y otorgar más plazo a la Argentina
para su apelación.
Dijo
la presidenta que "Esta situación que tenemos después de la presentación ante la
justicia americana, no estamos solo ante un caso judicial, es político”. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué la justicia
norteamericana no toma en cuenta las normas sino que, por encima de ellas,
falla conforme a los exclusivos intereses del mundo financiero? En ese caso, Argentina estaría condenada de
antemano, sin haber quebrantado ley alguna. Si así fuera ¿qué sentido tiene
apelar y continuar con una batalla judicial que es una simple puesta en escena
con resultado cantado desde el comienzo?
Aún aceptando que todo orden jurídico está impregnado de los
intereses de los poderes dominantes, la justicia se mueve en un carril acotado
por normas que incluso Argentina ha aceptado acatar al momento de la emisión de
sus títulos de deuda, tal como lo hacen todos los países del mundo. Pensar que
los fallos son “políticos”, es decir completamente arbitrarios y sin sustento
en el derecho internacional, es un error que incluso invalida el camino elegido
por el gobierno.
Si el gobierno piensa que los fallos de la justicia
estadounidense son “políticos” y aún así continúa la pelea judicial es entonces
porque cree que, finalmente, Obama ordenará a la justicia de su país que sea
benévolo con Argentina. Es evidente que a la presidenta se le hace difícil
pensar en la existencia de un modelo de justicia distinto al que muestra
Argentina con jueces como Oyarbide.
En la misma línea de pensamiento puede anotarse el concepto
vertido por la presidenta en la UIA en el sentido de que la sanción a Argentina
se originaría en que nuestro país muestra la posibilidad de éxito de un
“contra-modelo”, distinto al vigente en el resto del mundo. Aquí, habríamos
tomado distancia de los consejos económicos del mundo desarrollado y, se
pretende, habríamos encontrado un camino distinto, exitoso, para generar
crecimiento sin los padecimientos que supone el capitalismo clásico, que genera
miseria y desprotección para muchos sectores, a la vez que acumula riqueza en
el otro extremo de la pirámide social.
Pues bien, es este modelo económico –por llamarlo de algún
modo- el que ha entrado en crisis. Ha sobrevivido sobre la base de la
dilapidación irracional de recursos que, aunque continúan fluyendo al país, ya
no alcanzan para sostener una construcción que se revela con cimientos de
arena.
Vivimos un tiempo en que los hechos, las realidades, están en
franca rebelión contra los discursos. Y, en casos como éste, la ceguera no es
un atributo demasiado valioso.
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